Los iraníes se preparan para el día después del acuerdo nuclear
Después de 36 años de aislamiento internacional, la apertura al mundo despierta enormes expectativas
El acuerdo nuclear aún tiene que salvar los últimos obstáculos antes de la fecha límite del 30 de junio, pero los iraníes ya se están preparando para el día después. Sólo hay que asomarse a una de las clases de la flamante Iranian Business School (IBS), en Punak, un barrio del oeste de Teherán. En un discreto edificio, entre un colegio y un salón de ceremonias, 26 ejecutivos (7 de ellos mujeres) cursan el primer máster en administración de empresas (MBA) de nivel internacional que se imparte en Irán. “Si se da el paso adelante, vamos a necesitar gente con capacidad gestora”, declara Rouzbeh Pirouz, el impulsor de esta escuela sin ánimo de lucro.
“Una vez que se abra la puerta, los negocios no pueden llevarse igual; tanto las empresas familiares como las estatales tenemos que cambiar”, afirma uno de los alumnos, Mani Bidar, quien tras estudiar ingeniería se prepara a sus 36 años para tomar las riendas del negocio familiar de explotación agrícola e importación de maquinaria. Bidar, que nació en Cullera (Valencia) donde su madre estaba de vacaciones, pone de ejemplo los coches que se fabrican en Irán: “No han variado en 40 años porque no hemos tenido competencia”.
Él, como el resto de sus compañeros del máster (que se imparte en colaboración con la Universidad Aalto de Finlandia), quiere estar listo para ese momento en el que haya que competir con el resto del mundo. La mayoría podría haber cursado un MBA en Estados Unidos o en Europa, pero hacerlo en su país, además de la comodidad de estar en casa, envía un mensaje de confianza en el futuro.
La misma confianza que ha mostrado Pirouz desde que decidió volver a Irán a finales del siglo pasado, dos décadas después de que la revolución se incautara de las propiedades de su familia y enviara a sus padres al exilio. Hoy preside Turquoise Partners, una firma financiera que tramita el 90% de todas las inversiones extranjeras en la Bolsa de Teherán. Pero para este alumno de Oxford, Harvard y Stanford, IBS es la niña de sus ojos. En un país que lleva 36 años aislado, explica, falta conocimiento de la economía global y de las buenas prácticas en la gestión empresarial.
“Tras el anuncio de Ginebra, las posibilidades de acuerdo estaban al 50%; después de Lausana, se han elevado a 80%”, se atreve a pronosticar.
Los inversores extranjeros se lo ven venir. A menudo resulta difícil encontrar habitación en los (escasos) hoteles de Teherán debido a las delegaciones comerciales que compiten en número con los grupos de turistas.
“Irán es el último gran país emergente todavía virgen, tiene 80 millones de habitantes con un elevado nivel educativo”, justifica Pirouz.
No es sólo un atractivo mercado potencial, sino una bolsa de mano de obra cualificada para las empresas con interés de establecerse en el país. Según cifras oficiales hay 5,7 millones de licenciados universitarios sin trabajo y otros 4,5 millones de camino.
Las expectativas son enormes. “El acuerdo va a aclarar el destino político de nuestro país”, defiende un embajador retirado que simpatiza con el Gobierno de Hasan Rohaní. Pero no todo el mundo es tan optimista. “Según se ha ido alargando la negociación y han aumentado las exigencias de EEUU, también la gente se ha hecho más realista; y sabe que el cambio no será total, si acaso económico”, apunta Ali Shiraví, un responsable de la oficina de medios extranjeros.
“No creo que la mejora vaya a notarse antes de un par de años”, advierte, por su parte Saloome Ghorbani, que a sus 35 años es directora de compras de la multinacional JTI y una de las estudiantes de IBS becadas (al 50% por la escuela y al 50% por su empresa). “Hay que combatir la idea de que todos vamos a dejar de conducir coches chinos de la noche a la mañana. No es realista”, añade.
A Behnaz S., un padre de familia cuyo sueldo de contable ha perdido la mitad de su valor en los dos últimos años, no le preocupa conducir un coche chino, sino ganar lo suficiente para sacar adelante a su familia sin tener que trabajar como taxista pirata por las noches. “No sé si eso será posible con este régimen”, manifiesta sin querer hacerse ilusiones.
“Hay más esperanza que confianza”, admite otro de los estudiantes del MBA, Alidad Varshochi, de 38 años y cuya familia es propietaria de la mayor empresa de biotecnología agrícola del país. “Es una situación frágil y delicada. Un montón de cosas pueden salir mal. Espero que no, pero me preocupa la inseguridad regional”, agrega.
Su compañero Bidar estima que ya se están viendo los cambios antes incluso de que se firme el acuerdo. “A diario recibo llamadas de mis contactos en España preguntando cómo están las cosas y las oportunidades de inversión”, explica. “Hay un factor psicológico. Las compañías han empezado a actuar diferente y la gente está gastando más”, asegura.
Tal vez aún no sea tangible, como señala Ghorbani, pero es un primer paso. Además, no sólo en los ambientes empresariales se percibe el optimismo. En el mundo de la Cultura, también hay ejemplos de una ligera liberalización. “El último Festival Fajr de Cine invitó a Abbas Kiarostami y se inauguró con su película Copia Conforme, que hasta ahora no se había podido ver aquí”, cuenta una cineasta iraní que ve en ello un gesto esperanzador.
La mayoría da por hecho que va a lograrse el acuerdo. “Se ha invertido demasiado esfuerzo para tirarlo por la borda”, interpreta un embajador occidental, convencido del que el núcleo del mismo ya está negociado. Las discrepancias surgen sobre las consecuencias políticas de ese paso.
“Irán no ha estado aislado por elección sino por las circunstancias; si se levantan las sanciones, todo lo demás será inevitable”, opina Pirouz. “Sin duda vamos a cambiar; el problema es a qué ritmo”, apostilla un joven autónomo que hace tan sólo tres años pensaba en emigrar y ahora analiza en qué sector le resultará más rentable trabajar.
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