La derecha política
Que estos líderes ganaran la partida es como que en América venciera el Tea party
Cualquier sentimiento de benevolencia que uno pudiera albergar para con nuestros gobernantes, habida cuenta de la difícil corrida que les ha tocado lidiar, desaparece ante los embustes, triunfalismos injustificados, atribución de méritos ajenos como propios y demás falacias con que nos obsequian. En recientes artículos, José Carlos Díez (EL PAÍS, 27 de diciembre de 2013) y Joaquín Estefanía (EL PAÍS, 30 de diciembre de 2013) desmienten con datos precisos las falsas buenas noticias y ponen donde corresponde el nuevo eslogan del presidente según el cual “2012 fue el año del ajuste, 2013 el de las reformas y 2014 será el de la recuperación”. En resumen, según Estefanía, “una sociedad devastada por casi seis años de crisis económica y una gestión de la misma muy deficiente, que no merece que la engañen más”.
Estos últimos tiempos parece que el rechazo a las actuaciones de la derecha política alcanzan incluso a miembros de sus propias filas. Cabe sospechar que hasta los fieles más acérrimos, aquellos a quienes incluso los mayores desaguisados les parecen bien siempre que el responsable sea de los “nuestros”, tendrían que sentirse incómodos. Aunque lo dudo. Las adhesiones tribales o grupales son muy duraderas cuando el hábito de pensar ha sido erradicado o, peor aún, cuando nunca ha sido inculcado. Según Salvador Sostres la mayoría de los políticos de la derecha que van por ahí de liberales no son más que unos horteras. Tal vez sería útil indagar sobre el posible fundamento de esta opinión. El hortera es víctima de una confusión: en su escala de valores lo más alto no es lo mejor sino lo que más brilla. De entrada, si no fuera por los efectos contaminantes, los horteras serían inofensivos, pero a la vista está que esta gente es peligrosa. ¿Acaso ignorar los valores estéticos puede ser indicio de similar olvido en cuanto a los valores éticos? La corrupción, la mentira, la arbitrariedad, la prepotencia, la capacidad de seguir adelante como si tal cosa cuando la policía judicial registra la sede del partido durante 14 horas, ¿eso qué es, falta de sensibilidad estética u olvido de la ética?
Cuando las medidas de austeridad tomadas por el Gobierno llevan a una “devaluación interna” que castiga sobre todo a las rentas más bajas, retrasando además la recuperación del consumo interno, esencial para el crecimiento; cuando la factura eléctrica resulta insoportable para muchas familias pero no se puede subvencionar porque peligraría la cifra del déficit, la misma razón por la que hay que reducir o liquidar las ayudas a Cultura, Investigación o Educación y, sin embargo, las obras del AVE a Galicia no se pueden interrumpir; cuando se congela el salario mínimo pero no se reduce el gasto corriente de las Administraciones públicas, habrá que preguntar: ¿qué valores éticos, políticos, económicos o estéticos se han sopesado? Sería curioso conocer cuáles han sido los criterios debatidos para mejorar la seguridad pública según propuesta del ministro del Interior o la reforma de la ley de educación o cuáles se barajaron en una, supuestamente, “amplia” discusión que, según nos han dicho, precedió a la publicación de este impresentable proyecto de reforma de la legislación del aborto que ha merecido el aplauso de la extrema derecha francesa de Le Pen. Brillante trabajo, culminación de este año 2013, un año para olvidar en el que la clamorosa incompetencia de nuestra derecha política junto a la exhibición sin tapujos de sus reflejos más reaccionarios obliga a suponer que aquí hay algo que falla a nivel muy básico.
Para mí, al final, se trata tan solo de pensar. Pensar, en el sentido socrático, es decir, ser capaz de reflexionar y hacer juicios de valor. Si nuestros políticos reflexionaran con un mínimo de prudencia ellos mismos se darían cuenta. Pero nunca aprendieron que “una vida sin examen no merece la pena ser vivida” y olvidar a Sócrates suele tener deplorables consecuencias. Fueron educados en el canon eclesiástico, según el cual pensar está prohibido y los librepensadores van todos al infierno. Seguramente, nuestros actuales gobernantes figuraron entre los primeros de la clase y así les luce el pelo. La contrapartida es el drástico recorte de pelo en los ingresos, las oportunidades y las libertades de los ciudadanos. Y digo ciudadanos, porque ciudadanas no hay. Los que se disponen a aprobar esa ley del aborto, caiga quien caiga, no consideran que las mujeres tengan capacidad para tomar decisiones por sí mismas. Necesitan, obviamente, ser protegidas, como seres inferiores que son y más en asuntos graves como este del aborto. Aquí se requiere la autorización de dos médicos y mejor tres, también un psiquiatra. Por supuesto, a la cárcel no van a ir, faltaría más. Los únicos que en este régimen irán a la cárcel son los hombres, titulares plenos de derechos y obligaciones. El ministro de Justicia lo ha explicado muy bien, pues además de destacado jurista es excelente pedagogo. También ha dicho que es hora de quitar a la izquierda la bandera de la moralidad y no es extraño que lo diga. La Iglesia conservadora y el Opus Dei no pueden perder esta oportunidad de recobrar las enseñanzas de San Pablo, cuya doctrina sobre las limitaciones de la mujer y la necesidad de proteger al cristiano de sus asechanzas diabólicas mediante su sumisión absoluta es, seguramente, el asunto más importante para los ideólogos religiosos del Gobierno. También es el más peliagudo que tendrá que afrontar, tarde o temprano, el papa Francisco: la liberación de la mujer, su equiparación con el hombre en el seno de la Iglesia como la ha alcanzado en todo el Occidente. Si no consigue eso quedarán devaluados sus esfuerzos por la redención de los más necesitados. Y no lo va a tener fácil.
Por eso, lo de dejar atrás el miedo, como también nos exhorta a hacer Rajoy en el nuevo año, se presenta problemático. Si la derecha política gana la partida aquí es como si en América se impusiera un partido republicano dominado por el Tea Party, los herederos del Ku Klux Klan. Algo parecido a un poder integrista religioso, pero en América, y allí funcionan muchos contrapesos. Aquí sería distinto: sería para dar miedo.
Jaime Botín es alumno de la Escuela de Filosofía. Fue presidente de Bankinter entre 1986 y 2002.
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