El libro de la vida
Un periodista de MSF descubre un viejo cuaderno en un hospital arrasado en Sudán del Sur que rescata las historias médicas y de vida de 120 pacientes de sida
Jeremiah muestra el libro de registros de su hospital. JACOB KUEHN
Sudán del Sur
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La sala de atención a pacientes con VIH y tuberculosis (TB) del hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Bentiu, Sudán del Sur, está situada bajo una de las grandes tiendas de campaña que conforman esta modesta estructura médica. Y en su interior, guardado celosamente en un cajón bajo llave y candado, hay un libro que despide un fuerte olor a moho y a agua pantanosa.
Jeremiah, uno de los consejeros y supervisores del programa de VIH y TB de MSF, pone el libro entre mis manos para que pueda admirarlo. Yo me quedo mirándolo absorto, lo sostengo firmemente con mucho cuidado para no perder ninguna de las páginas que están a punto de caerse, y me dispongo a descubrir sus entrañas. Echo un primer vistazo y sólo acierto a distinguir un montón de nombres y de anotaciones que no hacen ningún sentido para mí. Me siento para observarlo más tranquilamente y hago un segundo esfuerzo por leer y tratar de comprender algunas frases, pero la tinta azul con la que han sido escritas está bastante desvanecida ya. Cierro de nuevo el libro y lo dejo sobre la mesa. A simple vista, estoy seguro de que nadie daría mucha importancia a un ejemplar así. Pero claro, también hay que tener en cuenta que muy pocos saben toda la historia que existe tras él.
Le pregunto a Jeremiah lo que supone para él este libro y me responde lo siguiente: “Para mí, hay pocas cosas en el mundo que tengan más valor que esta. Este libro contiene información médica confidencial de 120 pacientes VIH positivos. Y es uno de los pocos vestigios que quedan del hospital de MSF en Leer, una localidad que fue totalmente arrasada durante la oleada de violencia que se produjo en mayo del año pasado y que hasta hace poco era mi hogar. Así que sí, ese delgado libro que ha pasado por miles de vicisitudes es, a día de hoy, el único vínculo con el pasado de muchos de nuestros pacientes y el único registro del tratamiento que tendrán que llevar de por vida”.
Tratamiento vital
En Sudán del Sur, se estima que el 2,7% de los adultos viven con VIH, cifra que en algunas regiones puede llegar a alcanzar el 6% de la población. Además, para terminar de agravar la situación, del total de personas que necesitan medicamentos antirretrovirales (ARV), sabemos que apenas el 6% recibe atención. La escasez de asistencia, el estigma y la discriminación hacia las personas con VIH son las causas de que este porcentaje sea tan bajo.
Tras los tres saqueos sufridos por el hospital de MSF en Leer y a causa de los desplazamientos masivos de población que han provocado los ataques contra los civiles, menos de 50 de los 120 pacientes que estaban bajo tratamiento ARV en este hospital han sido capaces de restablecer contacto con MSF para reanudar el tratamiento. Son pocos los afortunados, y muchos de ellos se lo deben a la dedicación de Jeremiah, que cuando se produjo la oleada de violencia trabajaba en el hospital de MSF.
Cuando Jeremiah tomó la decisión de dejar la ciudad para tratar de salvar su vida, sólo pensaba en dos cosas: en su familia y en sus pacientes. Todo el mundo había huido en busca de refugio, así que, antes de seguir él también su camino, tomó del hospital las dos cosas que más podrían servirle para tratar de ayudarles: una bolsa llena de pastillas ARV y el libro con los registros. Después recogió a su mujer y sus dos hijos y corrió a reunirse con todos los demás en la “seguridad” que ofrecen la selva y los pantanos del sureño estado de Unidad.
Viaje de fuga
Cruzó varias ciénagas llenas de agua y barro que le cubrían hasta el pecho y llegó hasta una isla. Una vez allí, decidió enterrar su mochila para que no se la robaran. Después, volvió a cruzar la ciénaga para esconderse entre los juncos. Él y su familia se quedaron allí durante todo el día, escuchando el sonido de disparos y ocultándose lo mejor posible. “Estábamos aterrorizados. No teníamos ni idea de durante cuánto tiempo íbamos a tener que huir”, me explica Jeremiah.
Cuando el tiroteo cesó, Jeremiah regresó al lugar donde había enterrado la mochila, la recogió y continuó con la huida. En cuanto vio la oportunidad unos días después, envió a su familia de regreso al campo de protección de civiles de Bentiu, en donde eventualmente consiguieron refugio. Él, sin embargo, optó por quedarse atrás para tratar a todo aquel que lo necesitaba con los medicamentos que tenía en su mochila.
