I
En el campo empresario
Sacude al Gobierno la interna del camembert
Noticias de Economía: Viernes 14 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa
Con las cifras de la evolución económica del primer trimestre en la mano, el funcionario multipropósito Guillermo Moreno soltó un soliloquio en presencia de testigos. "La reactivación va muy bien, pero el sector de alimentos se está quedando. Ahí voy a tener que tomar algunas medidas sectoriales", habría dicho, misterioso, según las fuentes, poco antes de lanzarse a la prohibición de las importaciones.
Otros aseguran que la lectura fue otra. "Se asustó con el aumento de las importaciones en marzo, vio que el saldo comercial se reduciría y que si los especialistas proyectaban el movimiento a todo el año descontarían una menor abundancia de dólares y entonces habría presiones cambiarias", deducen quienes lo frecuentan.
El ministro Boudou se alineó de inmediato con Moreno. "Amado no tiene mucho margen, la pasó muy mal cuando les aconsejó a los Kirchner que manotearan las reservas porque el ruido político sería mínimo y se armó una trifulca tremenda; después recompuso, porque defendió a capa y espada al Gobierno con argumentos y actitudes que a Néstor le encantan, pero la pasó mal."
Fueron los días en que Boudou se sintió solo y aislado, dicen cerca del Gobierno. "Parece que lo mortificaba que Cristina [Kirchner] le pidiera consejos y presentaciones en PowerPoint a Débora [Giorgi] y se desesperó creyendo que le iban a pedir la renuncia." La ministra de Industria y su entorno quedaron convencidos entonces de que desde Economía lanzaron operaciones de prensa para desacreditarla.
Giorgi, con diálogo directo con la Presidenta, ha elegido defender el cumplimiento de los acuerdos internacionales, con lo que ha quedado diciendo públicamente lo contrario de lo que afirman Boudou y Moreno. "La experiencia de Martín Lousteau muestra que no es bueno enfrentarse a Moreno", dice un ex funcionario.
Los empresarios de la alimentación, supuestos beneficiados, se resisten a la prohibición, temerosos de perder por sanciones sus lucrativos mercados externos. La CGT, cada vez más cerca de Cristina, apoya.
"Es una tontería incomprensible; obviamente que si hay competencia desleal hay que detenerla, pero una prohibición general es un espanto; el principal problema comercial que tiene la Argentina es la restricción de China al ingreso de aceite de soja, la entrada de alimentos procesados no debería quitarle el sueño a nadie", dice un empresario del rubro.
"Que Débora [Giorgi] diga que no hay prohibición no significa mucho. Ya nos pasó que firma las licencias de importación y nos paran la mercadería en la Aduana con órdenes verbales de Moreno. ¿Cuántas veces se prohibieron exportaciones e importaciones sin que se firmara un solo papel?", dice un importador de otros rubros, que agrega: "No quisiera estar en los zapatos de los importadores de artículos perecederos".
En la Copal advierten sobre las contramedidas que pueden llegar de Brasil. Daniel Funes de Rioja, presidente de la entidad, además advirtió que el mayor socio del Mercosur está entrando en período electoral, de modo que las reacciones pueden ser exageradas. La Argentina tendría en esa visión todo por perder.
Algunos descuidos se han cometido. La Argentina no pudo hacer su propio stand en la Expo Shanghai y debió contratarlo a la organización china. Y en la inauguración del pabellón argentino " made in China ", por las improvisaciones, no había un solo producto argentino, alimenticio o no, para apreciar. Ahora, con la exposición en marcha, le dieron fondos a la Secretaría de Cultura para que organice eventos en el pabellón.
joviedo@lanacion.com.ar
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II
Opinión
Casi un siglo de caída económica
Roberto Cortés Conde
Para LA NACION
Noticias de Opinión: Viernes 14 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa Enviá tu opinión
En el primer centenario, los argentinos parecían confiados en su destino de progreso. Cuando se está llegando al segundo, la impresión, como resultado de las experiencias de un siglo de desacuerdos, conflictos políticos y declinación económica, es más pesimista.
