El infierno de Nada en la selva boliviana
La niña de L’Hospitalet cumplió 10 años mientras estaba cautiva
La menor en una zona de plantaciones de coca en Bolivia hacía de esposa del secuestrador
REBECA CARRANCO Barcelona 23 MAR 2014 - 00:48 CET
Nada cumplió 10 años el pasado 5 de marzo, cuando estaba secuestrada en la selva boliviana. No hubo regalos, ni fiesta de ningún tipo. Pero días después, los guardias civiles que la rescataron le compraron una mochila de las Monster High, y una muñeca, con la que jugó en el avión de vuelta. No lo había hecho en siete meses. En la selva no se le permitió ser una niña. Trabajó como agricultora en las plantaciones de coca, cultivó piñas y estuvo obligada a ejercer de esposa de su captor, Grover Morales, de 35 años, ahora detenido. El hombre se la llevó con el permiso de sus padres.
Nada es marroquí, y ha pasado la mayor parte de su vida en L’Hospitalet de Llobregat, una ciudad barcelonesa grande, a la que llegó siendo prácticamente un bebé desde Tánger. Allí vive con sus padres —que están imputados por abandono de la familia— y con sus dos hermanos, de cuatro y de dos años. En las imágenes del rescate en Bolivia difundidas por la Guardia Civil, aparece una niña, vestida con una túnica y con un velo azul en la cabeza, que no parece ella. En todo momento la acompaña un hombre alto de la Guardia Civil, el teniente José Miguel Hidalgo.
Él y dos guardias más pasaron un mes en la selva tratando de encontrar a la menor, a la que Grover se llevó el 27 de agosto. Todo podría haber sido más fácil. “Pero tuvimos mala suerte”, explica el teniente del grupo de secuestros. Los guardias llegaron a Cochabamba, a una casa del hermano de Grover, el 30 de enero por la tarde (tardaron varios meses en conseguir autorización para viajar a la zona), justo un día después de que Grover se marchase de nuevo a la selva con la niña.
Grover y Nada aterrizaron en Bolivia a finales de agosto. Pasaron unos días en Cochabamba, y luego el hombre se llevó a la cría a la zona selvática de Chaparé, a que conociese a su madre, Valentina Ortuño, y a que trabajase en las plantaciones de coca. En teoría, Grover y la menor debían regresar a L’Hospitalet en siete días. Pero ella supo “desde el primer momento” que no iba a volver, explica Hidalgo, y lo “asumió con resignación”. Solo pedía una cosa: seguir estudiando. Algo que Grover le quitó de la cabeza a fuerza de “palos”. A la selva no había ido ni a estudiar ni a jugar; su nueva vida era la de esposa y agricultora.
Primero vivieron en pequeños poblados, cerca de las ciudades de Entre Ríos y Unión. Zonas rojas, dominadas por líderes sindicales, de plantaciones de coca. La niña no podía separarse de Grover, un hombre muy delgado y bajo, con una melena larguísima, y aspecto frágil, que tiene antecedentes por habar violado a sus dos hermanas, Judith y Rilma, cuando tenían 11 y 13 años. Él presentaba a la niña como su sobrina, a la que llamaba Evelyn. En Entre Ríos, la introdujo en la Asociación Evangélica Misión Israelita del Nuevo Pacto, que el teniente Hidalgo define como una secta, y allí la bautizó. La intención de Grover, según Hidalgo, era ascender en la secta, donde los líderes deben desposar a vírgenes menores de 10 años.
Desde ese momento, Nada pasó a ir vestida con túnica y velo. Una ropa muy diferente de la que usaba en L’Hospitalet, donde vestía como cualquier niña de su edad. Vivía con sus padres en el 1º 2ª del número 60 de la calle de Teide. Grover residía en el mismo rellano, en el 1º 4ª. En pocos meses había entablado amistad con los padres de Nada, Fátima y Abdelaziz, que firmaron un acta notarial de autorización para el viaje a Bolivia. Grover —que entró a España suplantando la identidad de un amigo para camuflar sus antecedentes sexuales— afirmó a los medios bolivianos que la intención del viaje era que la niña, con la que habían acordado que se acabaría casando, conociese a su familia. Además, dijo, comprarían oro barato y lo introducirían en España sin levantar sospechas, porque Nada llevaría las sortijas y los collares colgados.
