Este partido lo perdemos todos
La mentira es la nueva verdad porque la nueva legalidad es ilegal
Hay un cierto aire de final de fútbol, de partido entretenido en el que un equipo y otro se golean, regatean, amagan, esconden la alineación y agitan banderas para animar a los suyos. Un partido triste de una liga que seguimos pocos porque aburre a las ovejas, pero que en estos días tiene un punto extra de animación porque el entrenador de un lado ha sacado al campo a los del juego sucio (Forcadell, pura zancadilla o patada en la espinilla como si no existiera la repetición de la jugada: la vemos todos) y el entrenador del otro lado juega correcto y ha desplegado todos los fichajes necesarios, aunque siga sin enamorar.
Pero no nos equivoquemos, porque esto no es un partido. Que el Parlament apruebe la ley del referéndum y que el Constitucional la anule, que los buzones de 947 alcaldes se llenen de cartas de Puigdemont conminándoles a participar; del Gobierno en contra; del Constitucional apercibiéndoles por si acaso; de informes jurídicos; de sentimientos en contra y a favor; de protestas y señalamientos... no puede contarse en goles ni en tantos de pimpón, aunque a ratos apetezca.
¿Contamos los Ayuntamientos a favor del referéndum por unidades, como hace Puigdemont, para decir que 642 se han adscrito? ¿o los contamos por población para ver que representan poco más del 40%, como dicta el sentido común? ¿Contamos las barbaridades por los tuits que generan o intentamos elevar el foco y analizar con frialdad cómo se destruye la convivencia en una espiral que dejará heridas para siempre? Rufián no sabe cómo se sacará al Ejército de Cataluña ni cómo se asumirá el control aéreo, porque —dice— le importan más los últimos contratos de venta de armas. Armas que también vienen de Cataluña, pero no estamos para matices. Tardà nos dice que el 1-O votarán entre Cataluña o la corrupción y los Pujol, Mas, convergentes y la propia ERC nos siguen sosteniendo la mirada como si —otra vez— no pudiéramos dar al botón de repetición de la jugada y revisitar lo que han hecho. Lo vimos todos.
La mentira es la nueva verdad porque la nueva legalidad es ilegal, y la fractura que hemos visto en el Parlament se empieza a trasladar como leche hervida que desborda su puchero a todos los municipios. Lo vimos en Euskadi y fue doloroso. El Gobierno catalán ha trucado las reglas hasta hacer posible que una diputada de Podemos retire las banderas españolas que unos diputados tan votados como ella pusieron con la catalana para dejar algo más simbólico que su ausencia de un voto para la vergüenza.
Stefan Zweig describe en El mundo de ayer la placidez que vivió en su niñez en Viena, cuando la civilización que le rodeaba creía haber llegado a la meta más allá de la cual poco se podía mejorar. El bienestar económico y la viveza intelectual parecían haber construido la sociedad perfecta. Entonces era impensable la guerra, la destrucción, la persecución del diferente, el señalamiento del “otro” que le llevó a él mismo a huir hasta morir suicidado en Brasil, incapaz de comprender y asimilar. Nos dotamos de unas normas para convivir. Cambiémoslas si se deben mejorar. Pero no en un falso partido en el que, aunque gane la ley, perdemos todos.
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