Problemas y desafíos de la universidad argentina
A contramano del mundo
Alieto Aldo Guadagni
Para LA NACIONLunes 20 de setiembre de 2010 | Publicado en edición impresa
A contramano del mundo
La Universidad juega un rol central en determinar las posibilidades de cada nación de construir una sociedad próspera y equitativa. Una buena universidad es crucial para promover el crecimiento económico y la acumulación de capital humano. Ninguno de los países que han demostrado capacidad para crecer sostenidamente mejorando el nivel de vida de su población y abatiendo la pobreza lo ha podido hacer marginando la universidad y sin prestar atención a la calidad de la enseñanza que imparte.
Las naciones exitosas se han preocupado por garantizar la calidad de su enseñanza universitaria, procurando además que fuesen cada vez más los ingresantes provenientes de sectores socialmente postergados. También estos países se han preocupado por construir una matrícula universitaria que apuntara hacia el futuro y no estuviese anclada en el pasado; es decir, han enfatizado las disciplinas científicas y las nuevas orientaciones tecnológicas en respuesta a las nuevas exigencias de la producción y el empleo en el mundo globalizado.
Todas las naciones que hoy lideran el crecimiento mundial apuntan a incrementar el ingreso a la universidad de crecientes contingentes de estudiantes. Pero, y esto es importante que los argentinos lo reconozcamos, ninguna de estas naciones pensó nunca en bajar el nivel de exigencias académicas. Por el contrario, apuntaron a incrementar la matrícula a partir de la mejora de la calidad de la enseñanza secundaria, permitiendo así establecer rigurosos criterios para ingresar en la universidad.
Cada vez habrá más estudiantes universitarios, lo cual es un hecho positivo, pero es crucial asegurar que ingresen en el nivel superior bien preparados, ya que cantidad sin calidad no resulta un hecho auspicioso.
Este es el siglo de la universidad: cada vez son más los estudiantes universitarios en todo el mundo. Hacia 1970 eran apenas 28 millones en todo el planeta, mientras que ya superan los 160 millones. En la primera década de este siglo, se ha acelerado el crecimiento de la matrícula, que ya apunta hacia su duplicación. Y América latina no es ajena a este proceso, ya que hay hoy nada menos que once veces más universitarios que en 1970. A nivel individual, la graduación universitaria abre nuevos horizontes con calificaciones profesionales más exigentes, permitiendo así acceder a mejores empleos. Las mejores oportunidades de desarrollo humano, no sólo las laborales, estarán principalmente abiertas a los graduados universitarios bien preparados.
Desde el punto de vista de un país en su conjunto, el incremento en la graduación universitaria es positivo en términos de expansión del capital humano, condición necesaria para que una nación enfrente hoy la globalización tecnológica y productiva. Sin superar exitosamente este desafío se postergan las legítimas ambiciones de construir una sociedad próspera. Pero, si además el incremento en la matrícula ocurre principalmente en las disciplinas científicas y tecnológicas, aumentarán las competencias para innovar y así crecer en la competitiva sociedad del conocimiento del siglo XXI.
Hoy las tasas de graduación universitaria más altas corresponden a países desarrollados donde más de 30 jóvenes de cada 100 en edad para graduarse han obtenido un título universitario. En nuestro país, apenas 14 jóvenes cada 100 en edad de graduarse obtienen un título universitario. Este nivel de graduación es reducido, a pesar de que son numerosos los estudiantes, configurando una situación anómala caracterizada por "muchos alumnos y pocos graduados". Nuestro nivel de graduación es inferior al de Panamá, Brasil, México, Chile y Cuba.
Es importante prestar atención a si los sistemas universitarios están preparados para enfrentar los requerimientos del mundo moderno de la producción y del trabajo. En este sentido, es preocupante que la participación de los graduados en ciencias y tecnología en el total de graduados universitarios en nuestro país sea reducida, no solamente muy por debajo de los países asiáticos, sino también por debajo de países latinoamericanos, como México, Colombia y Chile.
Nuestro esfuerzo de formación de graduados en estas disciplinas está a cargo de las universidades estatales, ya que la participación de estas carreras en la matrícula de las universidades privadas es escasa. La enseñanza universitaria tiene un alto costo económico comparado con los niveles inferiores (primario y secundario). Inciden en estos costos no sólo los gastos presupuestarios, sino también el costo de oportunidad laboral correspondiente a los estudiantes, que por sus edades podrían estar ya aportando a la fuerza laboral productiva. La manera razonable de reducir los costos de graduar a un profesional es maximizar la proporción de estudiantes que completan sus estudios en el lapso previsto en el plan de estudios de la carrera.
Veamos nuestra realidad universitaria comparándola con otra nación. Desde ya que no elegiremos ni Japón, Australia, Reino Unido, Holanda o Suecia, sino a nuestro gran socio en el Mercosur. Anualmente se gradúan en Brasil más de 800.000 universitarios, mientras nosotros apenas graduamos 95.000. Claro que ellos son 192 millones de habitantes y nosotros, apenas 40, pero ellos gradúan 4,2 profesionales cada 1000 habitantes y nosotros, apenas 2,4. Hay una enorme diferencia.