Mientras que entre 1870 y 1914 la Argentina creció 3% per cápita -mucho más que la generalidad de países del mundo, que en promedio llegó a 1,3%-, entre la Segunda Guerra Mundial y el año 2000 creció 1,3%, bastante menos que el resto del mundo, que tuvo un alza de 2,1 por ciento.
Las causas son varias y complejas, pero todo comenzó en 1914, con la Primera Guerra. La Grand Guerre produjo transformaciones políticas y económicas notables. No se trató sólo de las enormes pérdidas humanas y materiales. Todo cambió: cayeron tres imperios y en su lugar se implantó en uno de ellos un régimen bolchevique; concluyó la Belle Epoque .
La nueva concepción de la guerra, que requería la subordinación de todos los recursos, extendió el ámbito de acción del Estado. Se establecieron controles de cambio y de precios, y la administración experimentó el ejercicio de un amplio control de la sociedad. Las emergencias producen
temores en los ciudadanos, que resignan derechos en favor de quien detenta el poder. Una muy divergente fluctuación de precios resultó de las distintas maneras en que los beligerantes financiaron sus gastos. La flotación de los cambios tuvo un efecto negativo sobre el comercio internacional y los movimientos de capitales.
La Argentina, que se había adaptado al mundo del libre comercio, se encontró con uno nuevo de enormes desequilibrios. No sólo el shock fue terrible: más perdurable fue el desengaño. Quedaba atrás el mundo seguro en el que se había creído. Esa frustración, en algunos países de Europa, llevó a salidas totalitarias.
Durante la guerra, los salarios reales bajaron, mientras que en los años 20, cuando el peso se valorizó, subieron. El público advirtió que las fluctuaciones de ingresos no se debían ya a los movimientos de los mercados, sino a acciones del gobierno, como las que afectaron los tipos de cambio. Esto fue el comienzo del fin del relativo consenso que existió en la etapa de expansión, que se derrumbó con la crisis de 1930. La Primera Guerra afectó el crecimiento del país, que fue negativo hasta 1917. La recuperación de los años 20 fue muy fuerte, pero recién en 1928 se volvió a alcanzar el pico de 1913.
La crisis de 1930 acentuó la convicción de que se vivía en otro mundo. Se derrumbaron el comercio internacional y las exportaciones argentinas, lo que repercutió en la caída de los impuestos de importación. Tras seis décadas, concluía un régimen fiscal basado en el comercio exterior. En 1929, ante una fuerte salida de oro, se cerró la Caja de Conversión, y el peso se depreció. Cuando Gran Bretaña, en 1931, hizo lo mismo, la Argentina volvió a devaluar. Se promulgó una reforma impositiva para compensar la caída de los ingresos de aduana, un impuesto a las ventas y otro a los réditos que, pensado como transitorio, quedó para siempre.
En 1933, con la devaluación del 20% se estableció un tipo de cambio diferencial para los tipos comprador y vendedor, cuya diferencia ?se dijo? serviría para compensar a los exportadores que recibirían disminuido el precio de sus divisas. La devaluación había generado una renta económica para quienes vendían en moneda extranjera, por lo que el Estado decidió participar en ella, quedándose con el margen de cambios. El alza posterior de los precios locales la disminuyó más, para luego hacerla desaparecer. Bajó el salario en términos internacionales, aunque al mantenerse bajos los precios de los alimentos se conservó su poder adquisitivo local.
Para compensar a los exportadores agropecuarios se creó la Junta de Granos, que debía pagar mejores precios al productor utilizando la diferencia de cambios, que, sin embargo, fue usada para pagar la deuda pública externa. Posteriormente, al revaluar las existencias de oro de la Caja que pasaron al Banco Central en 1935, con emisión de dinero se redujeron la deuda pública interna y la del sector financiero.
