lunes, 4 de mayo de 2015

HÉROES DE LOS SILENCIOS ► Las heroínas de Palestina

Las heroínas de Palestina

Médicos Sin Fronteras (MSF)



Las heroínas de Palestina

Segunda entrega de la serie de Ramón Lobo. El reportero sigue viajando con Médicos Sin Fronteras para contar historias de mujeres que pelean día a día por mejorar su existencia

En la aldea de Nabi Saleh, Manal Tamimi y su esposo, Bilal, han convertido las redes sociales en su mejor arma para denunciar la represión del Ejército israelí

RAMÓN LOBO
MIÉRCOLES, 29 DE ABRIL DEL 2015 - 17.47 H


Manal Tamimi mira por el ventanal del hotel que regenta en Ramala.


La joven Sauza (centro), con sus cuñadas Mariam e Imán. Viven en una tienda de campaña, junto a la madre de Sauza, en la aldea de Mufaghara.

La joven Sauza (centro), con sus cuñadas Mariam e Imán. Viven en una tienda de campaña, junto a la madre de Sauza, en la aldea de Mufaghara.



Manal Tamimi podría sostener el mundo sobre sus hombros. Es una luchadora, madre de una hija y tres hijos, y podría ser perfectamente la presidenta de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Le sobran agallas, es honesta, tiene discurso. Habla desde un ventanal que se asoma al bullicioso mercado de Ramala, en Cisjordania. Si se levanta un poco la vista, se ve la realidad: las colonias judías que han ido invadiendo poco a poco Jerusalén Este desde 1967.
Su esposo se llama Bilal Tamimi, y es periodista. Cada viernes graba la represión del Ejército israelí dentro de Nabi Saleh, su aldea, situada 20 kilómetros al noroeste de Ramala. Manal pone la voz a estas imágenes de denuncia. Es el rostro internacional de una lucha por sus tierras, una líder que defiende la no violencia y viaja por el mundo denunciando la situación del pueblo palestino. Evita condenar a Hamás porque Gaza es diferente, y es crítica con la corrupción de la ANP.
  • Nura (en el centro) recorre cada día, junto con otros niños beduinos, una gran distancia para ir desde la aldea en la que vive hasta el colegio de Nabi Saleh.
  • Este chico de Nabi Saleh que exhibe con orgullo los nombres de varios futbolistas escritos en el brazo fue herido días después de que se tomara esta foto.

Robo del acceso al último manantial 

Los 550 habitantes de Nabi Saleh son tan tozudos como Manal. Desde el 2009 salen todos los viernes en manifestación pacífica por las calles del pueblo tras el rezo en la mezquita. Protestan porque el asentamiento de Halamish, con 1.500 colonos judíos, alzado en la colina de enfrente, les ha robado el acceso al último de sus cuatro manantiales. Ahora dependen de la lluvia, de los depósitos de plástico que reposan sobre los tejados de sus casas y del ahorro: 12 horas de agua a la semana. En Halamish no hay restricciones: pueden regar los jardines, llenar sus piscinas.
Manal lleva hiyab, tiene 42 años, los ojos claros, las manos firmes y un discurso político que para sí quisieran Mahmud Abás y Barack Obama. “Los dos Estados son una ilusión, una estafa; la única solución es un solo Estado democrático con igualdad de derechos”. Es también el sueño del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y de la extrema derecha de su país: un solo Estado, pero, en su caso, sin árabes. El primero que lanzó la idea fue el intelectual palestino Edward Said: disolución de la ANP y todos israelís en un Estado democrático. Esto acabaría forzando a las autoridades de Israel a decantarse: democracia o racismo, apartheid.

19 hijos y 227 nietos

Solo los ultraortodoxos compiten con los palestinos en familias numerosas. En un solo Estado habría algo más de seis millones de judíos y más de cuatro millones de palestinos, sin contar los 1,4 millones de Gaza. Hace diez años conocí a una mujer que vivía en el campo de refugiados de Yenín. Era el ejemplo de lo que teme Netanyahu. Latifi Abd Alraziq tenía 19 hijos, 227 nietos y un bisnieto. Ella quizás habrá muerto, pero seguro que su familia se ha multiplicado.
La mujer que podría sostener el mundo sobre sus hombros se hizo activista por esperanza, porque necesitaba abrir un agujero en el muro, en el del odio y en el físico, y ofrecer un futuro a sus cuatro hijos.

Fuenteovejuna con acceso a redes sociales

La entrada de su casa en Nabi Saleh está decorada con restos de bombas. Aunque parece una exposición surrealista, solo es cotidianidad hiperrealista. El salón parece una minirredacción periodística. Bilal y su hijo trabajan a destajo en la edición y difusión. Sus armas son las cámaras de fotos y de vídeo. Han contagiado a todo al pueblo: cada viernes, decenas de personas marchan con sus teléfonos móviles en ristre para grabar cada injusticia. Nabi Saleh es una Fuenteovejuna con acceso a las redes sociales.
En la escuela de Nabi Saleh no hay separación de sexos como es habitual en Palestina. Lo impide la escasez de medios y de profesores. Tampoco es grave: todos sus habitantes son Tamimi; más que una familia amplia, son un clan. Algunos jóvenes, adolescentes aún, tienen cicatrices en la cara; otros siguen el partidillo de fútbol desde un lado de la cancha porque no pueden correr. Es el caso deBassel Ahmad. El Ejército israelí no solo dispara balas de goma y botes de humo, también emplea munición de fuego, de pequeño calibre. Las llaman balas tutu y su objetivo son las piernas. Algunos viernes, junto con los soldados, entra un camión cisterna blanco que lanza un líquido verdoso que huele a mierda. Su objetivo son los depósitos de agua de las azoteas.

