domingo, 12 de octubre de 2014

LA PELOTA MANCHADA Y OTRAS DENIGRACIONES DE LA CONDICIÓN HUMANA ▼ Cambio drogas y armas por un balón | Planeta Futuro | EL PAÍS

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Cambio drogas y armas por un balón | Planeta Futuro | EL PAÍS



Cambio drogas y armas por un balón

El fútbol se transforma en algo más que un deporte en comunidades vulnerables de Colombia. Las ONGs lo utilizan para evitar que los jóvenes caigan en la violencia



ADRIÁN SUÁREZ






El fútbol está transformando vidas en Colombia. No solo la de los profesionales que tanto brillaron en el Mundial de Brasil, que en muchos casos pasaron de niños de la calle a multimillonarios. También a comunidades enteras a las que el deporte ha dado nuevas oportunidades y alejado de la violencia.
Hay casos extremos. Juan Guillmermo Cuadrado, jugador internacional, vivió a los cuatro años de edad la muerte de su padre a manos de grupos insurgentes y, años más tarde, debido a la inseguridad de la región, madre e hijo quedaron separados. Algo que tampoco le queda lejos a su compañero de selección Juan Fernando. Quintero, quien se crió en la peligrosa Comuna Trece de Medellín, estigmatizada por la violencia, en donde el destino de la mayoría de los niños es el de el abandono escolar y la inserción en alguna de las pandillas del barrio en donde los malos hábitos son la nota preponderante.
Son ejemplos vivos de cómo el fútbol puede cambiar existencias en un país que tiene que hacer frente a numerosos problemas internos como las guerra de guerrilleros, los grupos paramilitares y los carteles de la droga. Estos han obligado a millones de colombianos a desplazarse del campo a las comunidades suburbanas empobrecidas y con un nivel de desempleo alto para salvar sus propias vidas.


Las familias de El Hoyo Kennedy viven en casas de tablones de madera en donde no llega el agua corriente. / ADRIÁN SUÁREZ
En estas comunidades, diferentes organizaciones trabajan utilizando el fútbol como herramienta fundamental de enseñanza para intentar solucionar los principales problemas de los jóvenes que se ven involucrados en el tema de la drogadicción, del pandillismo, el alcoholismo, los embarazos prematuros y la violencia intrafamiliar.
Cartagena de Indias es la la región más turística de Colombia y el lugar donde el rango de desigualdades queda más patente. Allí se encuentra uno de los barrios más conflictivos y alejado de cualquier parecido a la palabra glamour: El Hoyo Kennedy. Pronto queda atrás la preciosa ciudad amurallada y los rascacielos; estos solo eran un espejismo. Pronto, las carreteras se transforman en caminos de tierra por donde transitan todo tipo de personas y vehículos, generando una atmósfera pesada de polvo y calor. A las casas, construidas con tablones de madera, no les llega el agua corriente. Es un lugar en donde el orden y las leyes desaparecen, ya que ningún cuerpo de seguridad policial llega hasta él. Todo se mantiene en una aparente tranquilidad, pero con cada cruce de miradas se percibe la tensión en la que se vive.

Yo antes era un joven de guerra. Mi misión y mi visión era la de sobrevivir o mori
“No tenéis nada por lo que preocuparos aquí, la ley soy yo”, asegura Fredy Ramos, un joven negro de 20 años. A pesar de su corta edad, Fredy ha vivido mucho y, solo unos años atrás, él era el líder pandillero de la zona. Estas son pandillas compuestas por chicos de entre 12 y 17 años que se arman con armas blancas y de fuego para defender las llamadas “líneas imaginarias”, es decir, la parte territorial a la que pertenecen dentro del barrio. Incluso se da la paradoja de que muchos de ellos aún no conocen el mar pese a vivir en una ciudad costera (la playa está a escasos cinco minutos en coche) ya que no se atreven a cruzar alguna de las calles colindantes a sus casas por miedo a recibir un tiro. Su espacio de acción se reduce a unas cuantas manzanas de casas.
Mucha de esa realidad queda reflejada en las palabras de Fredy Ramos cuando se refiere a su vida pasa “Yo antes era un joven de guerra. Mi misión y mi visión era la de sobrevivir o morir, ese era mi único pensamiento, el de que me acabaran a mi o que yo acabara con la vida de otra persona”.