Se inició una etapa, que duraría todo el siglo, en la que el Estado, aquejado por la falta de recursos y sin tener éxito con una reforma fiscal, recurrió a la apropiación de ahorros y al monopolio de la emisión de dinero. A partir de la nacionalización de los depósitos, en 1946, y la puesta bajo la dependencia del Poder Ejecutivo del Banco Central, comenzó el ilimitado uso de los redescuentos, que superaron con creces los depósitos del sistema financiero. Los créditos por redescuentos incobrables, ya reducidos por la inflación, debieron ser reemplazados, en 1957, por un bono del gobierno equivalente a todo el circulante de entonces. Se inició el largo proceso inflacionario. De 1934 a 1948 el país recuperó tasas significativas de crecimiento, más del tres por ciento per cápita. Pero la primera crisis del balance de pagos, en 1949, cerró la etapa expansiva y produjo una fuerte caída del producto. Hasta 1963 el crecimiento fue muy bajo, casi nulo, afectado por la incapacidad de mantener importaciones de insumos para las industrias.
Mientras que en sus comienzos la inflación fue baja porque la gente confiaba en el valor del peso, a medida que aumentaba, disminuía la tenencia de pesos del público, que se sustituyó por dólares. Con ello, aumentó la inflación. Resultado del financiamiento monetario de los gastos del gobierno, ésta depreció las tenencias en dinero y perjudicó más a los trabajadores, que perdieron poder adquisitivo de su único activo: el salario.
Terminaba así también la tendencia a una distribución de ingreso más favorable para los trabajadores, del comienzo del gobierno peronista. Mientras que la inflación inicialmente generaba fondos para el gobierno y disminuía sus deudas, en la medida en que aumentaba reducía en términos reales la recaudación. En la segunda posguerra, alcanzó un promedio de 20% anual. Algunos años fue aún más elevada. En los 70, saltó a tres dígitos.
Las políticas que extrajeron recursos del sector exportador produjeron su estancamiento, lo que afectó la capacidad de importar, el nivel de producción industrial y el del empleo. De 1928 a 1963, salvo el pico de posguerra, las exportaciones no superaron los mil millones de dólares.
Los objetivos de proteger la industria y, a la vez, asegurar pleno empleo fueron contradictorios. Las actividades que necesitaban protección, por definición, eran de baja productividad; el pleno empleo implicaba mantener cualquier industria, por más baja que aquella fuera, por lo que no se podían pagar salarios elevados.
La salida populista consistió en mantener la capacidad de compra del salario bajando los precios de los alimentos y de los servicios de transporte y energía, con sus consecuencias sobre el estancamiento de exportaciones y el déficit, lo que concluyó en inflación y reiteradas crisis. No se recurrió a mejorar la productividad, lo que hubiera requerido un esfuerzo extraordinario en educación, especialmente técnica, para que el país exportara al mundo talento argentino. La mejor educación era, además, el medio más adecuado para mejorar, a la larga, los salarios y la distribución del ingreso.
Esas políticas produjeron cambios en los precios relativos de los bienes y factores, y notables conflictos distributivos que desalentaron la inversión y produjeron la fuga de capitales. La inversión, que se colocó en sectores en los que el Estado reservaba mercados y garantizaba rentabilidad, tuvo un horizonte temporal muy corto, y una vez que se obtenían ganancias extraordinarias, se las llevaba a ámbitos más seguros.
En la segunda mitad del siglo, sólo la década del 60 registró un crecimiento razonable. A partir de 1975 y hasta 1989, el país pasó por una experiencia inédita de crecimiento negativo: la inflación fluctuó en los tres dígitos y concluyó en hiperinflación en 1989 y 1990.
