Por cada niña, un bosque
El pueblo de Piplantri, en el estado indio de Rajastán, celebra el nacimiento de cada mujer con la plantación de 111 árboles para asegurar su futuro y concienciar contra los feticidios
Á. L. M. CANTERA Piplantri (India) 27 OCT 2014 - 18:37 CET
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Disha parecía loca de gusto. Su madre masajeaba su cuerpecito con un ungüento de aloe vera. Hábiles y atentos, sus dedos subían y bajaban, animados por una danza tan sinuosa como tenaz. Desde el vientre hasta los talones y la planta de los pies, y desde las nalgas hasta las aletas de la nariz. Pura celebraba con ese baño y la consiguiente puja –rito espiritual hindú– el año y poco de vida de su hija. El baile de caricias hacía brotar carcajadas de felicidad en el bebé, como crecen más de un centenar de árboles en su nombre en Piplantri.
La árida localidad del estado indio de Rajastán no sólo honra la llegada al mundo de los varones con danzas, cantos y proclamas a las deidades hindúes. Sino que también las niñas son bienvenidas con un ritual más terrenal y menos efímero; la plantación de 111 árboles en su honor. “Cuidamos de los árboles como parte de nuestra familia. Porque son el fruto de la tierra y porque también nos darán el fruto para mantener a nuestras hijas", explica Pura, una de las mujeres de la aldea de 8.500 habitantes que se benefician del proyecto.
Desde hace seis años, las madres de Piplantri pueden formar parte de la iniciativa Kiran Hadhi Yogana, de forma voluntaria. Al entrar en el proyecto, las familias se responsabilizan de la plantación y cuidado de 111 árboles por cada niña que nazca en su hogar. También de forma voluntaria, los padres se comprometen a aportar un depósito fijo de 21.000 rupias (271,5 euros) para el futuro de sus hijas. “El resto del pueblo contribuye con 10.000 rupias más para hacer un total de 31.000 (400 euros) para cada niña. Si las familias no puedan aportar la cantidad más alta, ésta correría a cargo de la comunidad”, explica elsarpancha –alcalde– de la localidad y creador del proyecto. Shyam Sundal Paliwal concibió la idea cuando se vio al cargo del departamento de saneamiento y medio ambiente de Piplantri, pero fue la muerte por deshidratación de su hija Kiran en 2007 lo que puso la simiente final. “Kiran Hadhi Yogana beneficia a todos. Más de 60 familias se han sumado al programa y hemos plantado 285.000 árboles en un espacio de 2.000 hectáreas”, apunta Shyam, quien asegura que ahora las familias están más predispuestas a aceptar el nacimiento de niñas por la ayuda económica que ello conlleva.
La concepción de una niña en India supone un contratiempo debido a las imposiciones de una sociedad patriarcal y patrilineal. Los varones son el sustento de la economía doméstica mientras que las hijas son casadas previa dote, lo que implica un gasto añadido para su familia. Pese a que la ley india prohíbe esta costumbre desde 1961, el pago de sumas de dinero por parte de los padres de la novia a la familia del esposo, quien se hace cargo de la mujer, sigue siendo habitual en todos los estados indios. La permanencia de este atavismo conduce, indirectamente, a prácticas que son ya un silencio a gritos en el país asiático, los feticidios femeninos.
No existen datos certeros acerca de este drama clandestino. Pero las cifras referentes a la proporción de hombres y mujeres en India, reflejados en el último censo de 2011, son reveladoras: 940 mujeres por cada 1.000 hombres. En el estado de Rajastán el fenómeno deja un ratio aun menor, 928 por cada 1.000. Mientras que en el caso de menores de 6 años, los números son contundentes: sólo hay 888 niñas por cada 1.000 niños –una relación muy baja si se compara con la proporción natural de sexos entre recién nacidos, establecida en valores de 103 a 107 varones por cada 100 hembras–. El Gobierno indio ha intentado poner freno al aborto selectivo de niñas mediante la actualización en 2003 de la Ley sobre las Técnicas de Diagnóstico Prenatal (1994), prohibiendo las sonografías y otros métodos de predicción del sexo del feto. Aunque lleva una década en vigor, sólo un pueblo de Rajastán ha interpuesto una denuncia por feticidio en base a la ley. Y únicamente en 13 de los 35 estados de India se han recogido casos judiciales por incumplimiento de la misma.
