miércoles, 8 de julio de 2015

EL LADO MÁS OSCURO DEL TRÁFICO DE ÓRGANOS ▼ Salvar al niño que vale 25 dólares | España | EL PAÍS

Salvar al niño que vale 25 dólares | España | EL PAÍS



Salvar al niño que vale 25 dólares

El padre Doñoro lucha en el Amazonas contra el tráfico de órganos infantiles







Ignacio María Doñoro, en junio pasado. / SAMUEL SÁNCHEZ


Durante años, el padre Doñoro no ha olvidado la sonrisa del niño al que iban a vender por 25 dólares y al que le salvó la vida. Ahora, esa sonrisa se ha multiplicado por miles; desde entonces (hace veinte años) no cejó en su lucha contra el tráfico de órganos del que ese muchacho iba a ser víctima.
Doñoro es de Bilbao, es sacerdote y fue el capellán militar de la Guardia Civil de Intxaurrondo que le puso el tricornio a Benedicto XVI. Hace veinte años le dieron dinero (20.000 euros, en pesetas de entonces) para ayudar a los niños de El Salvador, y ahí se encontró con la historia que le cambió la vida. “Me pidieron que buscara juguetes para el Tercer Mundo. Absurdo, habiendo miseria”. Y se fue a la república centroamericana, a ayudar a los niños.
“Una noche intentaba escribir: no podía soportar que aquellos niños se murieran de hambre. De pronto se me apareció uno de ellos, real, no era un sueño; su camiseta, su sonrisa, todo era conmovedor; les pregunté a las monjas qué sabían de él, qué le pasaba”. Sus padres lo habían vendido para tráfico de órganos: lo iban a matar. “Tenían cuatro hijas, el chico tenía parálisis y habían decidido venderlo a un grupo de traficantes”.
Doñoro sintió coraje. “Sentí que Dios me ponía ahí para salvarlo. Le dije a la monja: ‘Hermana, usted va a morir, y yo también; soy un loco, tengo aquí 20.000 dólares y vamos a comprar el niño’. ‘Nos van a matar’, me dijo la monja. ‘¡Pero si vamos a morir, de un tiro o con parches de morfina!’, le dije. Fuimos al monte, a buscar a los traficantes; les pregunté cuánto valía el chaval. Creía que habían dicho 25.000 dólares. Resultó que habían dicho 25 dólares; 25 dólares valía su vida”.
Doñoro se hizo pasar él mismo por traficante de órganos, “agarré al niño por la camiseta, lo metí en la camioneta. Manuel, tenía 14 años, se orinó de miedo. Lo abracé. ‘Manuel’, le dije, ‘yo estoy dispuesto a dar mi vida por ti’. Cuando terminaron de auscultarlo me miró con tanta ternura que sentí que me miraba Dios”.
Ahí empezó Doñoro, ya lejos de la milicia, su tarea de salvador. Desde entonces ha salvado “a miles de niños, se los he arrebatado a la maldad humana, donde todo vale y ya no importa nada”. Después de El Salvador siguió trabajando en el Amazonas, donde desarrolla ahora (a través de su organización, Hogar Nazaret,www.hogarnazaret.es) la vocación que le despertó el conocimiento de la historia de Manuel. “Después del tráfico de drogas y de armas, el tráfico de niños es el que más abunda… Donde estoy ahora, Puerto Maldonado, Perú, hay un interés de las autoridades por impedir este abuso, pero las bandas de traficantes son muy fuertes”.
Él está como Gary Cooper, solo ante el peligro. “La verdad es que no, no estoy solo: me ayuda muchísima gente. La gente puede ser muy pobre, pero vivimos de su caridad; tenemos poca ayuda de España, ojalá que usted publique esto y nos ayude a despertar las conciencias; lo que pasa es un horror del que nadie está privado”.
¿Y no tiene miedo? “Solo tengo miedo de fallar a Dios”. ¿Y es legítimo pensar ante ese infierno que hay en la Tierra que Dios mira para otro lado? “No podemos echarle la culpa a Dios. Él respeta nuestra libertad; nos da medios para poder cambiar esta situación que hemos creado… Dios permite tanto la maldad, que se deja matar por nosotros”.
Su aventura tiene ahora su sede, sobre todo, en Perú. “Allí hemos creado dos hogares Nazaret, y el proyecto es hacer el Fundo Juan Pablo II, una ciudad para los niños. Está en nuestras manos cambiar el mundo en el que vivimos. Yo no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar la realidad de algunas personas”.
Diez años después de salvarlo, Manuel, el niño que valía 25 dólares, le escribió para agradecerle que lo salvara de la maldad de los traficantes. “No hacía falta su gratitud. Su sonrisa ya me había salvado a mí la vida. Gracias a él”.

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