Las ‘devadasi’: niñas de propiedad pública
Una tradición ancestral india obliga a que niñas de las castas más bajas sean destinadas a satisfacer las necesidades sexuales de los hombres del pueblo
Aunque la práctica está prohibida por ley, sigue vigente y está contribuyendo a la expansión del VIH
TERESA SANTORO (MU) Jewargi (India) 30 SEP 2014 - 18:27 CEST
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Había oído hablar de las mujeres devadasi a alguna de mis compañeras de Manos Unidas. Se mencionaban de pasada en alguno de los proyectos que apoyamos, pero no llegaba a entender bien en qué consistía el sistema de las devadasi, una tradición ancestral por la que mujeres y niñas de la casta más baja son ofrecidas a la diosa Yallamma para ayudar a los sacerdotes con las ofrendas a los dioses. Una vez alcanzada la pubertad, están obligadas a satisfacer sexualmente a los hombres del pueblo; nunca pueden negarse a ello y tampoco les está permitido casarse. Pasan a ser un bien público.
Mi contacto con la realidad de las devadasi fue en el año 2006, en uno de mis primeros viajes a India. Íbamos a identificar un proyecto para el que pedían un centro de formación para trabajadoras de la salud,y en el mismo recinto había una escuela de educación primaria que solicitaba una ampliación para poder acoger a más niños. Está en Jewargi, al sur de la ciudad de Gulbarga, en la zona norte del Estado de Karnataka, en la parte central del subcontinente indio.
Uno de los profesores nos iba explicando los problemas que tenían: la falta de espacio o las dificultades para mantener su asistencia al colegio y para integrarlas en la sociedad. Se pretende que en la escuela se formen y se preparen para que se nieguen a afrontar el futuro al que se ven abocadas. Estábamos en la parte baja del centro; era un pasillo abierto por uno de los laterales, pintado de un verde fuerte, y a los lados había unas niñitas de unos siete a 10 años aproximadamente —es muy difícil calcular la edad en India por la malnutrición que sufren—. Iban pintadas, llenas de collares, pulseras… Como cualquier trabajadora del sexo que podamos encontrar en una de nuestras ciudades. El responsable del centro iba contándonos alguno de los casos de las niñas que allí había y nos explicó por qué había madres en el exterior: estaban vigilando a sus hijas para que nadie abusara de ellas sin que la familia obtuviese previamente un beneficio.
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A través de uno de los trabajadores sociales les hacíamos preguntas, como por ejemplo si estaban contentas de estar en la escuela y si ya sabían leer, qué les gustaría ser el día de mañana, etc. Ellas contestaban muy serias, excepto cuando les mencionábamos el tema del matrimonio. En general, las niñas nos decían que toda su ilusión era poder casarse y tener hijos. Mientras, las madres que seguían fuera, a una cierta distancia, tenían las caras más tristes que nunca he visto en India….¡Qué pena ver que a esas niñas no las iban dejar casarse nunca! Se nos hacía un nudo en la garganta por la emoción mientras las pequeñas sonreían abiertamente pensando que el día de mañana llegarían a tener una vida más digna.
Los padres deciden desde la infancia entregar a su hija —generalmente cuando tienen entre cuatro y ocho años— a la diosa Yellamma y la condenan de por vida a ejercer la prostitución. Así, su futuro y el de sus hijos está marcado para siempre. Antes de la época colonial llegaban a tener un estatus social alto y estaban bien consideradas. Según la tradición, las devadasi no se pueden casar. Pertenecen a familias de las castas más bajas, sin recursos económicos. Cuando alcanzan la pubertad, cualquier hombre las puede usar sexualmente.
El sistema de las devadasi está prohibido por una Ley del año 1982, que fue reformada en 1984 y 1988, pero sigue vigente en la práctica y está contribuyendo a la expansión del VIH. Por el norte de Karnataka pasa la carretera nacional más importante del Estado que une Bombay y Bangalore. Los camioneros paran, son contagiados por las devadasis, la mayoría con VIH, y continúan extendiendo la enfermedad en sus pueblos.
¿Cómo es posible que este sistema subsista?, nos preguntábamos. Es una manifestación más de la discriminación de género que existe en India. Las familias se libran de una boca a la que alimentar y, como no se casan, se libran también de la dote, dowry, que tendrían que entregar a la familia del futuro marido. El que nazca una niña en la India es una desgracia porque supone que, para poder darle la dote, tienen que pedir un préstamo y los prestamistas les cobran unos intereses que endeudan a la familia de por vida.
Al estar prohibido el sistema devadasi, ya no están en un templo, sino en lugares discretos y, la mayoría de las veces, en casa de sus padres.
En otro viaje fuimos a un dispensario para ver un ecógrafo que habíamos ayudado a financiar. Allí había un letrero enorme que informaba de que por ley tienen prohibido decir el sexo del futuro bebé, para evitar abortos selectivos de niñas.
Manos Unidas, siguiendo el principio de la subsidiaridad que está en su línea de actuación y a instancia de las trabajadoras sociales de Sindargi, está apoyando en la actualidad otro proyecto que pretende empoderar a las niñas devadasi con cursos que las capaciten para poder obtener ingresos propios y abandonar este sistema.
Estoy deseando visitar in situ este nuevo proyecto y conocer directamente de boca de las interesadas cómo ha cambiado su vida con la capacitación que hemos colaborado a mejorar.
Teresa Santoro es voluntaria y miembro del Departamento de Proyectos de Manos Unidas en Costa Oeste de India.
Prostitución en nombre de la tradición
Aunque pueda parecer mentira, en el Estado indio de Karnataka pervive en pleno siglo XXI una tradición ancestral cuyo origen es difícil de establecer. Las supersticiones, alimentadas por la pobreza y la ignorancia, llevan a muchas familias a ofrecer a algunas de sus niñas a los templos para librarse de los males que les afectan.
Estas, una vez alcanzada la pubertad, se convierten en propiedad pública y son destinadas a satisfacer sexualmente a los hombres de su aldea. Una mujer devadasi nunca puede negarse ni casarse. Si lo hace, la diosa llevará la desgracia a sus parientes cercanos.
Por su falta de instrucción, estas mujeres desconocen que la ley las apoya para negarse a esta práctica. Aunque en 1982 el Gobierno de Karnataka abolió esta práctica, no ofreció programas de reinserción para las víctimas, por lo que han buscado su sustento vendiendo sus cuerpos, ya que a las devadasi sólo les está permitido mendigar cuando alcanzan cierta edad y se ven repudiadas. Llaman a las puertas pidiendo limosna, llevando sobre sus cabezas el ídolo de la diosa a la que fueron dedicadas. Muchas de ellas, terminan en burdeles de Mumbai, Bangalore y Chennai, víctimas del tráfico sexual y de enfermedades como el sida.
El proyecto que apoya Manos Unidas se está desarrollando en la localidad de Sindargi, que dista 60 kilómetros de Bijapur, capital del distrito del mismo nombre. Allí, los Jesuitas, que llevan desde el año 2005 trabajando para que las devadasi sean conscientes de que la prostitución no es su único destino, y menos aún el de sus hijos. Las mujeres reciben asistencia y formación para abandonar de un negocio basado en la preeminencia natural de las castas superiores sobre los dalits o intocables.
Manos Unidas colaborará en la puesta en marcha de actividades como la formación de grupos de autoayuda, cursillos de concienciación sobre salud y discriminación por razón de sexo y de casta, clases de informática, de inglés y de otras materias de las que ya se han beneficiado unas 450 mujeres y sus hijos.
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