El oro dulce
Costa de Marfil es el primer productor mundial de cacao, pero la industria carece de transparencia y los pequeños productores se enfrentan a los precios bajos, el cambio climático o las plagas
ÁNGELES JURADO / SEBASTIÁN RUIZ Petit Bonduku (Costa de Márfil) 7 JUL 2015 - 10:12 CEST
El campesino con la camiseta nacional de fútbol, de un color calabaza encendido, abre la vaina dorada de cacao de un machetazo y muestra su interior pulposo y blanco. A continuación, lo vacía en un pequeño artefacto casero en forma de uve, montado con troncos de platanera. Allí se extrae el jugo de la fruta, que se decanta en un recipiente metálico. Lo ofrece a los visitantes para que prueben el dulce zumo.
La plantación huele como a levadura, a cosas fermentadas y a hojarasca putrefacta. Bajo las copas de los árboles de cacao, mezclados con papayeros y plataneras, la atmósfera es quieta, húmeda y pesada. Una carretera de tierra rojiza la atraviesa. Llega cruzando una selva en franca retirada, donde los parches arrancados a la naturaleza a fuerza de fuegos y talas se anegan y repueblan con arroz. La transita alguna moto, algún agricultor armado con un machete o una pequeña azada, algún perro. Estamos en Petit Bonduku, en el área de Subré, la primera región productora de cacao del mundo. Según las autoridades marfileñas, esta zona concreta de Costa de Marfil supera la producción completa de Ghana ella sola, con unas 300.000 toneladas anuales. Ghana es el segundo productor mundial de cacao. A pesar de que procede originariamente de Latinoamérica, Costa de Marfil es el primer productor del planeta, con una cuota del 40% de la producción mundial. “El 10 % del cacao de cada chocolate que alguien se lleva a la boca en todo el mundo procede de Costa de Marfil, a menos que se especifique lo contrario”, explica orgullosamente el chico que dirige la visita guiada a la plantación.
El cacao ha rebasado los límites de la agricultura y la industria y ahora también deviene el centro de una nueva actividad económica: el agroturismo.
La idea es mostrar, tanto al turista local como al que viene de fuera, el procedimiento de producción y gestión del cacao hasta que entra en fábrica. Pasearlo bajo las copas de los árboles en las que amarillean las habas pegadas al tronco, entre las mesas en las que se expone la fruta ya limpia, puesta a secar durante seis días al sol, y por las entrañas de los almacenes en los que el cacao seco se empaca en sacos de rafia, listos para el viaje hacia el puerto de San Pedro, los almacenes de las grandes compañías chocolateras o las fábricas donde se transforma el cacao en el propio país.
En la plantación cohabitan, en aparente promiscuidad, árboles normales, genéticamente modificados e injertados para aumentar su productividad. La vida útil del árbol, la cantidad de fruta producida y la velocidad a la que se suceden las cosechas depende precisamente de la carrera tecnológica para “mejorar” la obra de la naturaleza. Una carrera en la que Costa de Marfil ha optado decididamente por apoyarse en los cultivos transgénicos.
Normalmente, un árbol del cacao empieza a producir a los cinco o seis años de vida. Pero aquí crece una variedad modificada a base de injertos, la mercedes, desarrollada por la Agencia Nacional de Investigación Agronómica y con la que las cosechas pueden adelantarse al primer año o los 18 meses de vida del árbol. Una hectárea de árboles de cacao puede dar unos 300 kilos de fruta al año en dos cosechas, pero las nuevas variedades pueden triplicar esta capacidad y alcanzar la tonelada en media hectárea. Normalmente, hablamos de árboles con una vida útil de unos 25 años.
Pilar económico
El cacao ocupa un lugar central en la economía marfileña, con un 10% del PIB y una media de 1,2 millones de toneladas producidas al año. Precisamente, a la variedad mercedes se le responsabiliza del récord de 1,7 millones de toneladas alcanzado en 2014, que puede repetirse o superarse este año. Principal fuente de divisas del país, atrae un 45% de los ingresos de las exportaciones, lo que viene a significar unos 2.100 millones de euros anuales. El periodista marfileño Ange Aboa habla de ocho millones de empleos relacionados directa o indirectamente con el cacao en un país de 23 millones de habitantes.
Aboa firma sobre el terreno crónicas que diseccionan la economía del cacao para Reuters y responde a un cuestionario vía correo electrónico desde Abiyán. Asegura que cada vez más gente quiere regresar a los pueblos para dedicarse al cultivo del cacao, ya que el precio es mejor y más estable. En el lado negativo, señala que la carestía de tierra arable dificulta este éxodo.
Lo cierto es que, en la actualidad, tanto el control científico y de calidad como el laboral del sector del cacao parecen mucho más firmes que en el pasado. Además, el negocio también se está diversificando.
