La inseguridad alimentaria es un agente de conflictos violentos
“Los conflictos dejaron a unas 56 millones de personas a situación de crisis o de emergencia en materia de inseguridad alimentaria”, se lamentó Kimberly Flowers, directora de Global Food Security Project, en la Conferencia John McGovern, convocada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Pero desde la crisis por el precio de los alimentos de 2007-2008, cuando el número de personas con hambre aumentó a 1.000 millones de personas, que afectó a uno de cada seis habitantes del planeta, las autoridades comenzaron a prestar atención al problema a este problema.
Durante el gobierno del presidente Barack Obama, Estados Unidos invirtió 6.600 millones de dólares en “Alimentar el futuro”, un programa de desarrollo de largo plazo para reducir la pobreza y el hambre. La iniciativa procura enseñar a los agricultores de países en desarrollo nuevas técnicas agrícolas, formas de aumentar la productividad y mejorar la nutrición.
Flowers subrayó que en ese país, el enfoque de la seguridad alimentaria no varía de un partido a otro. El Congreso legislativo aprobó la Ley de Seguridad Alimentaria Global en el verano boreal pasado, que garantiza que el hambre y la pobreza seguirán siendo una prioridad en materia de política exterior.
“La seguridad alimentaria es real y basada en la evidencia. El Congreso comprende la importancia de atender este asunto”, observó.
La incertidumbre instalada tras la elección de Donald Trump en muchos terrenos, no cambiará el hecho de que la ley de Seguridad Alimentaria Global garantiza que las inversiones continuarán por dos años más.
Por primera vez, los servicios de inteligencia estadounidenses reconocieron la relación entre inestabilidad política e inseguridad alimentaria, y estimaron que el riesgo que plantea a muchos países, aumentará en los próximos 10 años por las perturbaciones que la producción, el transporte y el mercado ocasionarán a la disponibilidad de alimentos a escala local.
“La inseguridad alimentaria es tanto causa como consecuencia de conflictos”, dijo Flowers en la conferencia, antes de considerarla un “imperativo para la seguridad nacional”.
La falta de acceso a los alimentos puede servir como instrumento estratégico para la guerra.
“Las poblaciones hambrientas tienen más probabilidades de expresar su frustración con las autoridades en problemas, perpetuando un ciclo de inestabilidad política y socavando el desarrollo económico a largo plazo”, explicó.
Los autores de un informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA), señalaron que la inseguridad alimentaria eleva el riesgo de quiebres democráticos, conflictos civiles, protestas, enfrentamientos y disputas comunitarias.
En Siria, el presidente Bashar al Assad y el Estado Islámico emplean los alimentos o su falta como tácticas de guerra, impidiendo la llegada de asistencia humanitaria a la población u ofreciendo alimentos a cambio de que se unan a sus filas.
Además, la guerra devastó a la agricultura y le costó al país 35 años de desarrollo. La producción alcanzó un mínimo histórico, y los agricultores apenas si pueden quedarse en sus tierras, cuanto menos cultivarlas.
En Nigeria, la inseguridad alimentaria aumenta por la inestabilidad política y, en especial, afecta a las áreas donde opera Boko Haram.
Sus acciones “impiden la producción de alimentos; colocaron minas en tierras cultivables, roban ganado y expulsan a la población civil, que deja tierras sin cultivar”, indicó Flowers. Eso hace que algunas zonas se queden sin su cosecha, y en las que quedan alimentos, los precios se disparan.
En Venezuela, la inseguridad alimentaria se relaciona con la mala gestión económica, pues “90 por ciento de los venezolanos se quejan de que los alimentos son demasiado caros”, apuntó Flowers.
Otrora un país rico con un autoridades fuertes, la dependencia de Venezuela en los ingresos del petróleo dejó a la economía al borde del colapso tras la caída pronunciada de los precios de los combustibles fósiles. Además, la respuesta del gobierno a una población que cada vez tiene más hambre, fue autoritaria y represiva.
En Sudán del Sur, los conflictos entre el gobierno y los grupos de oposición tuvieron tal impacto en la economía que los precios de los alimentos se dispararon.
La falta de alimentos y de asistencia alimentaria desempeñó un papel en la lucha contra la insurgencia. Alrededor de 95 por ciento de la población sursudanesa depende de la agricultura para vivir, “pero no hay infraestructura estatal de respaldo”, añadió Flowers.
“La peligrosa combinación de conflicto armado, infraestructura frágil y alza de precios de los alimentos básicos puede derivar en condiciones de hambruna”, observó.
Los dos primeros de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030, adoptados por la comunidad internacional en 2015, apuntan a erradicar la pobreza y el hambre, aunque queda la duda de si podrán lograrse en un contexto de inestabilidad política y de conflictos permanentes.
“Los ODS subestiman las dificultades de ayudar a más de 1.000 millones de personas a recuperar el camino sostenible del crecimiento económico y reconstruir un tejido social roto en un plazo de 15 años”, remarcó Flowers.
Creer que es posible eliminar por completo el hambre y la pobreza dentro de los próximos 14 años no es realista. Pero el esfuerzo de poner en práctica los ODS tendrá un impacto sostenible en los países que necesitan ayuda.
Por ejemplo, en lo que respecta a la seguridad alimentaria, se pronostica que “el número de personas que la sufren disminuirá de forma significativa, 59 por ciento para 2026”, indicó.
Flowers detalló que las variables más importantes para disminuir la inseguridad alimentaria son un gobierno fuerte y priorizar la agricultura en la agenda de desarrollo.
Traducido por Verónica Firme
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