Maestros o mártires
México espera por el destino de 43 estudiantes desaparecidos
Este es el perfil de diez profesores en ciernes que chocaron con el crimen organizado
PABLO DE LLANO / JUAN DIEGO QUESADA Ayotzinapa 12 OCT 2014 - 01:53 CEST
La escuela normal rural de Ayotzinapa es la sala de espera de los padres de los 43 estudiantes de magisterio mexicanos desaparecidos hace dos semanas. El centro de estudios forma maestros rurales. Es público, gratuito y solo selecciona a miembros de familias pobres. Las instalaciones están a un lado de una carretera secundaria en una serranía calurosa, separadas de los núcleos urbanos cercanos. Cuenta con unos 500 alumnos en régimen de internado. Tiene 88 años de antigüedad y es de tradición ideológica socialista. En ella se formó el conocido guerrillero Lucio Cabañas. El viernes a la comida, charlando sobre la Revolución cubana, un estudiante le mostraba a otro un cuaderno de El Capital de Carlos Marx y le decía: "Mira esto. Ya voy por el cuarto. Cuando tú llegues a eso, vas a entender lo que es Cuba". El centro mantiene un espíritu contestatario, de defensa del campo y fuertemente corporativo. Los estudiantes, de primer y segundo curso, la mayoría en torno a los 20 años, fueron secuestrados el viernes 26 de septiembre a manos de la policía municipal de Iguala -una ciudad cercana- y unos presuntos sicarios. Los alumnos estaban apropiándose en esos momentos de tres autobuses que iban a utilizar para sus desplazamientos, una práctica muy común con la que compensan sus bajos recursos. Las autoridades han hallado en este tiempo una decena de fosas ocultas en un cerro con más de 30 cadáveres que siguen sin ser identificados. El alcalde de Iguala y su jefe de policía, supuestos aliados de un cartel local, están prófugos.
Esta es una selección de perfiles suyos en base a entrevistas con familiares.
José Ángel Campos | Amable y goleador
Cuando Bernardo Campos llega a casa por las noches, su mujer le pregunta si el chico apareció y él le dice "no, nada". Entonces ella se pone triste y empieza a llorar. El mediano de sus tres hijos, José Ángel Campos, se había pasado la vida trabajando con su padre. "Cultivábamos maíz, frijol, sorgo para alimentar las vaquitas de ordeña. O nos íbamos de peones. Otras personas nos alquilaban para el campo", dice Bernardo. Su esposa no está con él haciendo guardia en la escuela porque se tiene que quedar en casa cuidando a un tío enfermo que "se mareó de la úlcera". José Ángel terminó el bachillerato el curso pasado con 32 años y decidió que quería ser profesor. Su padre lo apoyó y le dijo que mientras estudiase, él se encargaría de que en casa hubiese comida. Cuenta que es amable, trabajador y un buen delantero amateur. "Su palabra más favorita era gol". José Ángel está casado y tiene dos hijas, América, de siete años, y una de dos meses que aún no tiene nombre porque todavía no la han llevado al registro civil. De momento no le llaman de ninguna manera.
César Manuel González | Cristiano Ronaldo lee a Marx
El día que desapareció se dejó el teléfono en la escuela. Al encenderlo, llegan mensajes en Facebook: "¿Dónde estás, canijo?"; en Instagram: "Vuelve de una pinche vez"; y en Whatsapp: "Rezo por ti". Tres meses en la escuela fueron suficientes para cambiarlo. El Tlaxcalita, de 21 años, llegó vestido de marca, mandaba a las chicas fotos de sus abdominales y se dibujaba a sí mismo en una aplicación del móvil con aires a Cristiano Ronaldo. Esa imagen es su fondo de pantalla. Las teorías de Marx y el entrenamiento físico refrenaron su carácter vanidoso. Con el dinero que le mandaba su familia se compró unas sandalias de suela de llanta que presumía, con ironía, como si fueran unos Salvatore Ferragamo. "Vale más la palabra de un pobre que la de un rico", era ahora su frase favorita. Llamaba a casa y le decía a su padre: "¿Cómo está usted?". Hasta entonces siempre le había hablado de tú. Noches atrás, su padre se despertó sobresaltado. Hizo autostop en una carretera secundaria hasta llegar a Iguala, donde desaparecieron los estudiantes. Vagó de madrugada por una ciudad de sombras. En una esquina vio a César vestido con un sudadera. Lo persiguió durante varias calles hasta que logró ver bien su cara. No era César.
