“Empecé a utilizar vestido a los 7 años; a los 14 me fui de casa”
La activista LGTBI camboyana Sou Sotheavy se enfrenta al retroceso de libertades en su país
Phnom Penh
La decisión del Gobierno taiwanés de permitir casarse a las personas del mismo sexo despertó cierto optimismo en la región el pasado mayo. Camboya, Vietnam y Tailandia podrían ser los próximos en abrir sus armarios. Hablamos con Sou Sotheavy, icono de la lucha por las personas LGBT en Camboya. A sus 76 años, ha sobrevivido a los prejuicios familiares y sociales, al genocidio de los jemeres rojos, a un matrimonio forzado y a violaciones. Hace 15 años la diagnosticaron VIH. Cansada y enferma, no se rinde: “Si en Taiwán pueden casarse, por qué nosotros no?”. Su lucha se enfrenta al retroceso de libertades que sufre el país.
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Un mano sobre el bastón y entre los dedos de la otra, un cigarro “Ara” King Size. Las uñas largas y redondeadas. Sin pintura. El torso de una mujer esbelta que se niega a encorvarse, en camiseta roja y gorra deportiva. Cojea pero no se detiene, como en la vida. 76 años de lucha por ser quien es; porque otros lo sean. El índice de la mano derecha tiznado de negro, que indica que votó en las elecciones comunales de Camboya del domingo 4 de junio –la entrevista tiene lugar el jueves siguiente—. Una voz agotada que se reaviva cuando pide el derecho a casarse de las personas que se quieren, “sea cual sea su sexo”. Una niña con pelo corto que no quería ser niño. Heridas que cuentan la historia de un genocidio. Sexo con desconocidos. Amores olvidados. Una activista galardona internacionalmente que no tiene dinero para arroz ni medicinas. Verdades incómodas frente a un tribunal. Antiguos vecinos que no saludan. Colillas arrugadas como gusanos. Café con hielo, sin leche ni azúcar. Una última foto frente al retrato de un Rey sin hijos. Los niños de las personas corrientes que persiguen a las palomas. Vendedores de globos y conductores de tuk tuk. La rivera de un río que en época de monzones cambia de sentido, el Tonle Sap. En esta tarde de junio en Phnom Penh, la capital, llueve.
“He estado esperando este momento durante más de 30 años”, expuso Sou Sotheavy, el 27 de junio de 2011, al tribunal que juzga a los líderes de los jemeres rojos. Emocionada, narró al juez cómo el 17 de abril de 1975, los soldados de la guerrilla de Pol Pot entraron en Phnom Penh y la obligaron a abandonar su domicilio en el estadio olímpico, donde vivía con otras personas transgénero. “Dispararon contra nosotras. Cuatro de mis amigas murieron: Saray, Dy, Roatha, y Phalla. Estaba aterrada. Nos obligaron a abandonar la ciudad y a marchar por la carretera Nacional 4”. Dice que, mientras caminaban, otra gente que también había sido evacuada se sumó a ellos.
Cinco días más tarde llegaron a la Pagoda Champa. Unos soldados la detuvieron. Tenía miedo. Horas antes había visto a su amiga cubierta de sangre: “La habían violado introduciéndole una planta por el ano”. Pasó 12 meses en una prisión de Takeo. “Me violaron una y otra vez, me torturaron. Mi mandíbula estaba rota”. Se cortó el pelo para ocultar su identidad y se vistió como un hombre. La obligaron a casarse con una mujer. Sobrevivió escapando por el río; su amiga no. “Yo sabía nadar porque era de una familia con recursos”. “Vivo con los recuerdos para el resto de mi vida”. “Perdí a mis padres, a mis hermanos, a otros familiares, y en especial a mi pareja, mi pareja que cuidaba tanto de mí”, expone.
Sotheavy es una camboyana transgénero superviviente al genocidio de los jemeres rojos, la guerrilla maoísta liderada por Pol Pot, que en aras de una utopía agraria, en apenas cuatro años (1975-1979) asesinó mediante ejecuciones, de hambre, trabajos forzados y enfermedades a cerca de dos millones de personas, un cuarto de la población que tenía Camboya. En 2014, Sotheavy recibió el premio David Kato Vision & Voice —un galardón que se otorga cada 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos— en honor al profesor y activista considerado el padre del movimiento LGBT de Uganda, que fue asesinado en 2011. Sotheavy aún tiene un reto pendiente.
A sus 76 años, lo último que le gustaría ver es a personas LGBT de su país casándose entre ellas. “Si Taiwán puede, ¿por qué nosotros no?”, reivindica en una entrevista, en la que hablamos de pasado, presente y futuro. Los próximos meses serán cruciales para el devenir de Camboya, en un momento de retroceso de libertades de cara a las elecciones de julio de 2018. Tras el arresto del principal líder de la oposición de Camboya, Kem Sokha, acusado de “traición”; el cierre del legendario periódico Cambodia Daily que operaba desde hace 24 años; la clausura de 18 emisoras de radio y la expulsión de la ONG norteamericana Instituto Nacional Democrático (NDI), se avecina un tsunami que podría arrasar el terreno labrado en estos años.