Costa de Marfil se limitaba a la exportación de cacao bruto en el pasado, pero se puso por delante de los Países Bajos en su transformación en el año 2010, ocupando la primera posición mundial del sector. En el año 2012, siempre según datos del gobierno marfileño, se transformó el 33% de la producción local en el mismo país. Las autoridades tienen como objetivo elevar este porcentaje al 50% este año.
Una esclavitud del siglo XXI
“La interpol acaba de anunciar que ha rescatado a 48 niños víctimas de tráfico a principios de este mes en San Pedro, en Costa de Marfil”, señala desde Copenhague y vía telefónica el periodista danés Miki Mistrati. “Hershey, uno de los gigantes de la industria chocolatera, anunció hace nada la creación de trece escuelas en el país. Pero, ¿qué son trece escuelas frente a 200.000 niños trabajando según UNICEF y 30.000 traficados?”.
En mayo también se anunció la pionera apertura de una fábrica de chocolate en Abiyán. Según la agencia France Presse, se trataba de la primera en Costa de Marfil: una apuesta del grupo industrial francés Cémoi con la intención declarada de facturar chocolate africano accesible para el mercado marfileño y, por extensión, para todo África occidental.
Dejando a un lado el hecho de que los marfileños podían comer chocolate producido localmente ya en los setenta y que Cémoi ha tenido, al menos, dos antecesoras en el país, sí que es cierto que se trata de un lujo prohibitivo y exótico para gran parte de los marfileños. El chocolate no está tan presente en la mesa marfileña como se podría suponer y, de hecho, el beneficio real del cacao va directo a las arcas de multinacionales extranjeras: las 10 superventas del sector chocolatero acumulan ganancias en torno a los 785.000 millones de euros. Esas multinacionales son, por orden de volumen de ventas, Mars (Estados Unidos), Mondelez (Estados Unidos), Ferrero (Italia), Nestlé (Suiza), Meiji Co (Japón), Hershey (Estados Unidos), Lindt y Sprungli (Suiza), Arcor (Argentina), Ezaki Glico (Japón) y August Storck (Alemania). Todas se sitúan en países en los que no se cultiva el cacao, pero que resultan ser los que verdaderamente se enriquecen con él.
“El cacao es el oro negro”, apostilla por teléfono el periodista danés Miki Mistrati. “Procede originalmente de Latinoamérica, así que no existe tradición relativa al cacao entre los africanos. Simplemente se vende. No se usa para nada más. Muchos agricultores no saben dónde acaba su cacao ni lo que es el chocolate. No saben que es oro negro”.
Los extraordinarios beneficios del chocolate tienen poco que ver con la vida del agricultor medio que se dedica al cultivo del cacao en el oeste de África.
Agricultores en dificultad
Las plagas, el envejecimiento de los árboles y los irrisorios precios de venta del cacao convierten la subsistencia de los agricultores más humildes en una cuestión cada vez más complicada. Las pequeñas plantaciones familiares, de entre cuatro y siete hectáreas, son la base del negocio del cacao en Costa de Marfil y el reparto de la riqueza que origina este recurso es muy desigual.
“Los cultivadores de cacao concentran el 50% de los pobres en Costa de Marfil según el Banco Mundial y la tasa aumenta anualmente”, precisa Ange Aboa. “Aparte del precio fijo garantizado, ni el gobierno ni el Consejo Café-Cacao (CCC) hacen nada para mejorar sus vidas. El abono es caro, los productos fitosanitarios, también, y ambos son esenciales para mantener las plantaciones y aumentar la productividad. Los campesinos invierten el 80% de sus ingresos en la conservación de sus plantaciones, la educación de sus hijos, la comida y la sanidad”, aduce.
La región productora de cacao se sitúa en el centro del país y también a lo largo de las fronteras con Liberia y Ghana. Se vio seriamente tocada durante la última crisis marfileña y no se ha recobrado por completo de la experiencia. Mucha mano de obra joven abandonó la zona y se asentó en otros lugares como la capital económica del país, Abiyán. No sólo los árboles envejecen: una vez llegado el tiempo de la paz, pero enfrentados a ingresos estancados o en caída libre, los agricultores más jóvenes están abandonando las plantaciones para dedicarse a otras actividades económicas más rentables. La edad media de los productores de cacao de la región es de más de 50 años, según la Fundación de Comercio Justo. “El éxodo rural debido al poco dinero que ganan los campesinos es una realidad que se debe solucionar”, advierte el periodista e historiador marfileño Jean-Arsène Yao, por correo electrónico, desde Madrid.
Por otro lado, la casi totalidad del cacao de África occidental es de secano y excepcionalmente vulnerable a las condiciones climáticas cambiantes. La región ha experimentado en la última década una mayor incidencia de fenómenos meteorológicos extremos, como los diluvios que arrancan a finales de mayo y anegan, sobre todo, el sur de Costa de Marfil. Las complicaciones derivadas de esas condiciones meteorológicas extremas socavan la viabilidad de los cultivos comerciales y alimentarios. Como la mayoría de los pequeños productores dependen de su propia producción de alimentos básicos para sobrevivir y mantener a sus familias, la sostenibilidad del cacao está ligada a la frágil sostenibilidad de todo el sector de la agricultura.