En ese medio siglo, el Estado vivió de crisis en crisis, buscando mecanismos para apropiarse de los ahorros de la población, a lo que ésta respondía, aunque con retraso, con otros de evasión. Cuando el conflicto parecía no tener salida, para arbitrar se repitieron las intervenciones militares, que acentuaron los caminos de la ilegalidad y los fracasos económicos. Las medidas fueron cada vez más arbitrarias y el Estado, que concentró poder alegando emergencias, fue cada vez menos respetuoso de las restricciones legales.
En la primera década de este siglo, tras la severa crisis de 2001
2002, basado en una revolución tecnológica en la agricultura, que produjo un aumento de la producción y las exportaciones, y en las mejoras de precios internacionales y las bajas tasas de interés, se inició un período de recuperación y fuerte expansión de la economía. A pesar de los crecientes ingresos, los gastos subieron más, y se pagaron con recursos de jubilados, ahorristas y del sector agropecuario. Volvió la inflación, que parecía haberse doblegado.
El XX fue un siglo de grandes desencuentros, en el que la Argentina, por motivos de emergencia, se alejó de la Constitución y de la ley, lo que la llevó a una persistente declinación. Retornar a ese camino es la asignatura pendiente más importante para este Bicentenario.
El autor es profesor emérito de la Universidad de San Andrés.
© La Nacion
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Roberto Cortés Conde
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III
Otro organismo de control cuestionado / Documento de una autoridad mundial
Duro documento contra el país por el lavado de dinero
Según el GAFI, no hay un trabajo "efectivo" para combatirlo; el Gobierno admitió que hubo errores
Noticias de Política: Viernes 14 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa Adrián Ventura
LA NACION
El Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) elaboró un crítico informe sobre el lavado de dinero en la Argentina, que ya está en manos del Gobierno. De ese extenso documento surge que el país no sólo no cumple con el 40% de las recomendaciones del organismo internacional, sino que la Unidad de Información Financiera (UIF) "no es efectiva" y su personal, que "trabaja en situación de inestabilidad laboral", lo expone a "influencias o interferencias".
El informe tiene 189 páginas y fue elaborado por una misión de expertos de España, Holanda, Francia, Chile y Uruguay, que visitó la Argentina en 2009, para hacer una muy detallada radiografía sobre el grado de compromiso del país en la lucha contra el lavado de dinero. El Gobierno puede formular observaciones a ese informe, que será tratado en la reunión de París, a fines de año.
El jefe de la UIF, José Sbattella, que llegó a su cargo en enero pasado, aceptó las críticas del informe, pero descargó la responsabilidad en su antecesora, Rosa Falduto: "Es la herencia. Cuando asumí, me dijeron que venía este informe y no pude hacer nada al respecto, porque se basa en datos objetivos de 2009. Lo que sí intento hacer para octubre, cuando se reúna el GAFI en París, es demostrar que la UIF progresó, que impusimos multas y que estamos avanzando", dijo a LA NACION. El GAFI es un organismo intergubernamental que fue establecido en 1989 por el grupo de los siete países más industrializados (G-7) y que fue integrado por 33 naciones, entre ellas, la Argentina.
En 1990, ese organismo emitió 40 recomendaciones, a las que luego del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, se les agregaron otras nueve, que son conocidas como Recomendaciones 40+9.
Para analizar si cada uno de los países cumple con sus obligaciones, el GAFI prevé mecanismos de autoevaluación que hace cada país internamente, y también exámenes cruzados, en los cuales titulares de bancos centrales y de unidades de información financiera de diversos países visitan a otro país, para hacer un análisis de la situación.
La última evaluación sobre la Argentina se hizo en 2004 y el país no salió bien parado. En varias ocasiones, la Argentina logró postergar esta nueva visita, pero finalmente se concretó en noviembre de 2009. Según el documento, siguen apareciendo muy serias deficiencias.
Este informe contiene siete capítulos en los que se analiza desde un punto de vista técnico y no político cómo la Argentina se comportó frente a cada una de las 49 recomendaciones: en la amplísima mayoría, la nota es "no cumplida" o "parcialmente cumplida".
