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Agua sí, cerdos no, defienden los mayas en un pueblo mexicano
Homún es un municipio ubicado en el centro del estado situado en la península de Yucatán, que desde hace algunos años se ha dedicado al ecoturismo, aprovechando los cenotes (abismos, en lengua maya) que forman parte de una reserva natural de la región.
En temporadas altas, los habitantes reciben a casi 1.000 turistas al día que llegan a bañarse en esas cavidades subterráneas llenas de agua que se formaron hace millones de años, cuando cayó el meteorito que acabó con los dinosaurios.
El desarrollo de cabañas, áreas de campismo y el mantenimiento de los caminos están a cargo de los pobladores. Ellos mismos cuentan que la decisión de invertir en proyectos de ecoturismo sacó a las comunidades de la pobreza en la que les había dejado el fin de las fincas henequeneras.
Así que la noticia de la instalación de una granja porcina, que había corrido por todo el pueblo, alcanzó al presidente municipal Enríque Echeverría Chang (del Partido Revolucionario Institucional, PRI), quien primero se mostró sorprendido, pero con el tiempo y la presión de los habitantes terminó por confesar que el proyecto de la empresa Producción Alimentaria y Porcícola (PAPO) —una de las nuevas empresas de los dueños de Grupo Sipse, que tiene varios medios de comunicación en el estado— contó con su beneplácito.
Desde alguna oficina del gobierno estadal parecía un buen negocio: La idea es hacer un rancho con capacidad para 45.000 puercos. Estas tierras ricas en agua serían el perfecto bebedero de los corrales. Los empleados serían los mayas de la región.
El único problema del proyecto es que los indígenas no quieren cambiar sus trabajos de autoempleo para convertirse en empleados de la empresa porcícola. Tampoco quieren que los cochineros contaminen la tierra en la que viven.
Peor aún, desde 2013, Homún es parte de la Reserva Estatal Geohidrológica del Anillo de Cenotes, según el decreto del gobierno del estado, que califica la zona como sitio de recarga y que abastece de agua limpia a 60 por ciento de la población de Yucatán
La granja de cerdos que se quiere construir para abastecer de carne a la empresa Kekén está a un kilómeto y medio de los cenotes.
Tras la confesión del alcalde, los pobladores consiguieron otros detalles sobre el proyecto aprobado y descubrieron que el ocultamiento de la granja y los permisos de la empresa PAPO están plagados de irregularidades. Por ejemplo, la Manifestación de Impacto Ambiental presentada a la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente fue hecha por una cirujana dentista.
“¿Usted dejaría que yo le saque una muela?, pues entonces ¿cómo deja que una dentista haga ese estudio?”, pregunta con elocuencia José Clemente May, propietario del centro turístico Santa Cruz, que tiene cenote para niños y cabañas.
Otras irregularidades que encontraron son que el proyecto se inició antes de que se conformara la empresa legalmente y que la presidencia municipal lo aprobó sin consultar al cabildo, ni a los pobladores.
Pero lo que más molestó a los habitantes es que en la MIA se asegura que en Homún no hay indígenas.
— ¿Qué piensa de que las autoridades digan que en Homún no hay indígenas?
— Nos sentimos molestos, por qué quieren hacer esas palabras, el gobierno, las dependencias. Cómo no vamos a ser (Indígenas) si aquí nació mi papá, mi mamá—, dice el hombre mientas vigila a los bañistas que nadan en el cenote de su propiedad.
Doroteo Hau Cuc, “Don Doro”, es un hombre de 59 años, larguirucho y panzón, moreno, lampiño, de ojos rasgados y nariz marcadamente maya. Usa shorts y sandalias. Dice que el cenote es como un hijo para él, y asegura que si uno guarda silencio cuando está adentro se escuchan conversaciones de los alushes. “Son los espíritus de los antiguos mayas”, dice muy en serio.
Don Doro fue el primer ejidatario en habilitar un cenote para el turismo, en 2006. Aunque cuenta que la primera vez que descendió tenía 13 años, bajó por las raíces de un álamo a petición de su madre, que le pidió que llenara una cubeta con agua. Y bajó, dice, con mucho miedo.
Don Doro explica que la gente grande de la comunidad no está acostumbrada a bajar, porque el mundo subterráneo de los cenotes está lleno de supersticiones.