Por eso uno se puede preguntar por qué Brasil gradúa 8,4 veces más universitarios que nosotros, cuando tienen apenas 3,5 veces más estudiantes. La respuesta es obvia: las cifras de Brasil son las normales en la mayoría de los países, desde Japón, China, Francia, a México y Chile. Las que están a contramano son las nuestras.
Nuestro sistema universitario maximiza la cantidad de estudiantes, pero minimiza la cantidad de graduados, particularmente en las carreras científicas y tecnológicas, ya que nuestra matrícula sigue anclada en el siglo XIX, sin ingenieros, físicos, químicos, matemáticos, agrónomos, es decir sin profesionales para el mundo moderno de la producción. Brasil gradúa en el ciclo normal de las carreras al 63 por ciento de los ingresantes; nosotros, apenas 26. Estas cifras asombran y nos deberían preocupar, ya que indican que estamos frente a un serio problema.
En la Universidad Nacional de Salta, por ejemplo, se graduaron en 2008 apenas 4,9 de cada 100 estudiantes que ingresaron cinco años antes; en Jujuy, 5,6; en la Universidad Nacional del Comahue, 5,8, y en la de La Rioja, 7,1. El valor más alto en graduación entre las universidades públicas le corresponde a Córdoba, con 40 graduados cada 100 ingresantes, como se ve, debajo de los 63 del Brasil. Esto significa que mientras en Brasil hay 6,3 estudiantes por cada graduado, en nuestras universidades estatales hay nada menos que 20 y en algunas, como Salta, 84. Esto multiplica el costo que el país afronta. Y recordemos que este costo es soportado esencialmente por la mayoría pobre que no asiste ni asistirá a la universidad, por la simple razón de que no concluye la escuela secundaria.
¿Cómo se pueden explicar estas grandes diferencias con Brasil? Ninguna respuesta puede omitir que Brasil implantó en 1998 el ENEM ( Exame Nacional de Ensino Medio ) para los egresados del nivel secundario. Durante el gobierno de Lula, más de 40 de las 55 universidades federales brasileñas adoptaron el ENEM en sus procesos de admisión de estudiantes, incluso algunas exigiendo además el tradicional examen "vestibular".
La Argentina adopta un sistema universitario muy poco imitado en el mundo, en el cual la inmensa mayoría de los estudiantes no se gradúan, cuadruplicando así el costo de tener un profesional. Como son pocos los estudiantes que provienen de familias pobres, el sistema argentino no sólo es ineficiente, sino altamente regresivo.
Todas las naciones que hoy lideran el crecimiento y la prosperidad mundial apuntan a incrementar el ingreso a la universidad de crecientes contingentes de estudiantes. Pero, y esto es importante que los argentinos lo reconozcamos, ninguna de estas naciones pensó nunca en bajar el nivel de exigencias académicas, por el contrario apuntaron a incrementar la matrícula universitaria a partir de un proceso de mejora sostenida de la calidad de la enseñanza del nivel secundario, permitiendo así establecer rigurosos criterios para ingresar en la universidad.
La universidad debe estar abierta a todas las clases sociales, pero el ingreso debe comprometer el esfuerzo intelectual de los aspirantes. El mundo no va a contramano, vamos nosotros. © LA NACION
El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación A contramano del mundo - lanacion.comel dispreciau dice: la educación no es prioridad política del estado. El estado como tal declama sobre la educación, pero finalmente la desprecia, porque un país y una democracia que sostengan un alto perfil crítico no es bienvenido en este modelo retrógado de personalismos y miserias humanas. Argentina supo distinguirse por su nivel educativo, pero era otra época, otro país, otra consciencia social... hoy dominan la pobreza, la marginación, la indigencia, el olvido, el hambre y los suculentos subsidios que le sirven a una clase política esencialmente pobre "de mente". Ante dicha realidad, la universidad es un frontón. O sirve a los intereses políticos del poder de turno o es un "enemigo potencial" al que hay que desmerecer y minimizar. Este modelo prefiere lo segundo, y de allí que dé un discurso en una dirección para luego ir por la contraria. Cabre preguntarnos si esto que transitamos es una democracia, y cabe preguntarse también si nuestro país sigue siendo una república. Indudablemente ya no somos ni lo primero ni lo segundo... y cada día que pasa estamos más lejos de ser reconocidos como tales. La educación ausente se revela en la agresión permanente a la opinión del otro, a la descalificación contínua del padecimiento ajeno, al impulso de fuerzas de choque que contengan el ideario, al desmerecimiento de la cultura, a la imposición de un pálido terrorismo de estado que carcome las entrañas de la sociedad cada vez que algo le conviene. En dicho sentido no hay diferencias entre las inculturas políticas que enseña el conjunto, esto es que es lo mismo un radical que un peronista, un macrista que un socialista, un coalicionista que un oportunista (de los tantos que hay). Todos son iguales, semejantes, equivalentes, a ninguno le interesa el país y mucho menos su gente... De allí en adelante cabe reflexionar que las instituciones civiles se encolumnan tras la idea del menor esfuerzo, por ende dicha idea es consonante con los intereses políticos, y en dicho contexto la educación es una carga pesada que hay que destruir. Por ello vamos a contramano del mundo (que tampoco anda muy bien en sus neuronas ni en sus equilibrios), y todo indica que la intencionalidad nos conduce a un modelo social lamentable, ni qué hablar del político. Septiembre 20, 2010.-
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