Los ‘esplais’ asumen la lucha contra la pobreza infantil este verano
La medida quiere evitar la imagen asistencial de abrir los comedores escolares
IVANNA VALLESPÍN Barcelona 4 AGO 2014 - 20:46 CEST
Para Noemí, de 13 años, ayer era un día muy especial. Era su primer día en un casal. Su familia ha decidido apuntarla para que pueda distraerse durante el verano. Pasó el mes julio junto a sus padres en su municipio natal, Figueres. Los recursos no dan para más vacaciones. “Ahora me quedaría en casa jugando con el teléfono o mirando la tele”, admite la niña. Su plan para agosto ha dado un giro de 180 grados gracias al Casal en Moviment, que acoge la escuela Vedruna de Barcelona. Aquí hará talleres, irá a la piscina y de excursión.
El primer día fue una toma de contacto con compañeros y monitores. “Al principio me aparté porque me daba vergüenza, pero ahora ya he hecho amigos”, explica Noemí, sonriente después de jugar un rato a baloncesto y antes de sentarse a la mesa junto a 70 niños más para atacar el arroz con verduras y el pescado que hay en el menú.
Este es uno de los diferentes casals marcadamente sociales que se han organizado este verano para atender a los niños socioeconómicamente más vulnerables, aquellos que durante el curso cuentan con el la alimentación de los comedores escolares pero cuyas familias pueden tener problemas para ofrecerles una alimentación adecuada durante las vacaciones.
A final del curso pasado, cuando saltó la alerta por la existencia de casos de malnutrición infantil, algunos ayuntamientos improvisaron medidas de urgencia, como mantener comedores escolares abiertos durante el verano para alimentar aquellos menores más necesitados. Tarragona, Terrassa y Amposta adoptaron esta inédita medida. Este verano, las administraciones y las entidades han querido huir de esta imagen que puede estigmatizar a los niños y han optado por organizar un programa de atención más transversal. “No se trata solo de dar de comer. No creemos en un modelo asistencial, sino en una visión más integral que tenga en cuenta también la educación de los menores”, afirma Maria València, portavoz de la Fundación Pere Tarrés.
Los centros no solo ofrecen
comida, sino talleres,
deporte y refuerzo escolar
Terrassa ha adoptado este cambio de modelo. El pasado año abrió cuatro colegios para dar de comer a 300 menores. Este verano la actividad se ha concentrado en dos entidades de la ciudad para llegar a 110 niños, que seleccionan los servicios sociales, las escuelas y el propio esplai. La lista de actividades lúdicas que han preparado en el centro social del barrio de Guadalhorce es larga, pero la primera hora de la mañana está reservada al refuerzo escolar. Sentados en círculo, los más pequeños —de tres a cinco años— escuchan atentos el cuento que les explica la monitora. Los más mayores refuerzan la lectura o hacen las tareas encargadas desde la escuela.
Hasta hace poco, en Salt no se podían mantener abiertos los casals en agosto porque muchas familias no podían permitírselo, cuenta el concejal de Educación Robert Fàbregas. Este año el Ayuntamiento ha reforzado las becas y unos 150 niños del municipio se han inscrito. “Aquí también hay un tema de salud emocional, los niños no pueden estar encerrados dos meses y medio”, incide Fàbregas. Los adolescentes no participan, pero para asegurar su alimentación Cruz Roja entregará a unos 90 jóvenes una tarjeta para que puedan adquirir alimentos frescos en un supermercado.
“Gracias a los ‘casals’ que se puedan permitir ser niños”, dice una monitora
Entidades y administraciones subrayan los beneficios que este tipo de actividades tienen para los pequeños. “Lo fácil era abrir los comedores de las escuelas, pero además de cubrir las necesidades básicas hay que mejorar la integración y la educación. Este sistema permite a los niños conocer las entidades del barrio y ello también les ayuda a integrarse”, añade Xavi Folch, de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Terrassa. Los padres también lo aplauden. Sonia Polonio, que dejó ayer a sus tres hijos de entre tres y 11 años en estecasal vallesano, lo ve como un alivio para la economía familiar, que tira adelante con unos exiguos 426 euros mensuales. “Esto no da para mantener a cinco personas. Y así los niños salen de casa y lo pasan bien. Y para mí también supone un descanso durante unas horas”, admite la madre.
Los monitores reconocen que este tipo de chavales requieren también un trabajo a nivel de actitud, ya que acostumbran a ser más nerviosos y a reclamar continuamente su atención. “Por la mañana llegan más apagados o desanimados, sea porque están tristes o porque no han desayunado bien. Pero al entrar les damos la bienvenida con una canción y ves que se activan, empiezan a coger fuerzas y se marchan contentos”, explica Hamilton Mina, monitor del centro Guadalhorce. “Venir al casal es para ellos un soplo de aire fresco. Viven sumidos bajo una densa nube gris. Nosotros los ayudamos a elevarse por encima para que vean que también hay luz y que se puedan permitir ser niños”, remacha Laia de Eguía, responsable del Casal en Moviment de Barcelona.
“Los recursos no son suficientes”
Fijar el número total de beneficiarios por los casales y colonias sociales resulta difícil, ya que son los ayuntamientos los principales impulsores y las cifras no están centralizadas. Pero echando un vistazo a las actividades de las dos principales entidades de ocio catalanas puede dar una idea de la magnitud. La Fundación Pere Tarrés atenderá solo este agosto a 900 niños (el 260% más), tanto en colonias (estancias de varios días) como en 10casals (actividades de día) en varios municipios catalanes. Y Fundesplai ha organizado 61 casals sociales, el doble que el año pasado, llegando a unos 700 chicos. “Este incremento se explica porque la situación de crisis no se ha resuelto todavía y a que muchas familias empobrecidas que eran reticentes a pedir ayuda porque no están acostumbradas a ello empiezan a acudir a los servicios y las entidades sociales”, explica Maria València, portavoz de la Pere Tarrés.
Este aumento se debe, en parte, a los mayores recursos que las administraciones han destinado a este tipo de actividades infantiles. La Generalitat ha aportado este verano 200.000 euros adicionales a las entidades, que en total destinan 1,7 millones en becas para casales y colonias. El Departamento de Bienestar Social también ha impulsado iniciativas que combinan la vertiente lúdica con la alimentaria a través de los centros abiertos de la Generalitat, que acogerán unos 2.000 menores, la misma cantidad del programa Jugar y Leer.
También se han reforzado las becas para estancias en los albergues del proyecto. La portavoz de la Pere Tarrés admite que las administraciones se muestran más sensibles ante la pobreza infantil, aunque asegura que los recursos que se destina “todavía no son suficientes”. Desde el inicio de la crisis, el volumen de menores en situación de vulnerabilidad no ha dejado de aumentar, hasta llegar al actual 30,9%, según datos de Unicef.
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