Sofía nació prematura, pesaba apenas un kilo y tenía hipertensión pulmonar. Fue directa a la incubadora de la UCI y nadie se atrevía a pronosticar si saldría adelante.
Lo de menos -dice Patricia, su madre- es que Sofía, rubita y de ojos azules, tuviera síndrome de Down. A Patricia solo le preocupaba una cosa: la vida de su pequeña.
“Lloré desconsoladamente pidiendo que por favor la salvaran, que hicieran todo lo posible. Esos días en la que estaba tan mala, ni mi marido ni yo hablamos de que pudiera tener Síndrome de Down” cuenta Patricia a nuestra reportera Tamara García Yuste en esta historia que te adelanto como suscriptor de Actuall https://www.actuall.com/vida/ rompiendo-barreras-sofia-con- 10-anos-y-sindrome-de-down- triunfa-en-las-pasarelas/
Han pasado diez años y Sofía no sólo ha salido adelante sino que se ha convertido en modelo de pasarela.
La pequeña comenzó haciéndose fotografías para un catálogo de ropa para unos grandes almacenes. Y, ahora, desfila exhibiendo ropa infantil, como una niña más.
La Petite Fashion Week ha contado con ella como modelo para la colección de N+V Villalobos y de Nieves Álvarez durante los tres últimos años.
Historias como la de Sofía no sólo son un canto a la vida sino que suponen un jalón más en la normalización social de quienes nacen con trisomía 21, comúnmente conocida como síndrome de Down.
Y sirven para desmentir tópicos que pesan sobre estos niños. Basta ver los testimonios de sus felices padres. Aunque a todos les cueste inicialmente aceptarlo, todos terminan reconociendo que son un tesoro.
Por desgracia, esos tópicos -el miedo a lo anormalidad, el miedo al sufrimiento- explican la “limpieza racial” que se practica en algunos países del antaño civilizado Occidente. Como en Islandia, en la que se aborta casi el 100% de los fetos Down. Un procedimiento hitleriano para erradicar de un plumazo la trisomía 21.
Incluso, mucho más cerca, en España nueve de cada diez niños que son diagnosticados antes de las 22 semanas acaban muriendo mediante un aborto intencionado.
Pero ¿quién es nadie para decidir la suerte de los que merecen morir o llegar a término?, ¿se puede considerar vidas inferiores o de segunda categoría la de los enfermos, discapacitados físicos o psíquicos, los débiles?
Esa es la gran pregunta para el mismo Occidente que elaboró la Declaración Universal de los Derechos Humanos pero que, andando el tiempo, ha terminado despreciando la vida en las leyes y en los paritorios.
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