Después de que Don Doro habilitó su cenote para el turismo, Yaxbacaltun, otros 16 ejidatarios con cenotes en sus propiedades siguieron su ejemplo. Con el tiempo se instalaron palapas (construcciones abiertas con techo de paja), tirolesas, restaurantes y cabañas. La economía comenzó a crecer, tanto que los sacó de pobres.
Los jóvenes dejaron de irse a trabajar a una maquiladora, donde las jornadas de trabajo son de 12 horas al día (“es inhumano” dice José May dueño del cenote Santa Cruz) y comenzaron su propio negocio, llevando en bicitaxis a los turistas por la ruta de los cenotes.
“Empezaron 16 y hoy en día son unos 300 dedicados a guiar turistas nacionales y extranjeros, ahora trabajan seis horas al día y ganan más”, dice José May.
El negocio es próspero. En temporadas de vacaciones entran cada día unas 600 personas, y cada turista, en promedio deja 200 pesos (10,4 dólares) en la comunidad.
José May lo resume sencillo: “los mayas ya no quieren ser asalariados”.
Igual que en San Crisanto, la pregunta nos da vueltas en la cabeza: ¿Por qué, si la comunidad ya tiene un proyecto productivo exitoso, les quieren traer otro que no les va a beneficiar? ¿Quiénes ganan con eso? ¿Qué gana el gobierno?
“Por eso los invitamos a que vengan (a las autoridades), pero no vienen. Los empresarios malean al gobierno, como tienen el dinero corrompen al gobierno”, asegura José May.
Por eso, cuando en junio de 2017 se enteraron de la granja porcícola, comenzaron a organizarse. “Primero nos reunimos los dueños de los cenotes, después los muchachos de las motos. En total somos como 300 familias que vivimos del turismo de los cenotes”, cuenta.
En 15 días detuvieron la obra, “y ahí empezó el problema porque el empresario presentó un amparo a la justicia, y eso implicaba ya contratar un abogado, pero realmente nadie de nosotros sabía luchar contra el gobierno, nos cerraron las puertas en todos lados hasta que alguien nos dijo: ‘vayan con el equipo Indignación’. Y si, ellos nos atendieron y nos dijeron: “ustedes van a decir qué hacer, nosotros los vamos a orientar y acompañar, pero ustedes tienen que organizarse”, explica.
Así fue como iniciaron su propia consulta, que se programó para el 8 de octubre. Grabaron un audio en una USB y los muchachos en sus bicitaxis recorriendo el pueblo voceando la información sobre la consulta. Prepararon las papeletas con una sola pregunta: “¿Está de acuerdo con que se construya la granja?”
Invitaron a las autoridades, pero solo llegó el alcalde. Llevaron un notario. Al final, la gente salió a votar “Sin tacos ni tortas”.
El resultado fue contundente: 732 votaron por NO, 52 votaron SÍ y hubo cinco votos nulos. Con ese documento bajo el brazo, realizaron una marcha al palacio de gobierno, en la ciudad de Mérida, y tres meses después, presentaron un amparo que está aún en tribunales.
“Para nosotros el derecho a la consulta es un derecho a la libre determinación”, dice Cristina Muñoz.
Pero la resolución de esta batalla no es solo un tema de Homún o de Yucatán.
“Yucatán es la reserva hídrica del planeta, no poca cosa. Tenemos algo que se llama un collar de agua dulce, que es como el ojo de agua del planeta, que revienta por el aerolito y hay un reservorio en todo el cinturón Uzamal (…) Y bueno, se logró hacer un convenio y cuando ya es intocable esa zona, lo primero que pasa es que lo mueven (el convenio) y ponen una cochinera que va a llenar de excremento de 40.000 cerdos los cenotes”, cuenta Muñoz.
Lo peor, dice, es que no es algo que se necesite. Solo es algo que quieren hacer para acumular más dinero. “Sencillamente es un avasallamiento económico sobre lo que queda. En Yucatán solo hay sol, así que ya andan tras del sol”, sentencia.
Este artículo fue originalmente publicado por Resistencias, un proyecto de Periodistas de a Pie . IPS-Inter Press Service tiene un acuerdo especial con Periodistas de a Pie para la difusión de sus materiales.
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