Una de las principales críticas es que el organismo argentino no es efectivo porque hasta ahora, entre otras cuestiones, no consiguió ninguna condena penal.
En efecto, Sbattella, para superar la crítica del GAFI, en los últimos meses abrió numerosos sumarios, aunque se sospecha que varias de las denuncias contra empresas y bancos "no tienen verdadero sustento", dicen los expertos que conocen los aludidos casos por dentro.
El corazón del sistema
Entre las páginas 38 y 50 del documento que fue entregado al Gobierno, aparece la evaluación de la Unidad de Información Financiera (UIF), que se puso en marcha en 2002 y que es, quizás, el corazón del sistema. El corazón, se podría decir, está cerca del infarto.
Cada vez que los bancos, escribanos, abogados y otros sujetos obligados por ley detectan un movimiento anormal de activos, deben hacer un Reporte de Operaciones Sospechosas (ROS) a la UIF, que, luego de hacer un análisis propio, remite el expediente a la Unidad Fiscal de Lavado de Dinero, a cargo del fiscal Raúl Plee, quien determina finalmente si hay mérito para enviar el caso a la Justicia.
El período auditado por el GAFI corresponde a la gestión de Falduto. El Gobierno daba por descontado que la evaluación sería altamente crítica. Por eso, en enero pasado designó en reemplazo de Falduto a Sbatella, ex miembro de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia y ex titular de la Dirección General Impositiva (DGI) durante la gestión de Néstor Kirchner y ex director general de la Aduana, durante la gestión de Carlos Menem. Sbatella votó en favor de la fusión de Cablevisión y Multicanal, pero luego se volvió muy crítico.
Poco antes de la salida de Falduto, LA NACION había dado cuenta, sobre la base de trascendidos de varias fuentes, que la UIF había recibido un pedido expreso de los Kirchner para denunciar al Grupo Clarín y acusarlo de lavado de dinero, para afectar su imagen pública.
"El Gobierno, para contrarrestar las críticas del informe a la UIF, puede decir que reemplazó a Falduto. Pero Sbatella llegó para dinamizar a la UIF, haciendo muchos expedientes", dijo un funcionario. Sbatella niega que haya asumido el cargo con ánimo persecutorio.
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Según el GAFI, no hay un trabajo "efectivo" para combatirlo; el Gobierno admitió que hubo errores
lanacion.com | Política | Viernes 14 de mayo de 2010
el dispreciau dice: ARGENTINA está repleta de asignaturas pendientes, todas orientadas a omisiones gestadas desde el poder para con la sociedad. Reiterando las conductas enseñadas desde hace poco menos de una década, los discursos dicen una cosa pero la realidad enseña lo contrario, propio de la época. Indudablemente cada uno tiene su perfil de gestión y muestra capacidades para ejercerla de manera diferenciada del común. Sucede que el común suele estar varios pasos por delante de la clase política, así como comprender la variabilidad de circunstancias con mucha más proyección que aquella que asume el poder para abordarlas. Así las cosas, se percibe la sensación de ser subestimado siempre, al mismo que tiempo que la soberbia caracteriza a todo el estamento político argentino, incluyendo en ello a funcionarios. ¿Hay cosas buenas?... las hay. ¿dónde están?... suelo no hallarlas (es mi problema). ARGENTINA es famosa por su capacidad de improvisación tanto como la de justificación, y desde luego todos los argentinos caemos en ello. Pero la realidad suele ser única y situarse más allá de las ideas y de las ideologías. Sucede que nuestra estructura económica nacional viene en caída libre desde hace muchos años, aunque curiosamente (como siempre) la clase política enuncia lo contrario... ¿dónde se sitúa la diferencia de apreciaciones?... en que la realidad de los escritorios difiere diametralmente de la realidad de las rutinas que propone la calle y así es que mientras algunos hablan de industrialización (desde el escritorio), cada vez son más los puestos de trabajo perdidos a