“Nunca aparté la vista de los medicamentos, excepto cuando me vi forzado a hacerlo para salvar mi propia vida”, me asegura con cierto aire de tristeza.
Nunca aparté la vista de los medicamentos, excepto cuando me vi forzado a hacerlo para salvar mi propia vida
JEREMIAH, TRABAJADOR DE MSF
“Una vez tuve que esconder la mochila entre los juncos. Un grupo de hombres armados se acercaba hacia nosotros rápidamente y tuve que huir de nuevo a través de las aguas pantanosas. La mochila, que estaba completamente empapada, se quedaba atrapada entre las hierbas altas y me frenaba en la huida, así que la escondí y me oculté bajo el agua; sólo asomaba de vez en cuando la boca y la nariz para poder respirar. A través del agua podía oír el ruido sordo que provocaban los disparos. Cuando los tiros cesaron, regresé hasta el lugar donde había escondido la bolsa y comencé a buscarla desesperadamente. Salí de mi escondite e hice todos los esfuerzos por recuperarla. Estaba perdido en la oscuridad, había muchas hierbas altas y los mosquitos me picaban por todas partes. Después de estar buscando durante una hora en el agua, por fin la encontré. Lo primero que hice fue sacar rápidamente los libros de su interior para tratar de que se secaran con el aire. Tenía que tratar de salvar los registros de nuestros pacientes como fuera. Aquel día fue sin duda uno de los más difíciles”.
El reencuentro con los pacientes
Poco tiempo después, el esfuerzo de Jeremiah comenzó a dar sus frutos. Mientras buscaba refugio en una pequeña isla de Sudd (una vasta región pantanosa formada por el Nilo Blanco), se encontró con un grupo en el que había varios de sus antiguos pacientes. Le contaron que en el momento en el que se vieron obligados a huir, la mayoría había tenido que dejar atrás sus paquetes de ARV, que tenían medicamentos para seguir el tratamiento durante tres meses. De acuerdo con los protocolos de MSF para situaciones en las que hay un inminente riesgo de que se produzca un desplazamiento forzoso, Jeremiah debía repartir estos paquetes a los pacientes en cuanto los enfrentamientos se acercasen peligrosamente al hospital. Así se aseguraban de que pasara lo que pasase, nadie se quedaría sin tomar sus medicamentos.
“Usando los registros del libro y los medicamentos que tenía en la mochila, pude darles los medicamentos que necesitaban ¡No te puedes imaginar cómo se alegraron al verme! Me dijeron que les había salvado. Fue de verdad muy emocionante”, me explica Jeremiah.
Un vínculo de confianza
Con el tiempo, Jeremiah fue capaz de reencontrarse con el equipo de MSF en Bentiu, una ciudad perteneciente al estado de Unidad, en donde le mostró al coordinador médico el libro de registros de pacientes que había guardado durante más de cuatro meses. Con la ayuda de este documento, sus colegas lograron recuperar y readaptar los regímenes de tratamiento de algunos de los antiguos pacientes de Jeremiah, que al igual que él habían huido de Leer y que ahora también se encontraban en Bentiu, donde habían comenzado tratamiento de nuevo.
Sin embargo, lo que resultó de veras crucial, fue la ayuda de aquel libro para convencer a muchos más pacientes de que reanudaran su tratamiento. Y es que, muchas de aquellas personas que se habían refugiado en el Centro de Protección de Civiles (POC) de la ONU en Bentiu todavía no se habían acercado hasta el hospital por temor a ser estigmatizados.
Para algunos de ellos, la confianza que les inspiró Jeremiah fue un punto de inflexión. MSF hizo un anunció a través de la radio para animar a la gente a que se acercara hasta el hospital y muchas de las personas que estaban en el POC reconocieron su voz. “En una semana, alrededor de 10 pacientes vinieron para reanudar su tratamiento. Un hombre estaba tan feliz que incluso me quería comprar una cabra. Yo le dije que de momento era mejor que se quedara con ella, que lo más importante ahora era que comenzara a tomar de nuevo el tratamiento para que se mejorara pronto”.
“Los pacientes que han logrado reanudar su tratamiento se sienten las personas más afortunadas y felices del mundo. Pero ahora que sé que van a estar bien, el que de verdad está feliz soy yo. Están recuperándose y podrán continuar con sus vidas. Y eso me hace sentirme feliz, muy feliz”, me dice orgulloso.
Jacob Kuehn es periodista de Médicos sin Fronteras
Traducción y adaptación al español: Fernando G. Calero
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