“Mi familia se enfadaba cuando me vestía de chica para ir al colegio”
Pasado. “Tenía unos 30 cuando los jemeres rojos evacuaron Phnom Penh; entonces era guapa”, recuerda Sotheavy, con una sonrisa. Ya no se arregla tanto como antes. Dice que empezó a utilizar vestido a los siete años. “Hasta esa edad no supe que me gustaban los chicos. Después de ese momento, en casa solo llevaba falda pero no pensaba mucho en ello, hasta que me enamoré. Mi familia se enfadada porque utilizaba ropa de chica para ir al colegio. Sufrí mucho. Me pegaron. Me hirieron. Me fui de casa con 14 años.” Cuenta, cigarro tras cigarro, que al principio, sobrevivió vendiendo fruta por la calle. Pronto empezó a prostituirse. Hace 15 años fue diagnosticada con VIH.
Presente. “Todo el mundo tiene que usar preservativos para prevenir infecciones”, reitera la activista. Se lo dice a diario a otras mujeres transgénero que malviven como prostitutas, a la que visita regularmente. “Estoy aquí para ayudaros”, les recuerda. Lleva más de tres décadas involucrada en la defensa de los derechos humanos. En 1985, empezó a participar en actividades de divulgación sobre el SIDA para la Organización de Libertad para el Desarrollo de los Jemeres (KDFO) y en 1999, estableció una Red para apoyar a las personas LGBT de Camboya, la Cambodian Network for Men Women Development (CMWD). “Estamos en 15 provincias y sigo siendo la presidenta, no sé qué pasará después”.
Futuro. “Yo ahora estoy enferma, tengo una parte del cuerpo paralizada, pero si estuviese bien, estaría involucrada en la lucha por conseguir el matrimonio de las personas del mismo sexo”, asegura Sotheavy, que insiste en que “podemos hacerlo”. “Cuando me recupere y esté como antes, lo haré. Estoy enferma y no sé qué hará la nueva generación, ¿quién va a luchar por ellos?”, se pregunta.
ARMARIOS ASIÁTICOS
L. G.-A-, PHNOM PENH
La decisión del Tribunal Supremo de Taiwán del pasado mayo de aprobar una enmienda en el plazo de dos años que permita a las personas del mismo sexo casare ha despertado cierto optimismo en la región. Se trata del primer lugar de Asia que aprueba el matrimonio homosexual.
En Camboya, hace una década que se espera que las palabras del anterior rey Norodom Sihanouk se lleven a cabo: “Gais y lesbianas no existirían si Dios no los creara”, manifestó en 2004 el entonces monarca, lo que fue interpretado por la prensa como un paso hacia el matrimonio gay, que aún no se ha producido.
“Si bien existen referencias a diversos comportamientos sexuales e identidades de género en Camboya que datan del siglo XIII, otras informaciones probablemente fueron destruidas durante la era de los Jemeres Rojos”, asegura el informe Ser gay en Asia, dedicado a Camboya, del programa de Derechos Humanos de Naciones Unidas y USAID. Desde 2003, Camboya celebra cada año su fiesta del Orgullo Gay.
En la vecina Tailandia, la historia de la homosexualidad y las conductas transgénero es “contradictoria”, expone el PNUD, que habla de “la apariencia de aceptación y mayor visibilidad de las personas transexuales que en la mayoría de los países, pero con hostilidad y prejuicio hacia las personas LGBT”. La otra vecina, Vietnám, desde 2012 también celebra la fiesta del orgullo. Ese año fue “un punto de inflexión para la comunidad LGBT en Vietnam”, destaca un estudio del PNUD, que habla de una mayor presencia en los medios y el apoyo tanto del público como del gobierno, pero el paso legal para el matrimonio tampoco se ha concretado.
Los cinco géneros de los bugi, en Indonesia
En Indonesia, con unos 255 millones de habitantes y unas 6.000 islas habitadas, la situación es heterogénea. Por un lado, persisten tradiciones tolerantes como la del pueblo bugi, del sur de la Isla de Sulawesi, que reconoce cinco géneros: “makkunrai” y “oroané”, que serían las mujeres y hombres cisgénero, respectivamente, es decir, cuya identidad de género y el género asignado al nacer coinciden; el “calabai”, que sería una persona que nace como hombre pero adopta el papel de una mujer heterogénea; el “calalai”, que sería el que nace como mujer pero adopta el comportamiento de un hombre heterosexual y, por último, el “bissu”, el “género transcendente”, es decir, que combina todos los aspectos de los distintos géneros. La sociedad bugi considera este género necesario puesto que los cinco géneros deben convivir en harmonía.
Por otro lado, la retórica y el discurso de odio contra las personas LGBT se ha incrementando en los últimos meses en Java. Recientemente, HRW denunciaba las detenciones de 14 hombres gays en Surabaya, en el marco de lo que la organización denomina “histeria anti-gay”. El caso más extremo es el de Aceh, una región especial al norte de Sumatra, en la que rige la ‘sharia’ –la ley islámica—, donde el pasado 23 de mayo, dos hombres acusados de mantener relaciones con personas del mismo sexo, fueron azotados en público.
Y en China continental, aunque la homosexualidad “nunca fue directamente criminalizada”, reconoce el PNUD, entre 1979 y 1997, existía en China una ley anti-vandalismo que se utilizó para intimidar a los hombres gays, mientras que las mujeres lesbianas aunque no eran perseguidas en China eran invisibles, dice este estudio, que critica que “las personas LGBT han sido víctimas de violencia, extorsión y violación” en el gigante asiático y el matrimonio homosexual no está legalmente reconocido. Tampoco, como afirma Sou Sotheavy, y ocurre en otros países, “no es lo mismo lo que pasa en las ciudades, más abiertas a lo diferente, que lo que pasa en las zonas rurales”.
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