manos de industrias que se achican (en la calle). Sucede lo propio con las inversiones públicas que se recitan desde los discursos pero que uno no encuentra cuando sale a la calle... ¿y entonces?. Este mundo es un lavarropa y a nadie en su sano juicio le caben dudas. Cuando digo lavarropas me refiero a lavado de dineros de dudoso origen (mayormente de la producción y venta de drogas, pero no sólo de allí), para lo cual hacen falta funcionarios funcionales al negocio. Desde luego el negocio es monumental y mueve las economías menores, claro que el precio que paga la sociedad por ello parece no ser parte del problema del estado nacional ni de ningún otro. Esto es, el consumo (y fabricación, y distribución, y comercialización, y exportación...) de drogas crece y la sociedad se deteriora. Pero justo eso es lo que se pretende ya que más adicción es sinónimo de más sometimiento, y de igual forma, más pobreza más sometimiento. Con una sociedad esclava de intereses y conveniencias el destino de los argentinos no aparece como prometedor. ARGENTINA es paradójica y está llena de asignaturas pendientes, esencialmente está repleta de deudas que la clase política ha contraído con la sociedad y que por lo visto, no parece estar dispuesta a resolver jamás. Permanecemos entonces en las entelequias de ideologías perimidas y peleándonos con Europa (nuestros padres y referentes), con Brasil (nuestro compañero y socio inmediato), con Uruguay (nuestros hermanos), y todo aquel que con quienes guardamos algún vínculo cierto. Concomitante con ello, alentamos acuerdos estratégicos con naciones de dudosa democracia, por caso Venezuela, una Venezuela cuyos ciudadanos (venezolanos) poco tienen que ver con la gestión política actual. Y en esta sinfonía desafinada de cosas dichas y realidades consecuentes, los argentinos asistimos azorados a un bicentenario penoso donde el 25 de Mayo, en vez de ser una fecha convocante, aparece como una calamidad insoportable donde los discursos llenan horas de medios, pero lo que se vive fuera de los atriles produce espanto. ARGENTINA tiene por delante dos bicentenarios consecuentes a y con sus antecedentes, 1810 y 1816. Quizás el segundo es más significativo que el primero, pero a la hora de la historia todo proceso de maduración demanda tiempos y estos son los que nos pertenecen. Dado que este inmediato bicentenario encuentra a los argentinos transitando un conflicto que nadie sabe bien dónde comienza ni tampoco dónde termina, por ende mucho menos hacia dónde se dirige, nosotros, esto es la sociedad argentina, permanecemos expectantes ante el curso que la clase política pretende darle a nuestras vidas. Desde mi punto de vista, la coyuntura es impresentable al igual que sus actores. Al día de hoy no se ve una salida cierta y tampoco coordinada, menos planificada. Entonces, mientras el gobierno y el poder político caminen por una vereda distinta a la que lo hace el pueblo, Argentina permanecerá dominada por la histeria, esclavizada, empobrecida, marginada, a merced de voluntarismos que no se sustentan en realidad alguna, más que la de la propia conveniencia. Hasta que Balcarce 50 no reciba en su seno una conducción política coherente con las necesidades de la sociedad argentina, seguiremos siendo una utopía sin destino. Aquí todo está por hacerse pero la máquina de impedir reside justamente en Balcarce 50, en el Congreso Nacional, y hasta en la propia justicia... sin omitir a los gobernadores (mayoría), e intendencias (mayoría), que no escatiman esfuerzos en derruir cualquier iniciativa. Pareciera que aún no han comprendido que la electrónica ha modificado los nichos de información de este mundo y que hoy por hoy, la gente (Usted, yo y aquel otro) ha superado largamente la capacidad (incapacidad) de los medios masivos de comunicación, sus intereses, y sus conveniencias... aún cuando el discurso siga diciendo que la culpa la tiene éste o aquel otro. Mayo 14, 2010.-
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