miércoles, 6 de mayo de 2015

LUCHANDO POR LA DIGNIDAD HUMANA ► La 'Ciudad de las Mujeres' | Planeta Futuro | EL PAÍS

La 'Ciudad de las Mujeres' | Planeta Futuro | EL PAÍS

La 'Ciudad de las Mujeres'

Un grupo de desplazadas construyeron con sus propias manos una ciudadela en la que tratan de rehacer sus vidas duramente golpeadas por el conflicto armado colombiano. Desde allí exigen verdad, justicia y reparación





Eidanis, Paula y Ana Luz hicieron realidad el sueño de tener de nuevo una vivienda digna.

Eidanis, Paula y Ana Luz hicieron realidad el sueño de tener de nuevo una vivienda digna. /JAVIER SULÉ


Muy cerca de la turística Cartagena de Indias, la urbanización La Bonanza, en el municipio de Turbaco, parece estar en medio de la nada y apenas llama la atención. Dentro, sin embargo, están parte de los sueños de vida digna hechos realidad por 98 mujeres a las que la guerra se lo había arrebatado todo. En ese lugar, ellas mismas construyeron un conjunto de casi 100 casas que ocupan sólo dos manzanas del total del conjunto urbano, pero que bautizaron con el nombre de la Ciudad de las Mujeres.
Detrás de cada vecina de este lugar hay una historia desgarradora, un proyecto de vida truncado cuando el conflicto armado entró en sus vidas y les indicó el camino de salida. Son habitantes del Chocó, de Antioquia, de Bolívar, de La Guajira y de muchos otros lugares de Colombia afectados por la guerra que tuvieron que abandonar sus pueblos y veredas huyendo de las amenazas y las balas. Lo dejaron todo. Lo perdieron todo. Y llegaron a Cartagena, una ciudad amable con el turista, pero hostil para la gente que busca refugio en sus barrios marginales. De la noche a la mañana y sin saber por qué se habían convertido en desplazadas.
Es el caso de Paula Castro que vivía en el Urabá antioqueño con sus hijos pequeños y trabajaba como empacadora en la compañía bananera. “Mi vida estaba organizada. Todo iba bien hasta que los grupos paramilitares empezaron a dejarse ver en la región. Llegaron los muertos, las matanzas. Uno de esos paramilitares, El Mono Pecoso, se fijo en mi. Me dijo que a él ninguna mujer se le resistía. Tuve que malvender la casa e irme”, recuerda.
También es el caso de Ana Luz Ortega que dejó su hogar en la región de Córdoba. “Teníamos nuestros cultivos, nuestros animales, lo suficiente para vivir. Los paramilitares empezaron a cumplir sus amenazas; mataban y arrojaban a los hombres al río, se llevaban los cerdos, las vacas y los caballos. Siempre había habido enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército pero cuando entraron los paramilitares eso fue ya un exterminio y decidimos salir del pueblo. Yo tenía seis niños y fue muy duro para mi llegar a un lugar que no conocíamos”, explica.
Yo me sentiría reparada cuando sepa por qué y quienes me desplazaron

Eidanis Lamadrid
A Eidanis Lamadrid le tocó igualmente abandonar la finca de la vereda donde vivía en los Montes de María, en la región de Bolívar. “Vivíamos asediados por la guerrilla. Si llegaban no podías decirles que se fueran y eso las autoridades lo tomaban como que colaborábamos con ellos. La situación se hizo insostenible y los combates eran cada vez mas intensos. Es difícil dejar lo que se ha construido durante tantos años, pero cuando lo hicimos lo único que uno proyecta y le importa es la vida de los hijos”, señala la que es hoy una de las lideresas del proyecto de la Ciudad de las Mujeres.
Como las de Paula, Ana Luz y Eidanis, en la Ciudad de las Mujeres hay 95 historias más que hablan de violencia sexual, de asesinatos y desapariciones de sus seres queridos y de todas las violaciones a los derechos humanos posibles. Salvo alguna excepción, la mayoría de las 98 son migradas que acabaron viviendo en condiciones infrahumanas en los barrios más pobres de Cartagena, en ranchos en los que había que salvar el colchón cada vez que llovía y vender cualquier cosa para tener algo que llevar a la boca de los hijos.
Un calle de la Ciudad de las Mujeres. / JAVIER SULE
Su vida cambió cuando conocieron a la abogada feminista Patricia Guerrero, directora de la organización La Liga de Mujeres Desplazadas, que solía visitar los barrios invisibles de Cartagena empeñada en organizar a las víctimas de desplazamiento y violencia sexual. “La doctora Patricia nos rescató realmente. Nos hizo ver que la guerra y el Estado nos había vulnerado nuestros derechos y que esos derechos debíamos recuperarlos y hacerlos valer. Gracias a ella además podemos contar lo que nos pasó y hemos tenido una atención psicosocial”, dice agradecida Eidanis en nombre de todas.

