La hora de Brasil
No se trata de elegir entre opciones políticas sino entre democracia o no
Fernando Haddad celebra su pase a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. ANDRE PENNER AP
La rotunda victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el pasado domingo en Brasil coloca al electorado brasileño ante una decisión radical. En la segunda vuelta, prevista para el próximo días 28, ya no se trata de elegir entre dos opciones políticas diferentes pero ambas democráticas, sino entre un candidato que entiende y cumple con los estándares de gobernanza de las democracias occidentales y otro que desprecia y considera inválido el sistema de libertades que desde el fin de la dictadura garantiza la igualdad y el progreso de 208 millones de brasileños.
Bolsonaro, con un discurso abiertamente xenófobo, racista, homófobo y laudatario hacia la dictadura militar brasileña (1964-1985) ha obtenido el 46% de los sufragios muy cerca de la mayoría absoluta que le hubiera otorgado directamente la jefatura del Estado. Fernando Haddad, del histórico Partido de los Trabajadores (PT), y candidato sucesor del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, ha logrado pasar a la segunda con el 29,3%. Más preocupante que los números es que el planteamiento de Bolsonaro ha calado en amplias capas de la población brasileña que ven a este militar en la reserva como la solución a la profunda crisis institucional y económica que asola el país desde hace cuatro años y de las que culpa precisamente al PT.
La diferencia de votos entre ambos es grande, pero no insalvable porque lo que está en juego es mucho más que una victoria electoral. Así deben entenderlo tanto los votantes de cualquier tendencia política como el mismo Haddad, quien ante la segunda vuelta está obligado a realizar un planteamiento integrador y aperturista respecto a quienes hasta el domingo eran sus rivales en el campo democrático. Su candidatura ya no es solo del PT sino la de todos los demócratas de Brasil.
En esta encrucijada quienes fueran rivales de Haddad en la primera vuelta harán bien en abandonar el exasperante planteamiento que presenta al candidato del PT y a Bolsonaro como dos extremos equiparables. Nada más alejado de la realidad. Con todas sus polémicas, problemas, escándalos y procesos judiciales, el PT es una formación que en la oposición siempre ha respetado las reglas del juego democrático, que ha ganado tres elecciones presidenciales de manera absolutamente limpia, bajo cuyo gobierno la democracia brasileña se ha convertido en un ejemplo de progreso y que ha entregado el poder como marca la ley aunque considerara que el procedimiento —la destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016— fuera políticamente ilegitimo. Por el contrario, Bolsonaro habla abiertamente de reformar la Constitución de una forma ilegal —mediante un consejo de notables—, quiere dar un papel preponderante al Ejército, carta blanca a la policía para matar y su candidato a vicepresidente justifica abiertamente la posibilidad de un golpe de Estado si se dan las circunstancias. No es posible seguir restando importancia a unas declaraciones inaceptables enmarcándolas como una estrategia para ganar unas elecciones. No todo vale.
Brasil no es la primera democracia que vive esta situación. Ya lo hizo Francia en 2002 cuando Jean Marie Le Pen llegó a la segunda vuelta. Entonces los franceses tuvieron claro que la democracia no tiene atajos y votaron a Jacques Chirac. Ahora es el turno de los brasileños.
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