“Corrupción es la vulgaridad del nuevo rico pasada a la política”
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Todo comenzó hace 30 años, cuando el filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) aún no era tal y se quedó obnubilado ante las estilizadas figuras rojinegras de una cerámica griega de belleza extraordinaria. Tenía 17 años, y aquel descubrimiento en la superficie de una vasija resquebrajada se convirtió en una intuición que fue el germen de su filosofía de la ejemplaridad. “En la Grecia arcaica vemos una cultura de la ejemplaridad que todavía no tiene conciencia de sí misma. Los grandes héroes de Homero, las esculturas de atletas desnudos (los Kuroi), los grandes personajes de Herodoto, eran figuras que contenían muchas cosas de las que desarrollé. En la Ilíada y laOdisea había un universo entero narrado a través de ejemplos”.
En 2003 publicó su primer libro, Imitación y experiencia, por el que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo. Luego llegaron Aquiles en el gineceo (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible (2013), volumen que cerró su célebre Tetralogía de la ejemplaridad. En total, más de 1.500 páginas de reflexiones sobre el tema que la editorial Taurus acaba de editar en cuatro tomos, una obra que cobra especial vigencia en el momento actual, cuando las crisis institucionales se suceden y cada día aflora un nuevo caso de corrupción.
Para que la sociedad funcione adecuadamente, sostiene Gomá, “el cumplimiento de la legalidad es condición necesaria pero no suficiente”. “Ese plus respecto a la legalidad lo cubre el concepto de ejemplaridad”, asegura.
A su despacho de director de la Fundación Juan March le llaman con frecuencia para que comente los últimos escándalos y alumbre las razones por las que hemos llegado a este lodazal. “En la mayoría de los casos no quieren saber tu opinión sino tu posición; la política está regida por el amigo-enemigo, y lo que se quiere ver es en qué lugar te colocas”. Gomá distingue actualidad —“lo que atrae la atención de los medios de comunicación y de los políticos en un momento”— de realidad —“los fenómenos subyacentes que permanecen en el tiempo y que son dignos de reflexión”—. Como filósofo, dice, defiende su derecho “a escurrir el bulto de la actualidad” para mantener su “fidelidad a la realidad”.
Si le preguntas, entonces, qué hemos hecho mal, retrocede en el tiempo. Cita a Sánchez Albornoz (“España es un país sin feudalismo ni burguesía”) y recuerda que la clase media en nuestra nación no cobró protagonismo hasta la transición. “Mientras en otros países se desarrollaba una clase media, cuya preocupación principal era la propiedad y la libertad y a su alrededor creaba un mundo entero —Estado de derecho, créditos, sistema de libertades...— en España había una minoría privilegiada y una mayoría social empobrecida”. Todas las revoluciones liberales, señala, “acababan siendo sofocadas por la reacción”.
No es hasta que termina la dictadura franquista que se produce el advenimiento de la clase media. Y en los ochenta llega una explosión de libertad. “Pero una libertad desordenada, sin reglas, disparatada”. Y nosotros, que casi habíamos tropezado con la libertad, “de pronto nos hacemos ricos por los fondos que vienen de Europa”. “Es una riqueza que no está basada en el esfuerzo, en la producción, en el ahorro”.
Corrían los años noventa, y lo que sucedió entonces es conocido: “Aparece el fenómeno del nuevorriquismo en esa clase media que se acaba de estrenar, sin educación para la libertad y rica sin trabajar”. La ostentación, el consumo excesivo, “la gran vulgaridad moral” se apoderan del imaginario colectivo… “¿Y qué es la corrupción, sino la vulgaridad del nuevo rico pasada a la política?”, considera Gomá.
A diferencia de otras crisis, que habían afectado en mayor o menor medida a diversos sectores de la sociedad, la de ahora “ha hecho bajar un escalón a toda la clase media, y esto ha generado una gran angustia colectiva que ha provocado que se cuestione incluso el modelo construido durante la transición”. Cree que una de las lecciones de esta crisis es que el sistema clásico de los partidos políticos ha perdido legitimidad y confianza. “La época de dos partidos mastodónticos, opacos y anticuados ya pasó”, asegura. Pero también advierte que “los momentos excepcionales hay que verlos como tal, y no se debe plantear un cambio de modelo cuando uno está viviendo una situación de dolor extremo”.
Su teoría de la ejemplaridad enlaza con el concepto de “ideal” para iluminar posibles salidas. “El ideal es una propuesta de perfección humana y social que nunca se realiza pero sirve para avanzar”. Sin ideal no hay progreso ni se puede ejercer la sana crítica, “por eso una democracia sin ideales es frágil y vulnerable”. Cree que en el “ideal democrático” el paradigma de la liberación individual, que imperó entre los siglos XVIII y XX, “ya rindió todos sus frutos”. “Hoy lo importante no es ser libre, sino seguir siendo libres juntos”.
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