Capacitación y manos a la obra

Integradas ya en a Liga de Mujeres Desplazadas, se fueron reuniendo y fortaleciendo. En semejantes condiciones decidieron que su mayor prioridad era tener una vivienda digna. El proyecto de la "ciudad" empezó a gestarse. Buscando lugares que fuesen aptos para vivir pusieron el ojo en una urbanización que se iba a construir a las afueras de Cartagena. Consiguieron el dinero para comprar el terreno gracias a la cooperación estadounidense y hablaron con el constructor para poner las condiciones: invertirían allí a cambio de que las contratase como mano de obra no cualificada y así ellas mismas pudieran hacer sus viviendas. También fabricarían los ladrillos para las casas que debía comprar el empresario. De esta forma aportarían en trabajo y material el valor de la vivienda.
Queremos demostrar que organizadas sí se puede y que organizadas es más difícil desintegrarnos
Luvis Cárdenas
Todas se pusieron manos a la obra capacitándose primero en diferentes tareas de albañilería y construcción. Aprendieron a nivelar terrenos, a construir ladrillos, a mezclar cemento. Y ya cuando empezaron a construir, unas hicieron el trazado, otras cavaron la tierra, otras levantaron paredes y otras hicieron las calles y las jardineras. Estuvieron tres mes trabajando. El resultado, 98 viviendas de 78 metros cuadrados cada una con dos habitaciones, sala, cocina, baño y un patio. “Fue una experiencia muy bonita. Quizá muchos hombres pensaron que no teníamos la capacidad para hacerlo, pero demostramos que sí y ahí está nuestra ciudad”, dice Ana Luz orgullosa.
La idea de vivir juntas había sido antes muy meditada. “Éramos mujeres que procedíamos de diferentes partes del país, con diferentes culturas. Aquí hay mujeres afrodescendientes, mestizas e indígenas. De alguna manera, la 'Ciudad de las Mujeres' representaba un reasentamiento poblacional. Hicimos normas de convivencia sobre cómo queríamos vivir. El sueño era tener un lugar donde todas pudiéramos estar tranquilas, trabajando y resistiendo”, dice Luvis Cárdenas, otra lidereza de la ciudadela.

Nuevas amenazas

La Ciudad de las Mujeres es un proyecto de la Liga de Mujeres Desplazadas, pero materializarlo no fue fácil. El reasentamiento en Turbaco coincidió con una época de inseguridad creciente en la zona, con presencia de grupos armados que trataron de desestabilizarlo. Volvieron a sufrir amenazas, hostigamientos y vieron como asesinaban al vigilante que cuidaba los materiales, marido de una de las beneficiarias.
Gladys Huertas es la madre comunitaria encargada del jardín de infancia donde las mujeres llevan a sus niños y niñas pequeños. / JAVIER SULÉ
En este tiempo que llevan ya en el barrio tampoco han dejado de vivir en tensión y prevenidas. Los grupos paramilitares han inundado de panfletos amenazantes las calles, han intentando imponer su propio control territorial con normas que decían a los vecinos a qué hora debían acostarse y las han tratado de extorsionar con el cobro de impuestos. Hace menos de un año un sospechoso incendio les destruyó el centro multifuncional donde tenían la panadería, el comedor comunitario y el jardín infantil para los más pequeños. No se amedrantaron ni se sometieron y volvieron además a reconstruir el centro comunal.
Con todo, lo más difícil, reconocen, ha sido la sostenibilidad económica. Los proyectos productivos no acabaron de funcionar. Ellas lo han intentado todo para generar ingresos por cuenta propia, pero por diferentes circunstancias han fracasado, salvo el caso de algunos pequeños negocios.

Saber la verdad

Concluido el proyecto de vivienda, siguen igualmente inmersas en su lucha por la justicia, la verdad y la reparación como víctimas del conflicto armado. Para Eidanis queda mucho por hacer. “Hay compañeras que todavía no tienen una vivienda digna, nuestros casos de denuncia por desplazamiento forzado, por violencia sexual o por crímenes a nuestros familiares siguen en la impunidad. Yo me sentiría reparada integralmente cuando sepa por qué me desplazaron, quiénes me desplazaron, quiénes asesinaron a los familiares de mi esposo y por qué lo hicieron. También cuando tenga a mis hijos con una educación garantizada, tengamos buenos servicios de salud y una vida estable aquí”, remarca.
La Ciudad de las Mujeres es en definitiva como una pequeña Colombia en miniatura que refleja lo peor y lo mejor de este país. Lo peor, las consecuencias de un conflicto armado que se cebó con la población civil y que ha generado casi siete millones de víctimas, de los que unos seis millones serían desplazados. Lo mejor, los procesos de lucha, dignidad y resistencia generados contra la guerra, encarnados en muchos casos por mujeres. “Queremos demostrar que organizadas sí se puede y que organizadas es más difícil desintegrarnos. Es un ejemplo de lo que somos capaces de hacer en este país por la construcción de una paz verdadera. Las mujeres de La Liga somos un paradigma de empoderamiento y trabajo en equipo, un testimonio de la importancia que tiene el trabajo con mujeres para garantizar la restauración de los derechos de la inmensa población desplazada en Colombia”, concluye Luvis Cárdenas.

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