Miedo entre las minorías al ‘huracán Bolsonaro’
Negros, indígenas y el colectivo LGTB temen agresiones en las calles y la pérdida de conquistas sociales
São Paulo / Porto Alegre
Giuliana Nonnato, en un taller de costura para mujeres trans en São Paulo. DIEGO PADGURSCHI
Hace una semana, W. D., de 34 años, dejó de coger de la mano a su marido en las calles de Porto Alegre, en el sur de Brasil. Ambos, que siempre se han sentido cómodos con su homosexualidad, tomaron la decisión después de los resultados de la primera vuelta de las presidenciales del 7 de octubre, que dieron gran ventaja al ultraconservador Jair Bolsonaro. “Nos dimos cuenta de que nuestra actitud en público tendría que cambiar, no podríamos ya demostrarnos cariño en la calle porque sentimos una reacción muy agresiva contra nuestra existencia”, cuenta W. D., gerente de una empresa inmobiliaria. El miedo es un sentimiento común entre el colectivo LGTB, negros, indígenas y otras minorías atacadas por Bolsonaro, que lidera, con el 46% de los votos, la carrera electoral para convertirse en el próximo presidente de Brasil y que tiene un largo historial de declaraciones racistas, misóginas y homófobas.
Giulianna Nonato, de 26 años, siempre ha tenido temor de salir a la calle, incluso cuando no se travestía. “Antes de presentarme con un cuerpo femenino, era un gran maricón, mi vida siempre ha estado marcada por el bullying [acoso] y la violencia”, cuenta en São Paulo. En las últimas semanas, tras innumerables agresiones y asesinatos políticos en Brasil, el miedo de la joven se ha intensificado. En 10 días, al menos una persona fue asesinada y otras 70 sufrieron agresiones debido a sus posturas políticas, según registros de las fundaciones Open Knowledge Brasil y Agencia Pública. Los datos muestran que en seis casos las víctimas fueron partidarios de Bolsonaro; el resto fueron agredidas por personas afines a él.
“Parece que hay más ultraconservadores saliendo del armario que gais. Yo ya he quitado de mi mochila los pins y otros símbolos LGTB que me pueden perjudicar”, dice G. G., de 16 años. Bolsonaro ha declarado que las agresiones son “excesos” y “casos aislados” y ha lamentado los episodios de violencia, a la vez que ha denunciado un “movimiento orquestado” de falsas denuncias para perjudicar su campaña. “Los candidatos no pueden ser responsabilizados de todo lo que hacen sus partidarios. Sin embargo, como mínimo, tienen la obligación de garantizar que sus discursos no inciten a la violencia. Y cuando las amenazas y actos de violencia ocurren, deben condenarlos de manera categórica”, defiende Maria Laura Canineu, directora para Brasil de la ONG Human Rights Watch.
Más que las agresiones físicas durante el periodo electoral, Nonato teme la “violencia institucional” de un posible Gobierno conservador, que puede modificar o anular derechos sociales garantizados por ley, como el Protocolo Transexualizante, que asegura la atención sanitaria gratuita a los ciudadanos trans, incluyendo el tratamiento hormonal y quirúrgico. “Actualmente, ya nos enfrentamos a la escasez de hormonas y esperas de meses para una simple consulta médica… eso puede empeorar”, añade.
Para la activista Melina Kurin, bisexual de 33 años casada con una mujer trans, la situación es de “pánico” dentro de la comunidad LGTB. Recuerda la Operación Tarántula, a través de la cual las fuerzas policiales detenían, torturaban y mataban a travestis y transexuales durante la dictadura militar (1964-1989). “La gente que te miraba con odio ahora te mira como si fueras la personificación del mal que Bolsonaro pretende combatir. Él se presenta como el salvador de la patria, y sus enemigos se convierten en enemigos del pueblo”, comenta su mujer, la socióloga Leona Wolf, de 36 años, que compara la situación en Brasil con la campaña de Donald Trump en 2016, cuando aumentaron las agresiones racistas y xenófobas en EE UU. “Sé que no vamos a tener aquí campos de concentración para homosexuales, como en Chechenia, pero sí temo que nos parezcamos un poco a la Rusia de Putin”, añade. Susane Souza, de 45 años, y Camilla Silva, de 22, ambas mujeres negras de la periferia, relatan crisis de ansiedad en los últimos días. “Tengo miedo de ser asesinada”, resume Silva, mientras que Souza teme por su hijo adolescente: “Me angustia pensar que puede sufrir una agresión simplemente por el color de su piel”.
Ese miedo al odio que se incrustó en la contienda electoral no se limita a las grandes ciudades. En las aldeas indígenas, líderes políticos y religiosos expresan su preocupación ante un posible retroceso en las leyes ambientales que protegen sus territorios. “Nuestro principal temor es que liberalice la minería en nuestras reservas naturales”, explica Cristine Takuá, de 38 años, coordinadora de una comunidad guaraní.
Para la activista indígena Célia Xakriabá, de 29 años, uno de los grandes peligros de un Ejecutivo de Bolsonaro sería la liberalización del acceso a las armas de fuego. “Eso promovería el genocidio de los pueblos nativos. Vamos a sufrir uno de los mayores impactos desde 1500, con la colonización. La propuesta de armamento en el campo ya es muy problemática, por ejemplo para la etnia Guarani-Kaiowá, en Mato Grosso do Sul, donde los terratenientes ya tirotean hasta a los bebés indígenas”, lamenta. Ella misma, que suele llevar un tocado de plumas y pinturas corporales, ha sido blanco en los últimos días de amenazas: “Dos personas me dijeron a gritos que como siga saliendo vestida de esa manera, mandarán matarme”.
A pesar del miedo, ambas líderes coinciden en la importancia de resistir a los “tiempos oscuros” y cuentan que las diferentes etnias del país se están organizando para pensar estrategias de protección y apoyo, incluso con los pueblos nativos de países vecinos. “Todavía tenemos esperanza. Resistimos desde hace 518 años, seguiremos haciéndolo”, afirma Takuá. El psicoanalista Christian Dunker, catedrático de la Universidad de São Paulo, recuerda que Brasil siempre ha sido violento —lidera el ranking de homicidios por arma de fuego y es el país donde más LGTB son asesinados en el mundo— y que lo que ocurre ahora es una “sensación de miedo agudizada en el subconsciente colectivo”. “En momentos de tanta tensión política, es común que nos acordemos de los malos ejemplos históricos, como la dictadura, pero hay que tener en cuenta que esto no es lo mismo”, dice. “La gente en las favelas se enfrenta, desafortunadamente, a una violencia cotidiana y sigue ahí. Es hora de aprender de los más vulnerables estrategias de supervivencia emocional para no rendirse”.
TEMOR EN LAS UNIVERSIDADES
El temor se aprecia también entre quienes siempre se sintieron socialmente protegidos. Es el caso del profesor de Desarrollo Tecnológico de la Universidad Federal de Pelotas Luciano Agostini. Hombre, blanco, internacionalmente reconocido y con estabilidad financiera, se asustó al recibir un correo electrónico anónimo con amenazas a su carrera académica. “Estoy directamente involucrado en la campaña de Jair Bolsonaro y le informo de que lo mismo es consciente del activismo político comunista que desarrolla en la universidad. Sepa que el Gobierno ya no financiará investigaciones inútiles”, decía el mensaje.
“No hago campaña partidista en la universidad y aún menos dentro el aula. Mi militancia política ha sido en las redes sociales, donde mis perfiles son privados”, afirma el profesor, intimidado, sobre todo, por el anonimato del mensaje. “Eso quiere decir que cualquier persona a mi alrededor me está amenazando”, observa Agostini, que ha denunciado el caso a la policía. “El clima es de profunda preocupación. La censura al libre pensamiento está adquiriendo una forma cada vez más aterradora”.
La bibliotecaria P. P., también trabajadora de una universidad pública, no milita en ningún partido, pero ha decidido modificar algunas de sus actitudes cotidianas por miedo a represalias políticas. Decidió retirar de la vitrina de la biblioteca un libro de Karl Marx para “proteger la institución”. También ha empezado a controlar las publicaciones de la biblioteca en las redes sociales: escribe menos sobre los temas que han ganado relevancia en la universidad en los últimos años, como los movimientos LGTB, feminista y negro.
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