Comer sangre de vaca seca y tostada
Nyakaka y su hijo no tienen nada que comer
Como él, unos 50.000 niños podrían morir antes de que finalice el año
MIKE PFLANZ (UNICEF) Kiech Kuon 28 AGO 2014 - 20:32 CEST
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Al lado de la casa de Nyakaka Wal, en la zona rural de Sudán del Sur, un campo de plantas de maíz de bastante altura crece densamente bajo el sol y las frecuentes tormentas, como una promesa de los alimentos que tanto se necesitan. Pero el maíz está madurando demasiado despacio para Nyakaka y sus hijos. Para la cosecha quedan, al menos, otras seis semanas. Mientras llega el momento, su familia y ella luchan en los márgenes de la supervivencia, comiendo sólo plantas silvestres arrancadas del suelo, o sangre de vaca seca y tostada.
Más de 3,9 millones de personas, incluyendo casi un millón de niños,están al borde la hambruna en Sudán del Sur, donde el conflicto que estalló a finales de 2013 obligó a la gente a huir de sus casas y campos. Eso significa que la siembra se retrasó y la comida almacenada para tiempos de vacas flacas fue saqueada. UNICEF calcula que 50.000 niños podrían morir antes de que finalice el año si el mundo no logra reforzar la financiación para esta crisis.
"No hay nada para comer, nada", dice Nyakaka, abriendo la puerta de madera de su casa de barro para enseñar el lugar vacío donde, habitualmente, se almacenan sacos de maíz. "Para conseguir algo, tengo que caminar tres días hasta el mercado más cercano, donde quizás pueda vender una cabra o una vaca. Tenemos algunos animales, pero venderlos es terrible porque el precio es tan malo ahora… Pero no tenemos elección".
Incluso la medida desesperada de vender el ganado —el equivalente a vaciar la cuenta de ahorros— no es suficiente. Mañana y tarde, Nyakaka y su hija de ocho años, Nyaboth, se unen a sus vecinos de rodillas para arrancar puñados de una planta de hoja pequeña conocida en nuer, el idioma local, como woor, que crece silvestre en Kiech Kuon, la aldea de Nyakaka.
El llamamiento de la ONU y de las agencias internacionales sólo ha conseguido el 51% de la financiación necesaria para detener la hambruna
Se hierve a fuego lento durante más de una hora y, después, se deja enfriar. El resultado es un lodo verde amargo, que es todo lo que Nyakaka puede ofrecer a Nyaboth como la comida de la familia cada día. Va acompañada de pequeñas y duras bolitas de sangre de vaca seca, que parecen diminutas piedras de grava y tienen un sabor metálico y amargo.
En otros lugares de los tres Estados de Sudán del Sur más afectados por la guerra —Alto Nilo, donde Nyakaka vive, Unidad y Jongle— otras familias sobreviven sólo con la leche de sus vacas, el pescado capturado en los pantanos o las hojas de nenúfares que flotan allí.
"Nada de esto se acerca a la cantidad de nutrientes o energía que necesitan un niño o una mujer embarazada o en periodo de lactancia", cuenta Angela Kangori, especialista de UNICEF en nutrición, que ha estado en Kiech Kuon. "Hay una grave crisis de desnutrición en muchas partes del país, y puedes comprobar por qué cuando te das cuenta de lo que la gente, especialmente los niños, tienen para comer", señala.
Muchas personas que viven en las zonas más afectadas ya han caído en la situación desesperada que se conoce oficialmente como el nivel que precede a una hambruna: la cuarta fase de la clasificación internacional de inseguridad alimentaria.
Que esas personas continúen su caída hacia la Fase 5 —hambruna— depende de si puede llegar a tiempo para ellos la suficiente ayuda alimentaria de emergencia. En estos momentos, el llamamiento conjunto de Naciones Unidas y de las agencias internacionales de ayuda sólo ha conseguido 51% de la financiación necesaria.
Si no llega más ayuda económica con rapidez, Nyakaka y millones de personas como ella se enfrentan a unas semanas de riesgo mortal hasta que puedan recoger sus cosechas. Incluso después de la recolección, la situación se ha vuelto tan peligrosa que la ayuda será necesaria probablemente hasta bien entrado el año 2015.
"Hubo otra época en que tuvimos que comer estas hierbas, hace mucho tiempo, cuando yo era una niña como mi hija ahora", explica Nyakaka, que tiene 23 años. "Pero, aun así, las cosas no estaban tan mal como ahora. Esto es lo peor que he visto, e incluso las señoras mayores nos dicen que también es lo peor que han visto en su vida. Sólo podemos rezar para que los tiempos difíciles pasen pronto”.
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