El desgarro de parir a los 13 años
Dos de cada tres mujeres de Chad se casan antes de los 18 años y tienen hijos de manera temprana y sin asistencia adecuada
La elevada tasa de fístula obstétrica, que provoca estigma y rechazo, es una de sus consecuencias más trágicas
A Alimatou Ali no le dieron muchas opciones. Cuando, con 13 años, le dijeron que estaba prometida con un chico de su pueblo ni se entristeció ni saltó de alegría. “Es lo que tenía que hacer y punto”, dice, “yo no lo conocía de nada, lo había visto un par de veces”. El día de su boda en Mororo, en el sur del Chad, hubo una gran celebración a la que asistieron todos los vecinos, júbilo que se prolongó cuando, poco tiempo después, Alimatou quedó embarazada. Sin embargo, cuando el bebé nació muerto porque a los 13 años el cuerpo de una niña no está aún preparado para dar a luz y Alimatou empezó a orinarse encima y a oler mal a causa de la fístula obstétrica que le produjo el parto, ningún vecino acudió a consolarla. Todo lo contrario. Se convirtió en una apestada, en una vergüenza. Su marido la abandonó y todos la señalaban con el dedo, había traído la desgracia a su familia.
Chad, donde dos de cada tres mujeres se casan antes de los 18 años, es el tercer país del mundo donde el matrimonio infantil está más extendido. Y la fístula, la formación de un orificio anómalo en la vía del parto y que afecta a entre 50.000 y 100.000 mujeres cada año en todo el mundo, está ligada a los embarazos en edades precoces como consecuencia directa del parto obstruido, así como a la mutilación genital y a la mala asistencia obstétrica. “Culturalmente no se considera una enfermedad, sino una maldición. Cuando la niña sufre este problema, la familia la aísla del resto porque se considera que está sucia, maldita. Ya no pueden comer con las demás, ni cocinar para los hombres ni asistir o participar en las ceremonias públicas. Permanece todo el tiempo en la casa y cuando vienen visitantes, la esconden. Imagina el impacto que provoca esto en una niña de 15 o 16 años, lo vive como una fatalidad”, explica el padre Benjamín, párroco de la Iglesia de Kabalaye, que desde hace diez años lidera un proyecto que ofrece alternativas de vida a estas jóvenes.
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Durante un mes, Alimatou se sintió la niña más desdichada del universo. Finalmente, consiguió ir a Yamena, la capital, e ingresar en el Hospital de la Libertad, donde tras dos operaciones consiguió curarse. “Pero ya no tenía nada en el pueblo, mi marido me rechazó y todos hablaban de mí en voz baja, así que mi familia me dijo de quedarme aquí con una tía paterna”, explica. Y es que incluso sanadas, el estigma permanece. “No quiero volver a casarme, algunos chicos se han interesado, pero yo no quiero volver a pasar por lo que he pasado”, añade. Ahora acude a diario a la Asociación para la Reinserción de Mujeres Víctimas de la Fístula, apoyada por el padre Benjamín, donde junto a una veintena de chicas cose tapices y vestidos que luego venden en una pequeña tienda. “Están muy aisladas, solo el hecho de estar con otras chicas es algo muy positivo”, asegura el religioso.
El matrimonio infantil es una costumbre enraizada en la sociedad chadiana que no depende del origen étnico o la religión y que está mucho más presente en las comunidades rurales que en las ciudades. Es ahí, en los pueblos, donde existe una mayor presión social a favor de esta práctica. “Hay casos de matrimonios fijados incluso antes de que nazca la persona. Si mi próximo hijo es una niña, se casará con tu hijo, dice un amigo a otro. Esto ocurre porque las niñas no tienen voz, no tienen derecho a elegir, son los padres quienes deciden”, asegura Celine Narmadji, presidenta de la Asociación de Mujeres por el Desarrollo y la Cultura de la Paz en Chad. Y cuanto antes se produzca el enlace mucho mejor.
