“En Camboya, mataron al 90% de los artistas”
El fundador de Cambodian Living Arts sobrevivió al genocidio camboyano tocando canciones de propaganda para los líderes de los jemeres rojos con una flauta
Phnom Penh (Camboya)
Bailarinas del espectáculo de Cambodian Living Arts, en el Museo Nacional de Phnom Penh (Camboya) durante una actuación en marzo de 2017. LOLA GARCÍA-AJOFRÍN
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Los muertos. Los propios. Los ajenos. Los seres queridos que no regresarán. A los que casi no conoció. Los que se niegan a irse y reaparecen en forma de pesadillas. Lo que le obligaron a ver y a hacer. Los recuerdos de niño. El equipaje de adulto. La vergüenza. La culpa. Las dudas. Cuando a comienzos de los años 90, Arn Chorn-Pond regresó a Camboya, lo hizo con dos intenciones: reconciliarse con su pasado y descubrir a los artistas que sobrevivieron al genocidio.
Chorn-Pond, premio de los “Derechos Humanos” de Amnistía Internacional de 1991, es el fundador de Cambodian Living Arts (CLA), una organización camboyana que trabaja para preservar las artes tradicionales y desenterrar de los escombros la cultura milenaria que destruyeron los jemeres rojos. En aras de una utopía agraria, entre 1975 y 1979, la guerrilla de Pol Pot instauró el terror en Camboya y asesinó de hambre, con trabajos forzados o ejecuciones a entre 1,7 y 2 millones de camboyanos, según la Universidad de Princeton, un cuarto de la población del país-
“Persiguieron especialmente a las personas educadas: a médicos, a profesores…”, recuerda Chorn-Pond, en la sede de su organización, en Phnom Penh. Con camisa de cuadros y pañuelo tradicional jemer al cuello, nadie diría que a este hombre de 50 años, de gestos meticulosos, lo forzaron a ser un niño soldado de la guerrilla. Sobrevivió al genocidio tocando canciones de propaganda con una flauta. A su familia, que dirigía una compañía de ópera, “los mataron por ser artistas”, afirma. “Vi cómo mi hermanito y mi hermanita se morían de hambre, eso es muy duro”.
Arn Chorn-Pon (derecha) en la sede de Cmabodian Living Arts, y Sokhorn Yon (izquierda) coordinadora de programas de la organización. LOLA GARCÍA-AJOFRÍN
Tenía nueve años cuando a Chorn Pond le separaron de sus padres. Fue recluido junto a otros niños en el templo budista Wat Ek Phnom de Battambang, reconvertido en cárcel y centro de ejecuciones. “En ese lugar, asesinaban tres o cuatro veces al día. Mataron a todo el mundo a mi alrededor”, rememora. “A veces, a los niños nos pedían que miráramos y si veían alguna emoción por las víctimas, también nos mataban”. Dice que habían elegido a otros tres chicos para tocar el khaen, una especie de flauta, para los cabecillas de los jemeres rojos. “Quedamos dos. Mataron hasta a mi primer profesor de música”.
Con 11 años le pusieron un arma en la mano. “Me obligaron a presenciar muchos asesinatos; me obligaron, también, a hacer… muchas cosas malas que no quería hacer”, reconocía, emocionado, en una charla TED en Canadá. En los 80, huyó a Tailandia, donde fue adoptado por una familia norteamericana y, ya en Estados Unidos, comenzó su nueva vida: estudiaba, jugaba al tenis, vestía camisa y corbata. Pero le perseguían los recuerdos. “Constantemente me preguntaba: ¿Por qué vivo en América? Sentía remordimientos por haber rehecho mi vida cuando tanta gente murió”. Tampoco se lo pusieron fácil: “En clase, me llamaban ‘mono”.
Dice que estaba “enfadado y confundido”. “Afortunadamente, no hice nada malo”. Pensó en el suicidio. Su padre adoptivo le dijo que hablara, que contara al mundo lo que estaba pasando en su país. Lo hizo. Dio charlas. Lloró. Pero solo encontró la paz cuando finalmente regresó a Camboya.
En busca de los artistas supervivientes
La vuelta de Chorn-Pond a su país, en los 90, en busca de los artistas del arte tradicional jemer supervivientes, está recogida en el documental The flute player(el flautista), de Jocelyn Glatzer. Entre 1975 y 1979, perecieron en Camboya el 90% de los artistas, según datos de CLA. En 1998, Chorn-Pond, con el apoyo de amigos de EE UU, gestó su organización, con el objetivo de encontrar a esos artistas y compartir su legado antes de que falleciesen.
Inicialmente, el programa apoyó a cuatro artistas que Chorn-Pond había descubierto malviviendo. “Algunos se las habían arreglado en la clandestinidad, dos o tres estaban en la calle, borrachos, sin ninguna esperanza”, explica. “Les dimos trabajos y les tratamos con dignidad”, continúa. Entre 1999 y 2009, la organización internacional World Education apoyó el programa y este se multiplicó. En ese período apoyaron a 16 maestros y a 11 asistentes para 200 estudiantes en ocho provincias en Camboya cada al año.
Chorn-Pond fue adoptado por una familia estadounidense: “Constantemente me preguntaba: ¿Por qué vivo en América? Sentía remordimientos por haber rehecho mi vida cuando tanta gente murió”
“Uno de los pilares de nuestros programas es el desarrollo artístico”, explica Sokhorn Yon, coordinadora de programas de Cambodian Living Arts, que especifica que apoyan, “por un lado, a los líderes de la comunidad para sostener las enseñanzas artísticas y por otro, a los artistas para que creen negocios sostenibles”. Entre ellos, rescataron al grupo Dondrey Mongkol Troupe, que ya existía antes de los jemeres rojos. Su maestro, Mao Poeung, fue redescubierto por Chorn-Pond y lo ayudaron hasta su muerte. Ahora, uno de sus estudiantes se ha hecho cargo de la compañía. Además, cuentan con un programa de becas, creado en 2011 "para elevar el profesionalismo en el sector” y la educación artística tradicional en los colegios.
“Aunque por lo que todo el mundo nos conoce es por el espectáculo de danza tradicional, que CLA tiene desde 2009, varios días a la semana, en el museo nacional de Phnom Penh”, continúa Yon. Un domingo de marzo, el estruendo de los tambores y el silbido de las flautas anuncia a guerreros de lanza y pies descalzos, y a ninfas de coronas doradas, flor en la cabeza y pareo. Interpretan un baile de la provincia de Svay Rieng. Algunas obras evocan a la guerra, otras al fuego o a la seducción, como hicieron sus antepasados.
Tras una cruenta guerra civil, un genocidio y una crisis asfixiante, Camboya se levanta tímidamente. Entre 2007 y 2011, la pobreza en el país se redujo del 47,8% al 19,8%, y actualmente hay un 97% de niños que van a la escuela primaria, según datos de UNESCO; el analfabetismo también disminuyó, del 32,7% en 1998 al 22,4% en 2008, según datos del Censo de Población Nacional, pero aún hay un 20,3% (2013) de camboyanos mayores de 15 años que no sabe leer ni escribir.
“Nuestro objetivo ahora ya no son las acciones de emergencia, sino dejar un legado para las generaciones futuras”, anticipa Chorn-Pond, que asegura que su sueño es “convertir CLA en un en un paquete de trabajo que funcione en otras naciones en posconflicto, para que después de la paz puedan hacer lo que Camboya hizo”. “En este país enterramos a mucha gente, no nos los van a devolver pero vendrán otras generaciones; sin embargo, ¿qué es un país sin cultura?”, concluye.
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