Aumenta la violencia doméstica

Jumana Abo es palestina del norte de Israel. Su familia no escapó en la Nakba, la gran catástrofe, como llaman los palestinos a 1948, cuando se creó el Estado de Israel y estalló una guerra regional con los países árabes circundantes que acabó en derrota, sobre todo para cientos de miles de palestinos que fueron expulsados. Quedaron refugiados para siempre en Líbano, Siria y Jordania. Por eso tiene pasaporte y nacionalidad israelí, pero es ciudadana de segunda clase: árabe, sospechosa. Abo es psicóloga y experta en Derechos Humanos. Trabajó con Médicos Sin Fronteras (MSF) en Nabi Saleh, y sabe bien que la mayoría de los habitantes de la aldea sufren estrés.
El círculo de violencia exterior ha entrado en muchas casas de Gaza y Cisjordania, donde han aumentado los casos de violencia doméstica. Los niños han desaprendido el arte de discutir, carecen de gradación en el enfado; estallan y pelean. Los niños juegan a ser soldados, colonos y palestinos. Esos son los papeles disponibles. En este juego, los que interpretan a palestinos siempre pierden. Son las reglas.

Humillación cosntante

Médicos sin Fronteras ofrece en esta y otras aldeas de Cisjordania ayuda psicológica. No son solo los traumas por una bala, una paliza o una detención, el problema es la vida cotidiana bajo la humillación constante. Dos de los niños que jugaron con nosotros en el colegio, que pidieron que les escribiéramos en los brazos los nombres de Messi, Cristiano, Neymar y otras estrellas del fútbol, resultaron heridos el siguiente viernes. Son solo 550, hay ración de represión para todos.
En Jerusalén está Yad Vasem, el museo dedicado al Holocausto, para que todos, escolares, soldados y turistas no olviden. Entre sus paredes se concentra todo el horror que sufrieron millones de judíos en Europa, los que fueron asesinados y los que sobrevivieron. Es un museo que conmociona. Dan ganas de pronunciar cada nombre que se lee para que de alguna forma reviva. Cuando termino la visita me pregunto: ¿quién se deshumaniza más, la víctima o el verdugo? La respuesta es el verdugo, y es una pregunta que se puede repetir en la calles de Nabi Saleh y de otros muchos sitios.

Prácticas militares con población real

Hebrón es una ciudad palestina de 140.000 habitantes situada a 30 kilómetros al sur de Jerusalén. En ella está el único asentamiento judío que se halla dentro de una urbe palestina. Son 500 colonos fuertemente armados situados cerca de la tumba de los patriarcas, donde, según las tradiciones judía, cristiana e islámica, fueron sepultados Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Lea y Jacob, el de la santa paciencia. Las tres religiones que predican la paz se hacen la guerra. El Ejército israelí que protege a los colonos tiene controlado el centro histórico. A veces lo cierra, practica registros y detenciones arbitrarias. Para ellos es entrenamiento, como en Nabi Saleh: prácticas militares con población real.
En la casa de MSF trabaja Mariam Qabas, una asistenta social que, como el resto de la oficina, atiende a beduinos, cuya situación es complicada, pues no tienen derecho ni a casa y están siendo expulsados de sus tierras tradicionales. Mariam es una argelina que en 1987 se enamoró de Murad, un joven sirio enrolado en Líbano en la Organización de Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat. Se conocieron en su exilio en Argel, cuando ella tenía 18 años y una vida por delante. Murad creyó en los Acuerdos de Paz firmados en Oslo y trasladó a su familia a Hebrón en el año 2000. Tienen cuatro hijos: dos chicas, Zakia, de 23, y Jihan, de 14 años; y dos chicos, Mohamed, de 19, e Ismael, de 6. Murad refleja un sentimiento general de los palestinos: se siente traicionado, desesperanzado. Cuenta los días que faltan para alcanzar la jubilación y trasladarse a Argel junto con Mariam y sus hijos. Han pasado los años y las decepciones, pero ella sostiene que aún está enamorada. Tiene tres trabajos: MSF, cuidar de sus hijos y mantener la ilusión familiar. Mariam Qabas es otra mujer coraje.