En la región de Ouaddaï hay un dicho: “Una niña no debe tener la menstruación dos veces en la casa de sus padres”. Una vez que la adolescente puede tener hijos es percibida como un instrumento para mejorar las condiciones de vida de la familia o para estrechar vínculos con otro grupo familiar. “Se las trata como cosas, no como personas. El miedo de que la chica se quede embarazada de algún joven sin recursos precipita la decisión”, explica el padre Benjamín. Las propias niñas, que casi nunca están escolarizadas y no conocen otra realidad, han interiorizado esta práctica como positiva. Hadjara Tmahamadou, de 14 años, asegura que quiere casarse cuanto antes. “Si mi padre acepta, quiero que sea ya. De esa manera me independizo de mi familia y me pongo bajo la ley de mi marido y de la religión”.
Modorom Blandine no conocía de nada a su marido. “Él venía a mi casa a hablar con mi padre y un día, yo tenía 16, me dijeron que iba a ser mi esposo. Como él me eligió a mí, yo lo acepté, estaba contenta porque veía que el tiempo pasaba y no encontraba marido”, asegura. Su primer embarazo transcurrió bien hasta que llegó el momento de parir. “Empecé con dolor el lunes por la mañana y al día siguiente a la misma hora el niño no había nacido aún. Me dijeron que murió dentro de mi barriga. Al principio no entendía nada, sentía dolor, me orinaba todo el tiempo. Entonces me explicaron que era la fístula”. Blandine se trasladó a Yamena y fue operada en cuatro ocasiones. Ahora se quiere volver a casar. “Claro que tengo miedo, pero no me puedo pasar toda la vida sin tener hijos. Eso sí, si un día Dios me da una niña no voy a permitir que se case hasta los 20 años, no quiero que pase por lo mismo que yo”.
En la región de Ouaddaï hay un dicho: “Una niña no debe tener la menstruación dos veces en la casa de sus padres”
Bakary Sogoba, responsable de la Unidad de Protección de la Infancia de Unicef en Chad, destaca que además de los riesgos sanitarios y de violencia contra las chicas, uno de los grandes problemas del matrimonio infantil es el del acceso a la Educación. “Una niña que se mantiene soltera tiene grandes oportunidades de beneficiarse de una educación escolar más amplia. El hecho de ir a la escuela contribuye a que las adolescentes no sean consideradas como potenciales esposas, sino como las niñas que son en realidad. Por ello, luchar contra el matrimonio infantil es acercar a las niñas a la escuela y eliminar las barreras, sobre todo económicas, que sufren”, apunta.
El problema es de tal amplitud que el pasado 30 de junio, en una decisión histórica y controvertida porque muchos consideran que atenta contra las costumbres, el Parlamento de Chad refrendaba una propuesta de ley presentada por el Gobierno que prohíbe que las chicas se casen antes de los 18 años. El propio presidente, Idriss Deby, ha señalado en repetidas ocasiones la necesidad de acabar con esta práctica, así como la de la mutilación genital femenina. “Debemos alentar los cambios que se están produciendo y que se producen tras una intensa campaña sostenida principalmente por Unicef”, asegura Sogoba, pero también por los propios jóvenes, las familias, los ancianos, los líderes religiosos, los jefes tradicionales y la élite política, “tenemos razones para ser optimistas”.
Sin embargo, uno de los grandes retos es el cambio de mentalidad de la población, no sólo en este país, sino en toda la región. Aïsha Mohamed tiene 18 años y vivía en la ribera nigeriana del Lago Chad hasta que Boko Haram la obligó a huir. Casada a los 14 con un pescador de 20 años, ahora vive en el campo de refugiados de Bagasola con su pequeño Abakar Ali, de dos años. “En nuestra cultura es lo normal desposarse a esas edades, yo diría que obligatorio”, explica la joven. Su madre, Fanta Mahammadou, asiente con la cabeza. “A mí también me casaron con 14. No es bueno que las niñas estén mucho tiempo solteras porque hay un peligro alto de que se queden embarazadas”.
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