Pero al pisar Bolivia, Grover decidió no volver más. En diciembre, después de haber pasado ya cuatro meses en la selva, regresó con la menor a Cochabamba, a una casa de su hermano. Allí se quedó justo hasta el día antes de que llegó la Guardia Civil. Los agentes sospechan que ya había sido alertado por su hermano Fidel, al que los Mossos habían interrogado en Barcelona, de que iban a por él. De nuevo, arrastró a Nada a la selva. Esta vez se desplazó a una zona más cerrada. Grover llevaba tres días de ventaja a la Guardia Civil. Cuando los agentes se acercaban, recibía un soplo y se trasladaba a otro poblado.
La persecución obligaba a los agentes a dormir en los coches. “A veces salíamos a una base policial de la zona a comer, o al municipio más cercano”, recuerda Hidalgo. Pero las lluvias torrenciales complicaban la caza del secuestrador. Había derrumbes de puentes, crecidas de ríos… Incluso que se quedaron dos días incomunicados en una carretera. Ante ese panorama, el 15 de febrero los guardias decidieron regresar a España.
Pero muy poco después, en marzo, llegó una llamada providencial. Grover buscaba a su madre para que le diese dinero. Intentaba localizarla, pero el móvil estaba apagado. La mujer había sido detenida por ayudar a su hijo en el secuestro, pero él no lo sabía. Grover acabó llamando a una conocida de su entorno. Lo hizo desde un teléfono rural, que funciona durante pocas horas al día, y el número quedó registrado. De esa forma los agentes supieron que estaba en Anta Huagana, un lugar en medio de la nada.
El 5 de marzo, los guardias volvieron al terreno. Grover se escondía a 18 horas a pie y dos en coche de la población más cercana, Monte Puncu. Los guardias intentaron hacer el recorrido a pie, pero cuando llevaban ya 11 horas caminando bajo la lluvia, llegaron a un río “imposible de cruzar”. Así que optaron por ir en helicóptero. El 8 de marzo a las 13.30 entraron en el poblado. El teniente lo describe como una actuación “rapidísima”. Nada estaba ya con unas mujeres, que la cuidaban a la espera de la policía, y Grover había sido retenido por el hermano del líder sindical del lugar. De allí les llevaron a una antigua base aérea de la DEA.
Nada se puso a llorar al verse salvada. Pensaba que ya nunca escaparía de la selva, ni de Grover, ni de su vida de esposa y agricultora a los 10 años. Tras hacer todas las gestiones para conseguir documentación para la niña —Grover destruyó su pasaporte— y tras un tiempo en un centro de acogida en Bolivia, el 17 de marzo un avión de Air Europa aterrizó en Barcelona con Nada en él. A su lado, viajaba Hidalgo. Durante 15 minutos, en una sala de convenciones del aeropuerto, la niña pudo ver a sus padres y a sus dos hermanos. “Estaba un poco temerosa”, recuerda Hidalgo, que lo atribuye a la situación, ya que estaban rodeados de guardias y mossos, además de una traductora.
El padre de la niña está ahora en el punto de mira del titular del juzgadode instrucción 1 de L’Hospitalet. Desde el principio, ha cambiado su versión: primero negó haber dado cualquier permiso a Grover para llevársela, luego admitió que sí y en una nueva declaración ante los Mossos contó que pactó con Grover que consiguiese documentación boliviana para la niña, porque así creía que sería más fácil conseguir la española (tanto los padres como la menor están en situación irregular).
Nada sigue en el hospital, donde le están realizando pruebas para garantizar que está bien. Por ahora no podrá regresar a su casa. Un equipo de técnicos de la Generalitat deberá decidir si es adecuado que vuelva con sus padres, y mientras vivirá en un centro de acogida. A pesar de todo, la menor está contenta, afirma Hidalgo. Ha recuperado su vida de niña, de juegos y estudios, que ya daba por perdida.
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