Poblado fantasma

Sauza tiene 24 años, es palestina, beduina y mujer, demasiados obstáculos para una sola vida. Tiene su casa, por llamarla de alguna manera, en el poblado fantasma de Mufaghara, cerca de Hebrón y en el que carecen de electricidad. En él viven en tiendas 17 familias, 150 habitantes. No las pueden techar ni construir paredes. Si lo hacen, llegan los soldados con una excavadora y lo echan todo abajo. El pago del servicio de destrucción corre a cuenta de la víctima. A ambos lados de Mufaghara se yerguen dos asentamientos judíos, Afighail y Karmel; ellos no tienen problemas con los permisos para construir. Sauza dice que el Ejército ha declarado el poblado zona militar, una medida que permite tomar decisiones en nombre de la seguridad y expulsarles en cualquier momento.
Desde 1948, la familia de Sauza se mueve entre Yatta y Mufaghara. Ya no se atreven a dejar el poblado por miedo a perderlo todo. El Gobierno de Israel tiene un plan: reunir a 12.000 beduinos palestinos que viven entre Jerusalén y Jericó en una nueva ciudad. Ellos se niegan, pese a que en ella tendrían acceso a agua potable y electricidad. No solo se trata de qué hacer con sus animales de pastoreo, sino que la tierra es la conexión con sus antepasados, con su identidad.

"Ellos lo saben todo"

Desde Mufaghara hay una gran vista. En los días claros se ven el mar Muerto y Jordania. En el asentamiento vecino de Karmel se alzan unas antenas que todo lo oyen y todo lo ven, según cuenta Sauza: “Ellos lo saben todo”. Una pequeña mezquita yace destripada en medio de las tiendas. “Dijeron que era una edificación y la derribaron”. En otras aldeas similares, los beduinos utilizan las lonas para cubrir paredes de ladrillo con las que se defienden del frío y del agua. “Incluso está prohibido que tengamos suelo de cemento”, asegura. Sauza estudia en la universidad. Quiere aprender a ser una activista de los derechos humanos.
No existen cifras exactas de cuántos beduinos hay en Cisjordania. Los optimistas afirman que en lo que fue el antiguo mandato británico de Palestina hay 170.000. Los beduinos que se quedaron dentro de las fronteras de Israel en 1948 tienen nacionalidad israelí, como es el caso de los que viven en el desierto del Néguev. Tienen derecho a la nacionalidad israelí y deben hacer el servicio militar obligatorio. Si palestinos israelís como la psicóloga Jumana Abo son ciudadanos de segunda, los beduinos israelís lo son de tercera. En el caso de los beduinos palestinos no hay derechos, son invisibles. Los de Miagara y los del Néguev están unidos por el mismo problema: hay un plan para sacarlos de ahí que quedó paralizado por las protestas internacionales y, sobre todo, por la reciente campaña electoral israelí.

Acoso de los colonos

Cuando Sauza sale a la carretera para tomar un autobús se arriesga al acoso de los colonos. Ellos son parte de la presión para echarlos de sus tierras. En el valle que mira a Jordania hay olivos. El olivo es un símbolo de pertenencia. Algunos están cortados. Son señales de que no son bienvenidos en su propia tierra. Sauza nació en Mufaghara, igual que su madre, Halima, y el padre de su madre. Dice que la situación cambió tras la segunda Intifada. Viven junto a sus cuñadas Mariam e Imán en casa de un tío porque los soldados echaron abajo su casa. En la aldea no hay hombres, pero en los campos hay mujeres pastoreando o trabajando la tierra. En la sala donde nos reciben hay dibujos de los niños de la aldea. Es la escuela.
Nura tiene 12 años. Camina junto a la carretera con otros niños beduinos que regresan a casa. Pertenecen a otra aldea. Le gusta la lengua árabe y odia las matemáticas. Aún no sabe qué quiere ser de mayor. El menú de opciones es tan reducido que es mejor no pensar. Al otro lado del asfalto está una mujer de 29 años que también se llama Halima. Es pastora. Tiene cerca de medio centenar de ovejas. Ha vuelto a trabajar ese mismo día tras dar a luz hace dos semanas a su primer hijo, una niña.

Caballos de Troya de la ocupación

A las aldeas beduinas de Cisjordania las llaman fantasmas porque no aparecen en los mapas. Son, en realidad, aldeas no reconocidas. Los asentamientos se ubican en zonas altas ricas en agua. Cada asentamiento tiene sus carreteras y el perímetro de seguridad que necesita. Unas pocas viviendas se convierten en un caballo de Troya de la ocupación. Ese es el plan: hacer imposible que haya dos Estados. ¿Cuál es la alternativa? ¿Un solo Estado como defiende la activista de derechos humanos Manal Tamimi?
Cada viernes, los habitantes de Nabi Saleh, la Fueteovejuna palestina, salen a las calles de su pueblo para reclamar sus derechos y poner la otra mejilla. Llevan dos muertos y numerosos heridos. Lejos de Cisjordania y de Israel, los gobiernos occidentales se declaran consternados por la situación de los palestinos y hablan de la necesidad de reanudar las conversaciones de una paz que no existe desde 1948. Primero perdieron las tierras; después, las palabras, que también les ocuparon, como la de antisemita referida solo a los judíos, cuando los palestinos son también semitas. Queda la esperanza en mujeres como Manal, Jumana, Mariam, Sauza y la pastora Halima. Son la última oportunidad en una tierra de bárbaros, odio y sangre.

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