Como en el caso de otros recursos en el continente africano, el cacao ha resultado ser un regalo envenenado para el país. Centro de conflictos originados por la propiedad de tierra y recursos, habría que sumar a su historial menos alegre los casos de corrupción ligados al control del sector por los sucesivos gobiernos. Sin embargo, el desvío de fondos del cacao a cuentas privadas del gobierno anterior, encabezado por Laurent Gbagbo (actualmente en el Tribunal Penal Internacional, en La Haya), se empequeñece al lado de acusaciones más graves que enturbian la reputación del sector, como la desaparición y más que probable muerte de dos periodistas de investigación franceses: Guy-André Kieffer y Jean Hélène.
“El sector del cacao en Costa de Marfil carece de transparencia a todos los niveles: en la gestión de recursos, en la toma de decisiones”, coincide Ange Aboa. “Existe favoritismo, existe nepotismo. Siempre hay mucha corrupción, aunque es más discreta y sutil que entre los años 2000 y 2010. Sin embargo, se trata de las mismas prácticas del pasado. A corto y medio plazo, no veo cambios o mejora a nivel de la transparencia y de la buena gestión, porque el sector es primordial para la economía y las personalidades que lo gestionan son gente próxima al régimen, que se beneficia de su protección y no se preocupa en caso de problemas. Sin sanción, sin control, no se puede mejorar la gestión, la transparencia”.
Para finalizar, la presencia de niños en las plantaciones se ha convertido en otro factor que ha perjudicado la reputación del cacao marfileño. Documentales como The Dark Side of Chocolate, de Miki Mistrati, devuelven a la actualidad informativa las denuncias de trabajo infantil que incluyen esclavitud y tráfico de niños por toda la región, desde Burkina, Mali y Togo hacia Ghana y Costa de Marfil.
Las pequeñas plantaciones que constituyen el grueso de la producción mundial del cacao sobreviven perdidas en rincones remotos de selva africana reconvertida en tierra cultivable. Muchas quedan lejos de la organizada y limpia eficiencia de Petit Bonduku, con su certificación pintada orgullosamente en las paredes, sus carteles que niegan el trabajo infantil y toneladas de cacao seco ya apilado en sacos, dispuesto ordenadamente en almacenes espaciosos y bien ventilados.
Los turistas que visitan Petit Bonduku fotografían cada esquina del pueblo, maravillados al observar el aspecto del cacao y relacionarlo con el placer de los bombones y pralinés. El chocolate, ese dulce placer culpable, que asociamos a endorfinas y kilos extra, muestra su lado menos amable y, a veces, trágico en esta parte del mundo.
En las entrañas del cultivo
El periodista marfileño Ange Aboa recalca que hay tres intermediarios entre el agricultor y la exportación o la fábrica: el ojeador que compra las vainas directamente sobre el terreno, el tratante que se encuentra en la ciudad y emplea al ojeador y las cooperativas formadas por agricultores. “En el primer caso, el ojeador es un intermediario que recibe el dinero del tratante y opera armado con un camión con el que recoge una media de entre 3 y 5 toneladas de cacao por viaje”, explica. “El tratante es un gran comprador que emplea a varios ojeadores y está en contacto directo con los exportadores, a los que hace llegar una media de entre 32 y 100 toneladas de cacao a la semana. Las cooperativas son la manera que los cultivadores han encontrado para intentar hacer oír su voz y defender sus intereses ante los compradores”.
Las guerras del cacao
“El cacao ha jugado un papel importante, un papel diría que esencial en Costa de Marfil”, indica el periodista e historiador Jean-Arsène Yao, vía correo electrónico, desde Madrid. “A nivel político, ha alimentado un sistema clientelista en el cual los ingresos han beneficiado a gran parte de la población, al representar la base del llamado «milagro marfileño» de los veinte primeros años de la independencia del país. Además de financiar las principales infraestructuras económicas del país, el dinero del cacao se reparte ampliamente según reglas tácitas de equilibrio político, regional y étnico. Se utiliza para recompensar a los seguidores del partido en el poder y para sobornar a los opositores. A nivel de la inmigración, sabido es que el cultivo del cacao trajo a Costa de Marfil grandes contingentes de mano de obra, esencialmente de Burkina Faso. Estos últimos terminaron convirtiéndose en propietarios de plantaciones en la parte occidental del país y también en aliados políticos, como se ha visto en el caso de Amadé Ouérémi y sus hombres, que formaron parte de las fuerzas auxiliares de los Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil (FRCI) que llevaron a Alassane Dramane Ouattara al poder en 2011”.
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