CARTA DEL DIRECTOR
El Estado bumerán
RICARDO
PEDRO J. RAMÍREZ
¿Por qué será que desde hace una década, cada vez que desde los poderes públicos se suscita una ilusión colectiva de cualquier índole, ésta desemboca en una frustración que nos deja peor de lo que estábamos?
«Faltan cabezas precisamente porque nunca ruedan las de quienes controlan desde arriba»
Todo comenzó con el final de la próspera era de Aznar. Su tenaz empeño en convertir a España en una potencia mundial de primer orden a través de una relación privilegiada con Washington y Londres desembocó en la foto de las Azores, el fiasco de la invasión de Irak para eliminar aquellas inexistentes armas de destrucción masiva y la monstruosa factura que alguien -aún no sabemos quién ni cómo- nos pasó el 11 de marzo de 2004, interfiriendo en nuestro proceso democrático, para cortarnos las alas como nación.
En medio de aquel gran trauma, la llegada al poder de Zapatero engendró la esperanza de que la nueva generación de la izquierda española se hubiera modernizado y fuera capaz de gobernar con eficacia dentro de la legalidad. Tras una primera legislatura de apariencia discreta en la que se engendraron los graves problemas que afloraron después, la crisis puso en evidencia la debilidad de ese proyecto renovador. Hasta el extremo de que la herencia terminó en manos de quien, representando lo peor del felipismo, menos posibilidades tenía de continuarlo. Las vivencias de aquellos años parecerían parte de una pesadilla colectiva si no fuera porque, en gran medida, seguimos sin despertar de ese mal sueño.
Se buscaba impartir justicia esclareciendo las circunstancias de la masacre de Madrid, y el acomodamiento de policías, fiscales y jueces a la conveniencia del nuevo Gobierno dejaba un reguero de pruebas falsas y testimonios mentirosos, que desembocaban en una sentencia plagada de lagunas y errores fácticos, redactada a la vez -la posteridad no saldrá del pasmo- que el libro de la esposa del ponente.
Se ponía en marcha una iniciativa política de la envergadura de la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña, con el propósito de diluir las reivindicaciones nacionalistas dentro del marco constitucional aún a costa de fracturar los consensos de la Transición, y se desencadenaba un sentimiento independentista más furibundo que nunca.
«El único antídoto eficaz a una ruptura constitucional es la propia reforma constitucional»
Se intentaban capitalizar los éxitos policiales y la firmeza del Estado de Derecho frente al terrorismo en los años anteriores, para acabar definitivamente con ETA, y se terminaba dando oxígeno a la banda a través de una negociación política, que le permitía pasar del tiro en la nuca a las instituciones sin disolverse, ni entregar las armas, ni siquiera pedir perdón a las víctimas.
Se pretendía proporcionar a España independencia energética y ponerla a la cabeza de los esfuerzos mundiales en favor de la sostenibilidad ambiental y se montaba el tinglado de picaresca y corrupción de las primas a las renovables que engordaba exponencialmente el déficit de tarifa, y nos convertía en el país desarrollado con la electricidad más cara del mundo.
Se tomaban medidas para estimular la economía y combatir el desempleo, en línea con las recomendaciones del G-20, y el desequilibrio presupuestario disparaba la prima de riesgo, nos colocaba al borde del colapso y obligaba a emprender recortes que deprimían todavía más la actividad.
Siempre nos salía el tiro por la culata, pero todo lo explicábamos entonces en función de la personalidad de Zapatero. La ridiculización del presidente se convirtió en un género literario, e incluso atribuirle buenas intenciones mal ejecutadas parecía motivo de sospecha. Desde posiciones muy diversas dábamos por hecho que todo cambiaría con la llegada de Rajoy, un hombre aburrido pero previsible, poco carismático pero solvente. Su mayoría absoluta parecía un contrato elevado a público con todas las garantías de un reputado registrador de la propiedad en excedencia. El tiempo de las tonterías se había terminado y ahí estaba, en efecto, un Gobierno suficientemente preparado para sacar al país del atolladero.
Pues bien, casi sin solución de continuidad llegaron una tras otra las amargas decepciones, porque quien había prometido bajar los impuestos, los subió, ya veremos hasta cuándo; porque quien había denunciado la «traición» de Zapatero a las víctimas, hizo suya su hoja de ruta, excarceló a Bolinaga, esperó pasivo la sentencia de Estrasburgo y estimuló su aplicación de la forma más favorable para ETA posible, desencadenando la dinámica en la que estamos; porque quien movilizó a la sociedad española contra un estatuto de autonomía que desbordaba la Constitución, la mantiene aletargada e insensible ante un proceso independentista que avanza desbocado en pos de la destrucción de España; porque quien tanto se benefició políticamente de las denuncias de corrupción en corral ajeno ha optado por tapar la acaecida en el propio, al constatar que no podía evitar que le salpicara personalmente; o porque quien había incluido en su programa el compromiso de restablecer la independencia del Poder Judicial, ha preferido desdecirse con tal de controlarlo él.
