A un lado el desierto, al otro verde
Mas que un simple dique forestal, la Gran Muralla Verde es un conjunto de proyectos de desarrollo rural
Roma
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En la exitosa serie televisiva Juego de Tronos el Muro, una enorme pared de hielo de casi 500 kilómetros, protege a los habitantes de los Siete Reinos del frío invernal y los peligros que acechan al otro lado y amenazan con invadirlos. Ya hace décadas que un grupo de países africanos al sur del desierto del Sáhara empezaron a esbozar algo parecido, pero —al revés que en las novelas de George RR Martin en las que se inspira la producción de HBO— para protegerse de la desertificación. La idea era una larguísima franja de bosque desde Senegal (en el Atlántico) hasta Yibuti (en el Golfo de Adén) que frenara el avance del Sáhara. Un muro verde.
En 2007 la Unión Africana lanzó oficialmente un programa bajo el nombre de la Gran Muralla Verde del Sáhara y el Sahel. El objetivo, más amplio, era revertir la degradación de la tierra y la desertificación para ayudar a las comunidades locales de 14 países a adaptarse al cambio climático y proteger su seguridad alimentaria. Y la visión de un muro de arbolado de 15 kilómetros de ancho también se ensancha poco a poco. Ya no es literal. Porque no se trata solo de plantar una monumental defensa forestal y recuperar árboles. Es todo un programa de desarrollo rural en las zonas fronterizas con el Sáhara cuyos métodos ya se exportan a lugares como Haití o Fiji.
Para analizar los avances conseguidos y los próximos retos, los países y las organizaciones internacionales participantes están reunidos esta semana en Dakar, la capital de Senegal, el alumno aventajado del proyecto que se promociona como "lo que será una nueva maravilla del mundo". Uno de los asuntos de la conferencia será el viraje definitivo del proyecto de la literalidad de la gran franja hacia un conjunto de actuaciones contra la desertificación. "Porque países como Senengal han replantado muchísimo, pero llega un punto en que no puede quedarse en eso", como señala Nora Berrahmouni, de la FAO (la agencia de la ONU para la agricultura y la alimentación), uno de los organismos internacionales más implicados en esta tarea con la financiación de entes como la Comisión Europea o el Banco Mundial.
Tampoco son solo árboles. En Burkina Faso, Malí o Níger, entre otros, se trabaja con plantas medicinales, comestibles o para tener forraje, o se pone énfasis en la conservación del agua. Proyectos como los de la FAO hacen un especial énfasis en utilizar y recuperar las variedades locales, adaptadas a las condiciones climáticas de la zona. Por ejemplo, la acacia triunfa en Senegal. Y lo mismo con las técnicas tradicionales de plantación, cultivo o gestión del agua.
Las principales críticas al plan apuntan a que es un diseño realizado en las altas esferas, sin tener en cuenta a las poblaciones locales. Una construcción desde arriba hacia abajo. Desde organismos participantes como el Observatorio del Sáhara y el Sahel replican que tiene el apoyo de los habitantes de la zona. "Hay voluntad y deseo por parte de las comunidades afectadas", ha defendido en Dakar el secretario ejecutivo de la OSS, Jatim Jerraz. Y la aproximación al asunto más allá de la franja de árboles va en ese sentido.
La visión del proyecto ha crecido de una franja de bosque a una cadena de proyectos para recuperar la tierra y fortalecer la resiliencia frente al cambio climático
Porque al regenerar la tierra de cultivo, también se revive a las comunidades. "Ellos mismos eligen las variedades que van a plantar, y participan en todo el proceso", apunta Berrahmouni. En una zona de Senegal conocida como Koly Alpha, el consejo local ha ido más allá y ha movilizado a la gente para transformar 1.100 hectáreas en una reserva natural de bosque, según explica la experta. Pretenden recuperar la vida salvaje y explotar el ecoturismo que tan buenos resultados ha dado a países como Costa Rica. De esta manera el proyecto, aunque bajo el auspicio de Gobiernos e instituciones, adquiere cada vez un carácter más local y cercano a los habitantes de cada zona. Que van sumando sus logros en el enorme mosaico.
Esa es la paradoja de esta muralla: que no separa, sino que une a los países en un esfuerzo común nada corriente. En los límites entre Malí y Níger o entre este último y Burkina Faso ya hay incluso proyectos que se extienden a ambos lados de la frontera, superando las líneas divisorias. Y plantar de oportunidades toda esa tierra también será un dique contra los conflictos que pueden provocar las migraciones, según ha apuntado en la cumbre Camila Nordheim-Larsen, de la convención de la ONU contra la desertificación.
Los cálculos de Naciones Unidas estiman que 60 millones de africanos de toda la región podrían verse forzados abandonar sus hogares en cinco años por esta causa, y que en 2025 podrían haberse perdido dos tercios de la tierra cultivable del continente. "Esto va de construir la resiliencia de las comunidades y dar a los jóvenes razones para quedarse, porque la falta de opciones les empuja a irse", ha agregado Nordheim-Larsen.
Entre los demás desafíos que se abordan en Dakar —además, claro está, del principal: la financiación— destacan conseguir una mayor coordinación entre los participantes, que el proyecto mantenga sus raíces en las comunidades y que los beneficios se extiendan a pastores y ganaderos. Algunos cálculos estiman que ya se ha cubierto un 15% del terreno que ocupará este muro. Uno que no es para contener a muertos vivientes, sino algo mucho más real: el cambio climático y la desertificación. Y para devolver la vida a la tierra y a los que la habitan.
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