El proyecto en Piplantri está dando sus frutos. Según el propio Shyam, la proporción de niñas y niños se ha invertido en los últimos seis años hasta llegar a los 48 niños y 52 niñas; con una natalidad anual de 50 a 62 niñas. Además de mejorar el entorno natural, la plantación de 111 árboles por cada niña nacida en Piplantri también previene los matrimonios infantiles, otra de las lacras sociales de India. “Mis padres me casaron cuando tenía 14 años. Pero mi hija tiene la oportunidad de esperar hasta que sea mayor de edad”, cuenta Lalitha, mientras acuna a Puja en sus brazos. Para formar parte del proyecto, Lalitha y su marido Gehari Lal Bhalai tuvieron que firmar una declaración jurada ante el panchayat –ayuntamiento– en la que se comprometían a cuidar de los árboles plantados así como a mantener el depósito concedido hasta que su hija cumpla 18 años, cuando lo podrán usar para su educación o para la dote matrimonial.
El matrimonio infantil es un fenómeno global, por el que cada tres segundos una niña es obligada a casarse. Pero según el último informe de UNICEF sobre matrimonio infantil, de junio de 2014, India es el sexto país del mundo con mayor incidencia de matrimonios prematuros. El mismo informe confirma que el 58% de las mujeres indias de entre 20 y 49 se casaron antes de cumplir 18 años, y más de un cuarto de la población femenina contrajo matrimonio siendo menores de 15 años.
El depósito de las familias sirve para diseñar un futuro mejor para las niñas. El valor natural de los árboles también augura más prosperidad para el pueblo de Piplantri. Según cálculos del propio Shyam, después de 18 años de vida –cuando las niñas alcanzan la mayoría de edad– cada árbol llega a valer 50.000 rupias, lo que supone un total de más de 5 millones de rupias (71.000 euros). “El proyecto también hace que el 80% de las mujeres sean el motor del desarrollo del campo, mientras sus maridos trabajan en las minas de mármol”, señala Jeetender Updhayay, responsable del distrito al que pertenece Piplantri. La explotación de las canteras de mármol es la principal fuente de ingresos de las familias de la zona, pero también la razón última de la deforestación de su entorno natural. En una región desértica como la de Rajastán, los desechos generados por la minería no hacen más que degradar un suelo ya yermo. Durante las lluvias del monzón, el agua no se filtraba a las capas freáticas sino que arrastraba la poca vegetación de la superficie. “Con la repoblación del entorno, hemos conseguido mantener el agua y las sales minerales necesarias en el suelo. Hace cinco años, teníamos que cavar 200 metros para encontrar agua, mientras que hoy se puede encontrar a 3,5 metros de profundidad”, concluye Jeetender.
El Gobierno indio ha premiado la iniciativa por su conjugación de un entorno limpio junto al desarrollo de los derechos de las niñas, y expertos como el reconocido ambientalista de Rajastán, Harsh Vardhan, han descrito este movimiento en términos de eco-feminismo. Pero el proyecto no se ha quedado ahí, sino que ha evolucionado hasta el punto de servir de sustento para algunas mujeres de Piplantri organizadas en cooperativas de producción y venta de productos de aloe vera. Se empezó a sembrar aloe vera junto a los árboles plantados para evitar que las termitas acabasen con los árboles, y los más de 270.000 arbustos de aloe vera que florecen en la actualidad sirven para proteger el entorno y para generar beneficios económicos. “Esta idea ha revolucionado la forma de vida en el pueblo. Las familias no tienen problemas en tener hijas y el proyecto de aloe vera da trabajo a diez mujeres por 200 rupias diarias además de los dividendos de lo vendido mensualmente”, explica Kala Devi, encargada desde hace tres años de la cooperativa de las cremas, zumos y gel de baño creadas con aloe vera. El éxito de los productos con aloe vera ha hecho que la cooperativa piense ya en los posibles usos de la madera y el bambú para la fabricación artesanal de mobiliario casero, y así dar trabajo y generar ingresos para otras mujeres del pueblo.
La revolución natural de Piplantri está relacionada con el ciclo vital, ya que también se plantan 11 árboles cada vez que alguien muere, para honrar la memoria del difunto. Y como se celebran los nacimientos y las defunciones, también las relaciones entre mortales se glorifican en conexión con la naturaleza. Muchos de los árboles del pueblo están adornados con diminutos cordeles de colores. En una alegoría a la fiesta hindú del Raksha Bandhan –en la que las chicas atan un hilo en la muñeca de los chicos como símbolo de hermandad–, las niñas de Piplantri también enhebran cuerdas en los troncos de los árboles como señal de respeto y protección. “Ahora las familias son conscientes de que los árboles y la naturaleza son una parte importante de la familia”, cuenta Shyam, orgulloso de estar repoblando su tierra con lo vital para asegurar el fruto del mañana. Junto con árboles para el medio ambiente.
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