miércoles, 22 de septiembre de 2010

ATADOS AL PASADO

Editorial I
La invocación del enemigo
La Presidenta exhibe una sugestiva involución melancólica que revaloriza los sangrientos años setenta

Miércoles 22 de setiembre de 2010 | Publicado en edición impresa

Que el discurso oficial se expresa siempre en términos de conflicto no es novedad. Sin embargo, en los últimos días, varios altos funcionarios han decidido enfatizar ese rasgo incorporando a sus mensajes el término "enemigo". El ministro de Trabajo, por ejemplo, al referirse días atrás a un sector de la oposición cuya identidad mantuvo en reserva, aclaró durante un seminario: "No hablo de nuestros adversarios, hablo de nuestros enemigos". En el mismo ámbito, el vicejefe de Gabinete, uno de los principales asesores de los Kirchner, utilizó por lo menos cinco veces la misma palabra.

Esta innovación verbal confirma que el Gobierno se siente instalado en una fase beligerante. La incursión del secretario de Comercio ataviado con guantes de box en una asamblea societaria de Papel Prensa puso de manifiesto, con un patetismo que nadie garantiza mejor que Guillermo Moreno, el mismo espíritu que emanaba del respaldo de Cristina Kirchner y su esposo a la acción directa de los estudiantes porteños que tomaron colegios. No debería causar extrañeza esa actitud en un oficialismo que apeló a fuerzas de choque para castigar a manifestantes pacíficos durante el conflicto agropecuario.

Cuando el adversario se transforma en enemigo, no cabe negociar ni pactar con él. Sólo atemorizarlo y someterlo. La crítica y el disenso, en vez de ser alentados como la expresión de una pluralidad enriquecedora, son vistos como una agresión. La negación del diálogo es otro aspecto de esta interpretación particular de la política. Ayer, durante un acto en Morón, la Presidenta dijo que sentía "profunda vergüenza" por la oposición y volvió a insistir en "los palos en la rueda y las operaciones a las que somos sometidos".

En esas líneas argumentales, el Gobierno encuentra justificación para muchas de sus prácticas aberrantes. Todos los instrumentos del Estado, desde los servicios de inteligencia hasta el aparato de recaudación, son alineados detrás de un mismo objetivo, que es el combate contra ese enemigo. Como en la guerra, el aire comienza a viciarse por el miedo y la incertidumbre. Con el paso del tiempo, el mensaje se va divulgando: para evitar escarmientos, más que cumplir con la ley, conviene ser amigo. Es lógico: el amigo disfruta de una normativa distinta que el enemigo. La diferencia no está escrita, sino que la establece de manera más o menos caprichosa quien está a cargo del Estado.

La clasificación amigo-enemigo fija un orden primitivo y desigual, en el cual el poder es entendido como avasallamiento. Como lo enseñó Carl Schmitt, al vínculo amigo-enemigo le corresponde la relación de mando-obediencia. En un reino como ése, la ciudadanía es sustituida por la militancia.

Los Kirchner se muestran muy apegados a esta mentalidad, que exaltan en sus permanentes referencias al pasado. En los últimos días estos motivos tuvieron una exhibición muy elocuente en el discurso que pronunció la Presidenta en el Luna Park, delante de los simpatizantes más jóvenes de su gestión. Haciendo alarde de un espíritu faccioso, pidió ser escuchada como militante y no como jefa del Estado. Es decir: había que esperar cualquier mensaje menos uno que convocara a la unidad nacional. En efecto, así fue.

