Narva, el frente más sensible del pulso de Rusia con la OTAN
La ciudad estonia de Narva es un lugar clave para medir las tensiones regionales
Narva
Tropas de EE UU participan en el desfile del día de la independencia estonia, el 24 de febrero. REUTERS
El predominio del ruso es evidente en las conversaciones callejeras de Narva, en los rótulos de las tiendas, y en el hall de la biblioteca central. Tienen material en estonio pero casi todos los títulos son en lengua rusa, idioma materno de la mayoría de las decenas de bibliotecarias. Una de las avenidas está dedicada a Puskin y una callejuela, a los cosmonautas. Pero Narva no es Rusia. Es la tercera mayor ciudad de Estonia. Territorio UE y, más importante aún, territorio OTAN. Solo un río separa aquí Estonia de Rusia, que se ve desde la ventana de la biblioteca. Esta anodina ciudad industrial venida a menos, donde un 96% de los 60.000 vecinos pertenecen a la minoría rusa, es un lugar que escrutan con atención desde las capitales aliadas para tomar el puso a la relación con la Rusia de Putin.
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La ciudad, una frontera sensible, queda más cerca de San Petesburgo que de Tallin. Parece tranquilísima pero, desde que el presidente Vladímir Putin respondió al cortejo de la UE a Ucrania con el envío de los hombrecillos verdes y se anexionó la península de Crimea hace un año largo, la OTAN y Occidente están muy alerta. Las maniobras militares son ahora rutinarias en este rincón de la Unión; y al otro lado de la frontera, también. Nadie teme (o nadie lo admite públicamente) que se replique lo sucedido en el este de Ucrania pero tampoco se descarta alguna acción desestabilizadora. “Invadir Estonia es como invadir Estados Unidos o Reino Unido, un suicidio”, proclama Giorgi Ignatov, del Ayuntamiento de Narva. Todo estonio sabe que el capítulo 5 consagra la defensa colectiva. El ataque a un miembro es un ataque a todos.
El ministro de Defensa, Sven Mikse, recalca que la crisis ucrania “es un recordatorio de que Rusia es un poder expansionista y agresivo”. La pequeña Estonia, como sus vecinos bálticos y Polonia, han solicitado una presencia permanente de soldados de la OTAN pero eso vulneraría los pactos postsoviéticos con Rusia. “Necesitamos el equivalente de una brigada en la región. No es porque vemos una amenaza inminente, es para disuadir al vecino”, sostiene en el Parlamento en Tallin el presidente de la comisión de Defensa, Marko Mihkelson, a un grupo de periodistas invitados por la OTAN. Con un Ejercito mínimo, 20.000 reservistas y 20.000 voluntarios, dedica el 2,5% a defensa.
SOLDADOS DE FIN DE SEMANA
N. G.
Yüri Teslenko, 62 años, antiguo teniente coronel soviético, guarda de fronteras y policía tras la independencia, acude a la cita en un hotelito de Narva con el uniforme de camuflaje pixelado que usa el Ejército regular. Él y Rünno Luhaväli, 18, que le acompaña de civil, son soldados de fin de semana, miembros de la Liga de Defensa, una organización paramilitar de 20.000 voluntarios. “En Narva somos unos 300, unos 50 entraron el último año”, explica Teslenko.
Hacen maniobras, travesías de supervivencia, prácticas de tiro... con sus unidades; también las hay de mujeres y adelescentes.
“Aquí siempre ha habido tensión entre quienes quieren restaurar el imperio de la URSS y los que queremos una Estonia independiente”, explica Teslenko. Ellos se preparan pero la OTAN es su garantía. “Nosotros obviamente no podemos luchar contra Rusia. Son demasiado poderosos, esperamos que los aliados nos ayudarán y que sobreviviremos”, dice Luhaväli.
El efecto más tangible en Narva de la guerra ucrania es la evaporación del 50% de los turistas rusos que venían a los spa de la costa báltica y de los planes de empresarios rusos de invertir a este lado y, recalca el representante municipal, producir con “etiqueta made in Europe” en un ambiente empresarial “más seguro, sin corrupción ni burocracia”, explica Ignatov.
El temor al efecto de la televisión rusa, hormonada de propaganda proMoscú y antiKiev, que los rusohablantes prefieren frente a los canales locales es notable entre las autoridades. Por eso el Gobierno de Tallin creará por fin este otoño un canal estonio en ruso que la minoría reclama hace años.
Potenciales telespectadores tiene muchos porque uno de cada cuatro ciudadanos del 1,3 millón de estonios son de origen ruso. La mayoría (85%), a diferencia de la vecina Letonia, tiene ciudadanía estonia. “Sí, por supuesto que hacen el servicio militar, eso ni se discute”, recalca el representante municipal Ignatov. Un 7% tiene pasaporte ruso --tienen vetado el voto en las generales y el Ejército-- y otro tanto es apátrida, lo que, en palabras de un local, supone una ventaja porque permite viajar tanto por la UE como a Rusia sin visado. Pocos son los vecinos de Narva que cruzan la frontera. La mayoría son personas mayores que hacen allí sus compras cotidianas porque es más barato
La ciudad, destruida en la Segunda Guerra Mundial y repoblada con rusos por las autoridades soviéticas, tiene hoy una novísima y moderna universidad, Narva College, donde hay incluso estadounidenses que vienen a estudiar ruso desde la seguridad del territorio de la UE. Su vicerrector, Jaanus Villiko, como la inmensa mayoría de los estonios, rechaza de plano cualquier paralelismo con el este de Ucrania. Casi considera de mal gusto que se le mencione que Narva, cosas de la vida, está hermanada hace años con la ucrania Donetsk, arruinada por la guerra. “El Gobierno ucranio no hizo nada por integrar a las dos comunidades. Nosotros hacemos mucho. Respetamos la religión ortodoxa (rusa) y les ayudamos a estudiar en estonio en la universidad”, asegura Villico, que es un estonio étnico, que les llaman aquí, de la mayoría. El representante del Ayuntamiento, hijo en cambio de trabajadores rusos enviados a la ciudad en tiempos de la URSS, apunta al bolsillo como factor clave: “Aparte de que haya población rusófona aquí y allá. Esto no es comparable al este de Ucrania. Aquí el paro es del 4% y los salarios son 3-4 veces más altos que los de Ucrania”. Los recelos persisten pero permanecen soterrados.
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