Jorge Álvarez Nava | Un campesino con sinusitis
Su padre lo vio por última vez en agosto cuando vino a una reunión a la escuela. Jorge, 19 años, se acercó a saludarlo y se dieron un abrazo. Su hermana era cajera en un banco hasta que ocurrió lo de su desaparición. Le dijo a su jefe que no era capaz de concentrarse para hacer cuentas y dejó el trabajo. Jorge tuvo fiebre tifoidea a los seis años y sinusitis durante toda su vida. Eso lo desvió de su destino de trabajar la tierra con su padre y le hizo pasar más tiempo dentro de casa pegado a su madre. Ella dice que leía mucho y después le iba a hablar de lo que aprendía. "De historia, de cómo se hizo el mundo, de la luna, que si la tierra, que si los meteoritos; él estudiaba todas esas cosas en la computadora y me las platicaba". El padre siente el impulso de ir al monte a tratar de encontrar a su hijo: "Si pudiera ir a buscarlo armado, iría". Hace un año le compró una guitarra de 2.500 pesos (150 euros) a pagar en dos plazos. Había aprendido a tocar por Internet. La canción que más ensayaba era Cuando me enamoro, de Enrique Iglesias y Juan Luis Guerra.
Bernardo Flores | Comilón de iguanas
Randy, el perro, saca a la iguana de la madriguera y Bernardo, el cazador, la remata con un tirachinas. Después el cazador lleva la pieza a su madre. La señora le corta las patas, la cabeza y condimenta la carne. Cuando está en su punto de cocción, vierte una salsa de chile verde. La comida favorita de Bernardo es la iguana en salsa verde. Durante muchos años, se levantó a las siete de la mañana para trabajar el campo. Con un machete limpiaba el terreno. Se dio cuenta de que este no era su mundo cuando probó otra cosa. Un día acompañó a su madre, una maestra de escuela y descubrió lo reconfortante que es trabajar sentado. Bernardo -el cazador, el campesino de 19 años- se sintió profesor. Pero no iba a ser tan fácil. En Ayotzinapa vivió días de zozobra por el físico. Sus kilos de más fueron un lastre. Bernardo -El Cochi por su parecido con un narco regordete de una película- eran el que menos corría. Le costaba hacer flexiones. Solo tenía una ventaja. Al resto le habían salido callos por el manejo del machete. Las suyas, ásperas como la piel de una iguana, permanecían intactas. Su padre Nardo lo espera ahora en el patio de la escuela. Alrededor del padre merodea un perro. Bernardo, días antes de su desaparición, le escribió un SMS a su viejo: "Por aquí hay un perro que se parece a Randy".
Saúl Bruno García | Amigo de los cerdos
Después diez minutos de conversación, de repente su padre se pone hosco y dice que se arrepiente de haber dicho de qué pueblo son, y no deja de repetirlo. "Ahora si mi hijo aparece van a venir derechito a por él a la casa". Pide que se elimine del bloc el nombre del lugar, "bórrelo, bórrelo". Su hijo, el tercero de cuatro, tiene 18 años. Dicen sus padres que la primera semana de pruebas en la escuela lo pasó mal. Comían poco, hacían mucho ejercicio y solo dormían una hora y media al día, de madrugada. También leían. "Estudiaba puros libros de leyes", dice su madre. "Me dijo, mami, yo me metí a activista para leer y poder explicarle las cosas a los chamacos y defender a mis compañeros". Están orgullosos de que sea el primer "profesionista" de la familia. Había salido de casa a los 16 años para poder ir a hacer el bachillerato. Dicen que le gustaba dibujar. Hace poco le pintó a una sobrina suya una rosa con una espada cruzada. Y le encantaba el trabajo del campo, especialmente darle de comer a los marranos.
Antonio Santana Maestro | Un novio concienzudo
Tiene 20 años. Se llama Antonio porque nació un día con un santo de nombre feo y su madre dijo que mejor el del día anterior, San Antonio. Desde chico acompañaba al trabajo a su madre, maestra de primaria. Allí no hay luz, ni ordenadores, y los alumnos son hijos de campesinos analfabetos que se desloman para que su familia prospere. Entre esas cuatro paredes de un aula remota, Antonio, El Teacher por su segundo apellido en inglés, tomó conciencia de que quería dedicar su vida a enseñar a los más pobres. La escuela de Ayotzinapa, muy cerquita de su casa, era el mejor lugar para conseguir ese objetivo. No sabe conducir. Juega al fútbol en un sitio conocido como La Jaula, una cancha de tierra rodeada de alambrada. Cuando marcaba un gol se subía a ella y festejaba como si estuviera en La Bombonera. Antonio se crió sin padre pero un hombre con sombrero blanco, bigote y gesto adusto con el que se casó su madre por segunda vez hizo de tal. Esa sombra de un padre ausente le ha hecho tener algunas cosas muy claras en la vida: él no quiere ser un tarambana que va teniendo niños por ahí que no pueda criar. Una chica del pueblo lo rondaba para casarse con él pero su madre recuerda lo que le contestó: "Señorita, no me quiero casar así nomás, sin nada que ofrecer".
Christian Alfonso Rodríguez | ¿Danzante o guerrillero?