Entre tanto, la ilusión por obtener para Madrid los Juegos Olímpicos de 2020 desembocó no ya en la decepción, sino en la vergüenza ajena del desastre de Buenos Aires, sólo paliado por el buen decir del Príncipe. Cuando parecía que el timo de Bienvenido Mister Marshall formaba parte de la fenecida España en blanco y negro de Berlanga, el señor Adelson va y deja a la Comunidad de Madrid seducida y abandonada, pasando de largo con su anhelada ciudad de la perdición y el juego. Cuando estábamos tan orgullosos de que una de nuestras empresas hubiera ganado el concurso de las obras del Canal de Panamá, se destapa el pastel de una oferta artificialmente a la baja, basada en la confianza de un posterior apaño, que ahora queda en el aire y con dinero público comprometido. Éxitos deportivos aparte, en sólo 10 años hemos pasado del España va bien al España todo lo hace mal.
De repente, es como si el actual Gobierno sólo disparara con la carabina de Ambrosio. Organiza Mas su «¡Vivan las cadenas!» separatista, y el ministro de Asuntos Exteriores le felicita por el éxito como si ya hubiera abierto embajada en Barcelona y se tratara del día de su onomástica.
Monta Soria el pandemonio de una reforma eléctrica que agravia a todas las partes, y en el mismo momento de su entrada en vigor, tiene que echar abajo el sistema de fijación de precios, inventándose que había existido «burda manipulación» en la subasta, cuyo resultado le ponía simplemente en evidencia. Intenta Gallardón reconciliar al Gobierno con su base electoral con una reforma del aborto destinada a corregir la laxitud que permite decidir a las menores sin conocimiento de sus padres y se pasa de frenada hasta el extremo de poner en pie de guerra a los espíritus más mansos del PP, convirtiendo una oportunidad en un problema. Y ¿qué decir del esperpento de la redada anunciada antes de que sucediera, por la obsesión de llegar a la hora del telediario para contraprogramar el impacto del «baile de los monstruos» de Durango? ¿Alguien puede creer que la responsabilidad de lo ocurrido se circunscriba a un jefe de prensa con el gatillo demasiado rápido?
A este circo no es que le crezcan los enanos, sino que las pulgas se le convierten en gigantes. Y aun así, el PP le saca nueve puntos en intención de voto al PSOE, mientras la UPyD de Rosa Díez, con todo su mérito y pujanza, no logra romper el techo del 10%. Es patente que la partitocracia implica la «ausencia de los mejores». Faltan cabezas precisamente porque nunca ruedan las de quienes controlan desde arriba hacia abajo los aparatos de los partidos, ajenos al principio de responsabilidad política.
Pero, ¿y qué sucede en una institución del Estado tan alta como la Casa del Rey, en la que se supone que rige la meritocracia y a la que en teoría llegan, si no las mayores lumbreras, sí al menos los hombres más serenos, avezados y prudentes? Nunca se había visto nada tan insensato como esta campaña destinada a relanzar la imagen del Monarca, a base de un mensaje de Navidad reafirmativo y enérgico, y el publirreportaje del ¡Hola!, cuando, como se vio el día de la Pascua Militar, Don Juan Carlos no estaba todavía en condiciones de retomar las riendas. El remedio ha sido literalmente peor que la enfermedad, pues en lugar de poner un dique a la crecida en favor de la abdicación, no ha servido sino para sembrar las dudas en quienes hasta ahora nos hemos opuesto tajantemente a ella.
La concatenación del triste espectáculo de ver al Rey balbuceante en una Pascua Militar en la que se omitió toda referencia a los dos asuntos de Estado que más directamente conciernen a los militares, y leer al día siguiente la demoledora descripción del juez Castro de los chanchullos financieros de su hija y de su yerno -fruto también de la loca estrategia de oponerse a la imputación de la Infanta a toda costa-, ha marcado la sima del pozo en el que estamos.
Es cierto que el año se ha iniciado con indicadores económicos que apuntan a un alentador cambio de tendencia; pero, al margen de su por ahora escasísima incidencia en el bienestar de las familias, sólo Rajoy puede creer que eso es lo único que importa a los ciudadanos, como si viviéramos aún en la España del desarrollismo, en la que lo recomendable era no meterse en política.
No, nuestros problemas esenciales son políticos y si, como dice el presidente, la mejora económica «no ha sido por casualidad» -nobleza obliga reconocerle aciertos en este ámbito fundamental-, tampoco el empeoramiento político es «por casualidad». Los elementos de continuidad entre las dos legislaturas de Zapatero y ésta de Rajoy ponen de manifiesto que el factor humano puede agravar o atenuar la intensidad de los problemas, pero su causa intrínseca está en las reglas del juego. En concreto, en ese título VIII de la Constitución de 1978 que con toda propiedad Jorge de Esteban tildaba esta semana de «inacabada», en esa ley electoral que prima el bipartidismo y fortalece a las cúpulas frente a las bases, en esa Ley de Financiación de Partidos que no supedita la asignación de fondos públicos a la democracia interna, y en ese reglamento del Congreso que mantiene a los diputados uncidos al carro de los grupos parlamentarios y dificulta la labor de control al Gobierno.
Todas las buenas cabezas de la Nación saben que esos son los cuatro pilares de la regeneración, pero la clase política instalada se niega, no ya a hacerse el haraquiri, sino tan siquiera a relajar los términos de su actual derecho de pernada sobre los cauces democráticos. Por eso, al agradecer la Orden de Bernardo O'Higgins con la que la República de Chile ha venido a honrarme, advertí el miércoles de que, aquí y en cualquier parte, ahora como en cualquier época, el único antídoto eficaz a una ruptura constitucional que se barrunta por doquier es la reforma constitucional. Porque los ciudadanos están ya hartos de que el Estado concebido para ayudarles y protegerles se haya convertido en un detestable bumerán, lanzado al aire con tanta torpeza o perfidia como para que siempre les golpee en su regreso. Y no es difícil entender que, como decía Einstein, «quien quiera resultados distintos, debe dejar de hacer lo mismo de siempre».
pedroj.ramirez@elmundo.es
el dispreciau dice:
- la clase política ya ha mentido demasiado, insultando a la inteligencia pública tanto como a la consciencia social...
- las corporaciones han perdido su inserción social, por ende ya no tienen razón de ser ya que se sustentan en hechos ficticios que van en contra de los principios sociales... imponiendo desde criterios perimidos, la descartabilidad social como eje funcional, y la esclavitud como eje operativo... denigrando la condición social y humana de los ciudadanos así como despreciando la de los consumidores, que asisten a un mercado virtual inexistente y paradójico...
- los estados han alcanzado un grado de ausencia tal que ya no tienen razón de ser ni de existir...
- las democracias son meras dictaduras de oportunismos ideológicos caídos...
- los reinos están ocupados por inútiles portadores de apellidos respaldados en títulos y honores robados, por consiguiente están viciados de nulidad existencial...
- las dictaduras están exacerbadas en la inconsistencia de poderes mafiosos que se mueven al ritmo de las perversidades de sus titulares... compran el poder para estar a salvo de las leyes vacías... pero se consumen tan rápido como aparecen, porque no aportan nada a nadie y peor aún, consumen las inocencias y las humildades sociales, arrojándolas al abismo...
- el imperio es una expresión virtual de algo que no existe... está enfermo de poder y de soberbia... pero al contrario de los antiguos imperios, su única razón de existir es el recaudar asaltando los esfuerzos de los anónimos, los muchos... para luego no dar nada a cambio, sólo zozobra a largo plazo...
- la sociedad humana está harta de ser discriminada y negada, burlada y descartada, raptada para ser sometida y esclavizada por una horda de idiotas en uso y abuso de cualquier poder...
- los años noventa dieron lugar a un poder que "inventó" la "globalización"... y los idiotas funcionales a dicho interés supremo, no tuvieron en cuenta que la iniciativa además de estúpida y miserable, tenía en sí misma corta vida útil... ahora, la civilización humana está siendo devorada por la globalización inducida, sin que nadie atine a nada, ya que nadie en los desconciertos del poder sabe qué hacer ante tanto caos... los años noventa pasarán a la historia suprema como la década de los infamias...
- los actuales representantes lacayos del imperio son una banda de impresentables, incapaces de nada, negligentes por excelencia... incapaces para leer, incapaces para interpretar, incapaces para reflexionar, incapaces pata entender... por ende incapaces para ser y hacer por capacidad propia... finalmente, esos mismos imbéciles... aún votados, no representan a nadie... más allá de sus bolsillos y sus egos...
- la sociedad humana ha alcanzado su punto de quiebre... o regresa presta al humanismo y sus fuentes... o se extingue al modo de los dinosaurios, comiéndose a sí misma... justificándose en las mentiras de una historia que jamás existió, pero que queda bonita a la hora de las inquisiciones eclesiásticas, donde los valores se manipulan según la categoría de sacerdote que viola niños o participa de redes de trata de personas...
- el bumeran ha vuelto a golpear el rostro del lanzador... y el daño ya es inocultable... y la sociedad tiene inteligencia suficiente para darse cuenta que ya no hay más espacios para nuevas mentiras y peores desprecios oportunistas...
- el imperio ha caído devorándose a sí mismo... y los reinos... también!.
ENERO 12, 2014.-
el dispreciau dice:
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- las corporaciones han perdido su inserción social, por ende ya no tienen razón de ser ya que se sustentan en hechos ficticios que van en contra de los principios sociales... imponiendo desde criterios perimidos, la descartabilidad social como eje funcional, y la esclavitud como eje operativo... denigrando la condición social y humana de los ciudadanos así como despreciando la de los consumidores, que asisten a un mercado virtual inexistente y paradójico...
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- los actuales representantes lacayos del imperio son una banda de impresentables, incapaces de nada, negligentes por excelencia... incapaces para leer, incapaces para interpretar, incapaces para reflexionar, incapaces pata entender... por ende incapaces para ser y hacer por capacidad propia... finalmente, esos mismos imbéciles... aún votados, no representan a nadie... más allá de sus bolsillos y sus egos...
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ENERO 12, 2014.-
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