Dos niños de El Hoyo Kennedy observan la parte rica de Cartagena de Indias. / ADRIÁN SUÁREZ.
Sin embargo, un día, el fútbol llegó a su vida a través de la ONGWorld Couch Colombia, que al igual que como otras como One World FútbolFútbol con CorazónColombianitos o Conexión Colombia, consideran el este deporte como una herramienta poderosa porque brinda unas posibilidades pedagógicas formidables para poder trabajar con los niños y adolescentes. Se trata de uno de los pocos deportes que permite poner a jugar a una gran cantidad de niños a la vez, con un presupuesto mínimo: cuatro piedras y un balón.

El fútbol es increíble, no me interesa por el dinero que lo rodea, sino por el cambio que puede lograr en nuestra comunidad
“Se trata de un deporte que mueve masas, pasiones y es uno de los más populares en el mundo a través del cual encontramos un espacio en el que los niños se sienten atraídos, van a ser queridos, van a ser tomados en cuenta y a partir de ahí nosotros podemos ayudarles, inculcándoles valores para la vida y para que puedan convivir de una manera sana y alegre", asegura Adalina Castillo trabajadora social de World Couch Colombia.
Gracias a este tipo de organizaciones y a la conexión con el fútbol se trabajan muchos aspectos que de otra manera podrían ser más difíciles. Existen los llamados programas de igualdad de género, los cuales se desarrollan con niñas y mujeres para que puedan adquirir el sentimiento de que su cuerpo les pertenece, así como mejorar su autoestima y capacitarlas para decidir sobre sus vidas, incluida su sexualidad. Además de fomentar el juego mixto entre ambos sexos, potenciando el respecto hacia la mujer.
Por otro lado también se han desarrollado los programas para el progreso de los jóvenes, que motivan a los niños a que asistan al colegio y tengan un buen rendimiento escolar, convirtiendo el fútbol en un premio final de cada día, una recompensa al compromiso con el estudio y, por otro lado, dotándoles de las herramientas necesarias para que en un futuro puedan tener un trabajo digno o la posibilidad de continuar sus estudios a nivel técnico o universitario.
Sin embargo algunos de estos jóvenes, aquellos con mayor liderazgo, terminan desarrollando los programas de líderes de comunidad o, como les gusta decir a ellos, los programas de “guerreros del fútbol”, en donde se convierten en nuevos profesores de las ONG. De este modo, las propias organizaciones se nutren de los jóvenes que en un primer momento necesitaron de su apoyo para seguir desarrollando los diferentes programas. Unas personas que conocen las dos caras de la moneda y que pueden servir de ejemplo para muchos de los niños de la comunidad.

Es uno de los pocos deportes que permite poner a jugar a una gran cantidad de niños con un presupuesto mínimo: cuatro piedras y un balón
Fredy Ramos es uno de esos jóvenes que decidió dar el paso y convertirse de nuevo en un líder dentro de su comunidad, pero ahora viendo la vida desde el otro lado de la barrera. Es uno de los tutores dentro de World Couch Colombia encargado de regenerar su comunidad y de intentar sacar a muchos jóvenes de los malos hábitos a través del fútbol, como un día aún no tan lejano, le sucedió a él. Ahora su misión es la de ayudar a niños de su entorno a cambiar las drogas o un arma por un balón.
Y es que como le gusta decir a él "el fútbol es algo increíble, en realidad no me interesa por la fama o por el dinero que lo rodea, sino por la ayuda y la forma de cambio que puede lograr en nuestra comunidad. Es increíble ver como un muchacho del barrio es capaz de dejar su arma y cambiarlo por un balón, todo su universo se transforma y su rostro vuelve a ser el de un niño".


Algunos de los niños de El Hoyo Kennedy tras disputar un partido de fútbol. / ADRIÁN SUÁREZ.
Es tarde y el sol comienza a caer, por lo que no es conveniente permanecer en la calle. Sin embargo toda la tensión desaparece en el momento en que el primer balón comenzó a rodar y junto a él gran cantidad de niños, a ritmo de carcajadas, comienzan a jugar. Dentro de la cancha nadie le debe nada a nadie, no existen los rencores, ni las venganzas, ni las amenazas y, mucho menos, la violencia, sino que todo se cambia por adrenalina y buenas energías, un ejemplo para toda la sociedad. Tal vez, alguno de ellos llegue a convertirse en el futuro en el nuevo Juan Guillermo Cuadrado o Juan Fernando Quintero dentro de la selección colombiana, pero lo que sí se puede decir con certeza es que, gracias al fútbol, todos ellos quizá tengan un futuro mucho más prometedor.

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