La Presidenta dedicó a su público una de sus habituales versiones mitológicas del pasado. Propuso una visión idealizada de los años setenta, sobre el eje narrativo de una "juventud maravillosa" que fue masacrada por los que querían destruir "la matriz de nuestra identidad". En la presentación de los hechos quedó eludida cualquier referencia a la dramática irrupción de la violencia en la vida nacional. No se mencionaron los secuestros extorsivos ni los asesinatos cometidos por las agrupaciones guerrilleras, convertidas pronto en bandas terroristas. Tampoco se consignó la tenebrosa respuesta que el gobierno constitucional de entonces, ejercido por el partido al que pertenece la Presidenta, le dio a esa insurgencia armada, engendrando organizaciones parapoliciales como la Triple A. Toda esa experiencia, que condujo a la sociedad argentina a la noche negra del golpe de Estado y de la represión ilegal, no mereció una sola descalificación por parte de la señora de Kirchner. Identificada con los combatientes que se levantaron contra la democracia, aquello no parece haber sido para ella un error. Apenas fue una derrota que, probablemente, la Presidenta pretenda revertir con su exaltación discursiva.

Esta tergiversación casi pueril de la historia no es perniciosa sólo porque reinstale en el seno de la democracia argentina el aprecio por la violación del Estado de Derecho y la noción de que, si se trata de perseguir algunos ideales, bien pueden suspenderse algunas normas (la misma Presidenta, por ejemplo, ha comenzado a distinguir entre dictaduras malas y dictaduras menos malas según el grado de proteccionismo económico que defendieran). El recurso incesante a un pasado adulterado revela también una dificultad llamativa para hablar del futuro, para imaginarlo, para convocar hacia él. La jefa del Estado transmitió un mensaje muy poco edificante a los jóvenes que la escuchaban: lo mejor ya pasó, y fue un combate, con sangre y fuego.

Fernando Henrique Cardoso suele hacer notar que las nuevas formas del populismo latinoamericano se caracterizan porque invitan a alcanzar utopías regresivas. Es decir, renuncian a la idea clásica de progreso y proponen retornar a una instancia anterior, modélica. Para esas representaciones, los esfuerzos del presente deben conducir a reponer aquel pasado. El Gobierno, con su invocación reiterada del "enemigo" y su involución melancólica hacia el pasado sangriento de los setenta, da la impresión de haberse puesto manos a la obra.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1306992

el dispreciau dice: los años setenta en toda su extensión no le dejaron nada a la República Argentina, por el contrario, le restaron y mucho. Le restaron vidas, le restaron ideas, le restaron capacidades, le restaron mañanas, instalándonos en un estado de conflicto y confrontación que ha demostrado no servir para nada ni tampoco para nadie (socialmente hablando). Finalmente se demostró que algunos secuestros habían sido "negocios"... así como se demostró que ni montoneros ni tampoco el erp estaban en condiciones de aportar nada al país y su gente. Las consecuencias por todos conocidas dejaron un tendal de víctimas inncesarias pero al mismo tiempo habilitaron a las revanchas, esas que nunca faltan. Los juicios y las consideraciones de los ochenta comenzaron a cerrar una herida que las conveniencias y los oportunismos han abierto nuevamente, induciendo que la sangre corra nuevamente (con otros mecanismos) y que se imponga otra vez el estado de indefensión social, instalado previamente durante los noventa mediante dos atentados sangrientos (no resueltos), así como habilitando a que el país comience a estar dominado por organismos delictivos con el guiño del poder de turno. Argentina se sume nuevamente en la confrontación y la histeria, al tiempo que sus gentes se consumen por la pobreza y el verse sometidos a la conducción de secuestros, robos, asaltos, tráfico de drogas, etc. desde las propias cárceles, nuevamente con el guiño estratégico de alguien, ese mismo que negará a rajatabla cualquier vínculo, para luego declamar derechos humanos, y más tarde hacer discursos sobre la moral, los valores y la importancia del civismo. Mientras tanto el país sucumbe. Cada gestión tiene su estilo, pero en esta oportunidad la gestión ha abierto tumbas permitiendo que salgan sus fantasmas y ha desenterrado lanzas olvidadas, para recrear la necesidad de sustentarse en la confrontación. La escalada sigue su curso y la sociedad argentina asiste una vez más a la inducción de un nuevo estado de frustración... esto demuestra que finalmente, aquella triste lección de los setenta (ni qué hablar de las previas), nunca fue aprendida. Septiembre 22, 2010.-

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