Nunca me canso de leer a Julián Marías, mi filósofo de cabecera. No sólo es profundo sino también claro -ya saben “la claridad es la cortesía del filósofo”, que decía Ortega-. De él es una idea que cobra plena actualidad: el totalitarismo no consiste en desfiles, banderas, botas de media caña, y saludos a la romana, o con el puño en alto. Esa es la parte folclórica. El totalitarismo consiste en que “el Estado invade la vida privada y los usos sociales, nada permanece al margen del poder público”.
Esto tiene una lectura inquietante: que el totalitarismo puede ser compatible con una democracia formal. Porque ¿de qué sirve que haya partidos políticos si todos están adscritos a la Ideología Unica, es decir a la Ideología de Género?; ¿de qué sirve que haya pluralismo informativo, si prácticamente toda la flota de papel y audiovisual está subvencionada por los lobbies LGTB (con la excepción de algún submarino de bolsillo como éste que estás leyendo)?; ¿de qué sirve la separación de poderes si hasta el judicial -que, a la postre, es el más temible porque te puede meter en la cárcel- dicta sentencias con “perspectiva de género”, como acaba de decir explícitamente la jueza canaria Gloria Poyatos al conceder una pensión de viudedad a una mujer, a pesar de que todas las denuncias de malos tratos que presentó contra su ex marido fueron archivadas?
No hay orden de la vida privada y los usos sociales que escapen a la dictadura del Género. Lo cual convierte a las palabras “democracia” y “Estado de derecho” en cáscaras vacías, carentes de significado.
Lo hemos comprobado con las furibundas reacciones que ha cosechado el autobús naranja de HazteOir.org en su periplo por ciudades españolas y norteamericanas, por decir simplemente que “dos y dos son cuatro”.
Lo malo de los totalitarismos es que conducen directamente al frenopático. Lo malo o lo ridículo. No hay nada más ridículo que encumbrar a un charlatán como el ruso Lysenko al podio de la ciencia, como hizo el estalinismo, a pesar de que su disparatada teoría genética abocó a la URSS a la hambruna.
Ni más chusco que llevar los dogmas de género hasta el deporte, desvirtuando por completo su esencia que es la competición en igualdad de oportunidades.
A nadie en su sano juicio se le ocurre poner un púgil de peso pluma a disputar el título al campeón de los pesos pesados. Pues bien, salvando las distancias, eso es lo que hacen los varones transexuales que se operan para ser mujeres y compiten en modalidades femeninas de distintos deportes: voleibol, ciclismo, lucha libre o levantamiento de pesas.
Y lo más escandaloso de todo no es que lo hagan sino que las autoridades deportivas lo permitan. Si alguien nos lo hubiera dicho hace sólo diez años le habríamos tomado por loco. Lo terrible es que los locos están ahora en el Comité Olímpico Internacional y que hace sólo unos días se proclamó campeona de levantamiento de pesas de Australia una mujer que nació hombre: Laurel Hubbard. ¿Qué te parece?
Hemos hecho un recuento de deportistas ‘trans’ de EEUU y Australia que han jugado en equipos femeninos derrotando sistemáticamente a sus oponentes. http://www.actuall.com/ familia/juego-sucio-de-los- trans-deportistas-femeninas- derrotadas-por-mujeres-que- fueron-hombres/ ¿Por qué será?
Como señala Ana Fuentes en el reportaje, citando a médicos, psiquiatras y comentaristas deportivos: la cirugía de cambio de sexo no transforma ni la masa muscular, ni la longitud de los huesos, ni otras características que hacen superior al varón sobre la mujer en el terreno de juego.
¿Entonces? ¿Por qué se permite esta pantomima, esta gigantesca burla? Que ¿por qué? Acuerdate de Lysenko. Y de Julián Marías y su observación sobre el totalitarismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario