Ferrater Mora: una lección de cordura
Su pensamiento ofrece razones para cuestionar el simplismo soberanista, así como la oposición visceral de los grandes partidos españoles a convertir el Estado de las autonomías en el Estado federal que ya casi es
El pasado 30 de octubre José Ferrater Mora hubiera cumplido cien años. En estos momentos en que lo releemos y lo recordamos, no estará de más reparar en algunas de las cosas que escribió sobre lo que él llamó el “problema peninsular”, ahora de nuevo en primera línea de la política. Las reflexiones del filósofo nos ayudarían a insuflar algo de inteligencia en el discurso inarticulado y falto de sustancia que está acompañando al arrebato independentista de Cataluña y a la reacción soliviantada del Gobierno español. Ferrater Mora no se limitó a escribir esa obra monumental que es el Diccionario de Filosofía, también desarrolló un método o una manera propia de hacer filosofía, que llamó “integracionismo”, cuya aplicación se extiende más allá de lo estrictamente académico. Además de expresar una perspectiva filosófica personal, el integracionismo es una actitud que se perfila ya en el ensayo primerizo (de 1956) Les formes de la vida catalana, así como en otros textos que dedicó a meditar sobre el encaje nunca bien resuelto entre Cataluña y España. Textos que pueden parecer menores dentro de la obra de un filósofo, pero que él pensó y repensó, escribió y corrigió, tradujo del catalán al castellano, y fue ampliando con “nuevas cuestiones” a medida que las circunstancias le empujaban a hacerlo.
Ferrater no pensó nunca que la secesión de Cataluña fuera razonable y sensata. Al contrario, rechazó rotundamente el separatismo al que tildaba de “achaque tan ochocentista como el nacionalismo y el centralismo”. Proclamó una y otra vez su fe en el federalismo como el paso a una novedosa interrelación de Cataluña con España y de ambas con Europa. Aun así, era un hombre pragmático, que estimaba a quienes tenían los pies en el suelo y que detestaba las “obsesiones inútiles” y los conflictos inacabables. No me cabe duda de que, ante la explosión soberanista catalana, hubiera sido partidario de la celebración de un referéndum como la forma más democrática de saber qué quiere la gente, eso sí, siempre que la consulta se propusiera no confundir y plantear una pregunta clara e inequívoca.
Apoyar la celebración de un referéndum como medida democrática no significa ser independentista ni es incompatible con la posición federal que Ferrater siempre sostuvo y desarrolló con algún detalle. Veía en el federalismo la única forma de acabar con la oposición de dos polos que suelen presentarse como irreconciliables: la unidad y la pluralidad. La filosofía integracionista que propugnó se basa justamente en el empeño de acabar con los absolutos, las sustancias y las esencias, trata de ver la realidad no como una pugna entre extremos para anularse mutuamente, sino como un “continuo” inapresable por categorías rotundas y cerradas. Esa perspectiva está ya presente en su ensayo sobre “las formas de la vida catalana”, la primera de las cuales es la continuidad, seguida de la ironía, el seny y la mesura. No son solo maneras de ser, sino cualidades a adquirir.
Fijémonos en la continuidad: “una comunidad humana es ‘continua’ cuando no hay en ella, históricamente hablando, puntos y apartes, o cuando éstos son solo un modo de reordenar lo que sigue apareciendo como un conjunto en marcha”. Significa no anclarse en el pasado ni dejar de transformarse con vistas al futuro. En el escrito Reflexiones sobre Cataluña (recogido en el volumen: Tres mundos: Cataluña, España, Europa), pone en guardia a los catalanes contra la reiterada tendencia a contemplar el pasado como lo que hubiera podido ser y no fue, pues solo así dejarán de vivir “obsesionados por el pasado”, serán libres de “intervenir en la realidad sin convertirla en sueño”. Solo si nos liberamos de la “enfermedad del pasado”, del deseo inmarcesible de “renacer” constantemente, dejaremos de interpretar lo que fue como algo que determina irremediablemente el futuro.
El método de Ferrater requiere ironía —él la cultivó con ingenio exquisito—, la distancia imprescindible para contemplar las dos caras de un mismo problema sin miedo a sucumbir a las razones del contrario. Desde la ironía se enfrenta al cansino debate de la “lengua propia”. En 1960 ya escribe a favor de la “catalanización de Cataluña”, porque está convencido de que Cataluña pierde su personalidad si renuncia a su lengua. Sin embargo, no secunda la opción por el monolingüismo, que solo ve explicable desde la necedad y la ignorancia. Todas las “lenguas pequeñas” necesitan el amparo y el soporte de una lengua más universal, porque la lengua es “un instrumento cultural y social” y no “un órgano misterioso —una víscera punto menos que mística y mítica”, inventada por una “psicología lingüística casera—”. Pero no hay que precipitarse: apostar por el bilingüismo no es fácil, no consiste en conformarse con un patois que mezcle alborotadamente ambos idiomas: “El bilingüismo cultural es pernicioso solo cuando se pierde conciencia de él —y se pierde, por añadidura, la habilidad de emplear con razonable soltura ambas lenguas—”.
Esa “razonable soltura”, Ferrater empezó a echarla de menos cuando la administración catalana oficializó el catalán, prefiriendo la cantidad de catalanoparlantes a la calidad lingüística. El celebrado lema “pus parla en català, Déu li’n don glòria”, parecía ser la norma. Ferrater se echaba las manos a la cabeza: “¡Me llegan cartas de la Generalitat con faltas de ortografía!”.
En los mismos años sesenta, cuando Europa aún estaba lejos, Ferrater Mora vislumbra una relación “Cataluña, España, Europa” más allá de las naciones y las soberanías nacionales. Por lo mismo que los separatismos están trasnochados, piensa que las naciones son anacrónicas. Quienes han hecho suyo, sin pensarlo dos veces, el eslogan del 11 de septiembre: Catalunya, nou Estat d’Europa, harían bien en reflexionar sobre este párrafo del filósofo: “Al presumir que catalanizando a Cataluña se la hace más europea, no quiero decir que Cataluña tenga que convertirse en una ‘nación’ a la antigua usanza para que de tal modo pueda incorporarse a un presuntuoso ‘concierto de naciones europeas’. Porque resulta que: primero, no hay ya, en el sentido ‘tradicional’, naciones; y segundo: el ‘concierto’ en cuestión produce melodías harto distintas de las soñadas por los economistas y políticos ochocentistas. Una Cataluña ‘urbana’ y alerta: eso es lo que significa una ‘Cataluña europea’. El resto son juegos florales y sardanas”.
Podría seguir enhebrando citas que no solo resultan tremendamente actuales, sino que ofrecen buenas razones para cuestionar el simplismo soberanista, así como la oposición visceral y recalcitrante de los grandes partidos españoles a revisar a fondo el Estado de las autonomías y convertirlo en el Estado federal que ya casi es. En el discurso de investidura como doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, en 1979, Ferrater Mora nombraba cuatro elementos que, a su juicio, debían caracterizar a la filosofía y, podríamos decir, a la reflexión en general que se precie de hablar de problemas reales y se proponga solucionarlos. Son los siguientes: la fidelidad a la realidad, la propensión al pacto, el profesionalismo y el deseo de claridad.
Son las actitudes que quisiéramos ver en el político cuando aborda situaciones inéditas como la crisis económica y la explosión independentista. Quisiéramos verlas, pero no las vemos. Ni la voluntad de pacto ni la de hablar con claridad han acompañado a la gestión de la crisis. Tampoco los líderes del independentismo parecen muy dispuestos a la claridad y al pacto tras un debate serio, riguroso y libre de manipulaciones.
El pensamiento integracionista de Ferrater Mora es una invitación a la conciliación, teórica y práctica. Fue un filósofo que rehuyó los ismos que nos encierran en habitáculos sin ventanas e impiden afrontar los conflictos de manera civilizada. No soy la primera en recordar, al conmemorar sus cien años, que sus “formas de la vida catalana” no son precisamente las que se muestran en el discurso mesiánico e impreciso que domina la política catalana.
Victoria Camps es filósofa. Acaba de ser galardonada con el Premio Nacional de Ensayo 2012 por su último libro, El gobierno de las emociones (Herder).
el dispreciau dice: claro está, como buen despreciau, marginau y demás (olvidau), lo que piense o sienta se evaporará sin destino... no obstante lo cual, ello no impide que lo diga, ¿no es cierto?. Bien, la clase política mundial se ha ido cegando... llenando de cinismos... desbordando de incapacidades manifiestas y también de las otras, ocultas detrás de otras perversidades... se tornó negligente... perdió capacidad de lectura de las realidades ingentes y desde luego, también de aquellas que pertenecen a las "gentes"... volviéndose tan cínica y tan perversa, que se han creído que la corrupción es justificable sólo por el acceso a la función pública... y es así como que todo lo que hacen o dejan de hacer, se ha vuelto indefendible... desde luego, ellos no lo saben, tampoco lo quieren saber, y jamás lo reconocerán, porque para eso son "inmortales" (¿inmorales?)... El estado de zozobra que transita la humanidad globalizada, es obra y gracia de todo lo descripto... los discursos hablan de derechos, pero los únicos derechos vigentes son los que ostenta la clase política y sus socios en la aventura del poder... tanto es así, que el estado de derecho, ciudadano, humano, social, ha caducado en los albores del Siglo XXI en todos y cada uno de los países que se dicen soberanos, repúblicas, democracias... y otras mentiras, tal el caso de China, para poner un ejemplo aberrante, tal vez el más aberrante de todos los que se muestran por estos días. En dicho contexto, las sociedades humanas se dedican a sobrevivir como pueden... y lo hacen de mejores o peores maneras, manifestándose en desacuerdo con los inútiles que los gobiernan (dicen conducirlos)... esos mismos que les quitan los trabajos y antes de eso, acuerdan restar fuentes laborales... esos mismos que les quitan las casas y luego se rasgan las vestiduras pidiendo a los bancos que no les quiten los techos, pero al mismo tiempo guiñándoles los ojos de los negociados que vendrán... esos mismos que les quitan las escuelas y los hospitales, que antes construyeron para obtener suculentos aportes corruptibles que alimenten sus egos... y sus bolsillos... y sus cuentas bancarias... y las de sus amantes... y... y cuando uno revisa lo que sucede, en la paz de la almohada o lo que queda de ella, se da cuenta que esta tragedia tiene nombre y apellido, y que los esclavos solo somos nosotros. ¿Usted cree que estoy hablando de la Argentina?... no, me refiero a toda la clase política en todo el mundo, incluyendo la nuestra claro. Lo que padecen las gentes de aquí (esos calificados como ultraconservadores) es lo mismo que padecen los sin techo de cualquier parte del mundo, sea en los EEUU, sea en la propia China, o en la Europa Medieval, ya que todo el mundo está medievalizado y regido por una rara caza de brujas sostenida bajo el modelo de la inquisición... sólo que ahora los eclesiásticos colaboran con el tráfico de drogas y de personas, negocios mucho más importantes y renovados que aquel otro de secuestrar negros en el África para luego venderlos a terratenientes en algún lugar del mundo humano. Triste, ¿no?... pero real. Fíjese Usted, que siempre hay alguien que oculta las fechorías de otro alguien, haciendo una cadena interminable que asegura que los derechos ciudadanos se consuman en la vuelta de cada esquina... ¿cree que no?, bien, será porque aún no le ha tocado... pero el terrorismo de estado que rige hoy en el mundo, está generado por la propia clase política que dice defender los derechos humanos de nadie sabe quién ni quiénes. Las gentes, están regresando vertiginosamente a los criterios de las tribus... buscando salvaguardar lo poco que les queda en sus comarcas... y de allí que ya nadie acepte ser parte de nada... de qué vale una frontera y una bandera que sólo sirven para dar de comer a las vanidades, las soberbias, y los antojos de una clase de inútiles políticos devenidos en dioses con pies de barro?... no hay respuesta. No es bueno pagar impuestos para que luego te violen... peor es pagarlos para que luego te mientan y ninguneen... cualquiera de las situaciones es aberrante porque daña la dignidad humana, y sin dignidad, ser ciudadano es una utopía que sólo cabe en las cabezas de estos incapaces llamados "clase política"... en cualquier parte del mundo, da igual. Noviembre 14, 2012.-
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