Hungría refuerza la frontera con Serbia para frenar a los refugiados
La policía magiar emplea gases lacrimógenos contra centenares de personas en un centro de acogida
Hungría trata de cortar el paso desde Serbia de refugiados con 2.000 agentes
La policía magiar emplea gases lacrimógenos en un centro de acogida
BELÉN DOMÍNGUEZ CEBRIÁN / AGENCIAS Röszke / Budapest 26 AGO 2015 - 17:10 CEST
Crece la tensión en Hungría, uno de los puntos migratorios más calientes en la Unión Europea (UE). Un día después de que el Gobierno del ultraconservador Viktor Orban declarase "humillante" el reparto de fondos comunitarios para afrontar la crisis de refugiados, las autoridades del país centroeuropeo han anunciado este miércoles un refuerzo adicional de la frontera sur de más 2.100 agentes de policía, que contarán con el apoyo de helicópteros y perros y que serán desplegados en la zona a principios de septiembre.
El ambiente en la zona fronteriza está ya cargado e inundado de agentes policiales que vigilan cada punto fronterizo con Serbia mientras que se aseguran que ningún inmigrante cruza de manera “ilegal” a territorio de la UE. El Ejecutivo húngaro tampoco descarta enviar a Röszke, la principal localidad de la frontera con Serbia, al Ejército. Aunque este punto no ha sido oficialmente confirmado —pues se necesita primero de la aprobación del Parlamento— sí se observan convoyes militares ir y venir por las carreteras de la zona.
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La frontera entre Hungría y el país balcánico se ha convertido en las últimas semanas en una de las puertas de entrada a la UE más transitadas: en las últimas 24 horas han pasado por allí 2.230 "inmigrantes ilegales", según el portavoz de la policía local de Szeged, de los cuales casi 600 eran menores. Lo más frecuente en la zona, sin embargo, son varones de entre 18 y 30 años, aunque también hay bebés, niños y mujeres que llevan al menos un mes vagando por Europa. "Casi todos venimos de Siria", reconoce Khaled, de 25 años, que intenta alcanzar Alemania con un grupo de amigos de la misma localidad al sur del país asiático: Dará.
Según las cifras de las fuerzas de seguridad magiares, en lo que va de año unas 120.000 personas han cruzado este paso fronterizo en dirección al resto de la UE. Los inmigrantes y refugiados —que en el 90% de los casos huyen de Siria, aunque también de Pakistán, Afganistán y, en menor medida, de Irak,— cruzan constantemente la frontera entre Serbia y Hungría a través de una vía de tren en desuso que parte la alambrada de aproximadamente medio metro de alto y repleta de cuchillas que el Gobierno de Orban pretende finiquitar a final de mes. “¿Me van a registrar”, “¿Están pidiendo huellas dactilares?”, preguntan aquellos que tienen fuerzas para exponerse a la Policía a plena luz del día. Los demás, harán noche a unos cuatro kilómetros, escondidos entre los campo de cultivos de Serbia, para intentar entrar en territorio comunitario sin ser registrados. Aquellos que deciden avanzar hacia Hungría y toparse, pues, con la Policía, deben esperar a que un autobús les recoja para llevarlos a un centro de acogida donde serán registrados.
Pequeños grupos de unas 5 o 6 personas descansan bajo el intenso sol del campo húngaro. No tienen agua, apenas hay cuatro cabinas de baños móviles para que hagan sus necesidades. Aproximadamente cada dos horas un autobús escoltado por agentes policiales les recoge para trasladarlos al centro de acogida más cercano, donde se le tomarán las huellas dactilares y se les ofrecerá agua, una de las necesidades más básicas que no tienen cubiertas.
El recinto, de unos dos kilómetros cuadrados, está este miércoles inundado de tiendas de campaña a la espera de recibir a las miles de personas que se espera lleguen a la UE en los próximos meses. El país magiar, que está terminando la construcción de una valla en los 175 kilómetro de frontera con Serbia para evitar la entrada de refugiados, forma parte de la zona Schengen, en la que los ciudadanos de los Estados miembros pueden viajar portando solo un documento nacional de identidad. Es por, tanto, la primera puerta de entrada a esta zona europea de libre circulación.
La gran mayoría de los inmigrantes indocumentados que llegan a Hungría solo usan ese país como tránsito para recalar en otros países, sobre todo Alemania y Suecia. “Si me registran aquí [en Röszke] me iré a Alemania. Si no, continuaré hasta Estocolmo (Suecia)”, insiste un joven sirio que insiste en no dar su nombre y que viaja con seis miembros de su familia, incluido un bebé.
Gases lacrimógenos
La policía húngara ha utilizado a primera hora de ese miércoles gases lacrimógenos en el centro de acogida y registro de inmigrantes de Röszke, a pocos kilómetros de la frontera serbia. Según algunos testigos, un grupo de inmigrantes se ha enfrentado a la Policía porque se resistían a que les fueran tomadas las huellas dactilares “por miedo a ser devueltos”, sostiene un grupo de Pakistaníes. En este centro, al que solo puede acceder la Policía del país y un reducido equipo de la Cruz Roja húngara, se toman huellas y se tramitan las peticiones de asilo de los miles de refugiados que buscan residencia en la UE. “No pueden estar aquí más de 36 horas”, explica contundente el mismo portavoz.
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