Un día antes de su desaparición se pasó por casa. Su familia vive en Tixtla, un pueblo al lado de Ayotzinapa. Christian, 19 años, le dijo a su madre que después de las actividades en Iguala -la incautación de tres autobuses con los que iban a viajar a una marcha al DF- pasaría tres días de descanso con ellos. La madre lo persignó y le dijo que fuera con Dios. Desde entonces no lo ha vuelto a ver. Le llaman Hugo porque solía ir con una camiseta de Hugo Boss. Es alto -187 centímetros- y calza un 43. Siempre se da cuenta de que su compañero de habitación le ha tomado prestadas las botas porque le sobra medio pie. No quiere ser profesor. Lo suyo era la danza. La escuela rural es un oportunidad para formarse intelectualmente y dejar de ser una carga económica para sus padres. El baile que mejor se le da es el veracruzano. Para perpetrarlo se viste de botín, guayabera, pantalón de manta, sombrero y pañuelo rojo. En el futuro se ve como profesor de danzas regionales mexicanas. Su hermana Carmen es mucho más bajita que él. La familia dice entre bromas que con ella le echaron menos ganas o no le pusieron suficiente abono. Aunque a Hugo lo habían nombrado delegado de su clase, su hermana Carmen lo tiene claro: "Él no encajaba en este ambiente".
Jorge Antonio Tizapa Legideño | Apagado o fuera de cobertura
Su padre es una carta con dinero que llega de Estados Unidos. Jorge Antonio apenas tiene recuerdos de su progenitor, que hace muchos años se fue a trabajar de fontanero allá arriba. El padre está enterado de lo ocurrido pero por ahora no planea volver. La madre no deja de llamar a su hijo por teléfono. El número al que llama está "apagado o fuera de cobertura". Jorge, de 20 años, no fue un alumno especialmente aventajado en la escuela. Le costaban las matemáticas y la lengua. Durante un tiempo dejó los estudios. Cubría como chófer de un microbús la ruta de Tixtla a Atliaca. Se enamoró de una muchacha con la que tuvo un hijo. Construyó una casa de lámina junto a la de su madre. Ni él ni la muchacha fueron felices y se separaron. En ese momento decidió ingresar en la escuela de magisterio. Su hermano Iván dice que últimamente estaba más "ponchado", entre fuerte y rellenito. Su madre va a todos lados con una carpetilla donde guarda el acta de nacimiento de su hijo: "Nacido a las 13:40 de un día de junio de 1994". Mientras hablamos vuelve a marcar por teléfono. La llamada no entra.
Carlos Lorenzo Hernández | Entre Marx y el Quijote
Está en primer curso y tiene 18 años. "Es alto, morenito, ni muy flaco ni muy gordo, rollicito", dice Enidh, su tía, de 22 años. Son de Huajintepec, un pueblo a seis horas en coche de la escuela de magisterio. "Ni muy pequeño ni muy grande". Cuando aún vivía en el pueblo, Enidh y él se juntaban por las tardes con el resto de "los chamacos" y se ponían a jugar al fútbol. "Allá es una vida tranquila. Ni accidentes ni violencia ni nada". Es el mayor de cuatro hermanos. Su padre trabaja cortando malas hierbas en plantaciones de maíz por 150 pesos (nueve euros) al día. Hubieran preferido mandarlo a estudiar más cerca de casa, pero no había ningún centro donde tuviese dormitorio y comida gratis y en el que no hubiese que pagar por la inscripción. Carlos les decía que estaba leyendo a Marx y a Lenin y una novela: Don Quijote de la Mancha.
Jesús Jovany Rodríguez | Orden y progreso
Jesús Jovany Rodríguez tiene 20 años. Su anhelo era ser maestro, aunque a su madre le gustaba más la idea de que estudiase informática. "Por dondequiera, en eso de las computadoras hay más trabajo". María Concepción Tlatempa, serena, arropada con un rebozo blanco, dice que su hijo estaba contento porque pronto le iban a entregar en la escuela el uniforme de gala. Le contaba que por las mañanas salían a correr temprano, sobre las cinco de la mañana. Él es el mayor de tres hermanos. Se comportaba con ellos como un orientador. A su hermana, de 19 años, le recomendó que no se casara tan joven. Pensaba que tenía que formarse primero para no pasarse el resto de su vida metida en casa dependiendo de su marido. Ella le hacía caso y quería estudiar también para maestra. Pero se quedó embarazada, se casó y renunció a los estudios. Su madre cuenta que era serio y austero. Solo una vez le pidió un capricho. Unas Nike blancas de 700 pesos (40 euros). Se las compró hace cuatro años. Todavía las conservaba en casa de sus padres, alineadas en el armario en una hilera de tenis, al lado de la hilera de los zapatos.
Las fotos de los alumnos son de Rodolfo Valtierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario