Sábado 11 de agosto de 2012 | Publicado en edición impresa
Lágrimas de felicidad, medallas para toda la vida
Por Juan Pablo Varsky | Para LA NACION
LONDRES.- Luciana Aymar llora de feliz. Está a punto de recibir su cuarta medalla olímpica. No será de oro. Las Leonas no jugaron bien y perdieron contra Holanda, que aprovechó su momento en el partido y lo plasmó en el resultado. No piensa en eso. Tuvo tiempo para la bronca por el bajo rendimiento durante el mismo juego. En este instante tampoco registra que es la primera argentina en llegar al póquer de podios en deportes de equipo, un logro impresionante. Ya les agradeció a sus compañeras por este último viaje. Sabe que muchas han elegido este deporte porque querían ser como ella, como Delfina Merino, Sofía Maccari y Florencia Habif. Empujadas por ese sueño, hoy muchas otras chicas se levantarán temprano para ir a su partido de hockey. Cuando un atleta logra eso, su legado trasciende los títulos. Lo sabe pero en este momento no se le cruza por la cabeza. En realidad, no sé si tiene la real noción de lo que ha provocado. Van a entregarle su medalla. Pero parece estar en otro lado.
Con el imprescindible aporte de todas sus compañeras de ruta, ella lo ha hecho más popular, más competitivo, más masivo, más exitoso. Es muy fácil quedarse con su talento de elegida. Está a la vista. Pero también ha tenido voluntad y ética de trabajo. Perderíamos una dimensión muy importante de su retrato si nos olvidáramos de esos intangibles. Esa mezcla entre capacidad técnica y esfuerzo la distingue. Se retira la mejor de todas las épocas.
Llora Francisco Calabrese. Tenía trece años cuando lo vio a Juan de la Fuente ganar la medalla de bronce junto con Javier Conte en la clase 470 de Sydney 2000. Ya navegaba desde los ocho por la influencia de sus hermanos. Juan lo mira. Sabe de qué se trata pero al mismo tiempo está descubriendo todo otra vez. Están a punto de recibir la medalla tras el tercer puesto en la Medal Race que los alejó de los italianos, sus rivales en la pelea por el bronce. Desde Atlanta 96, el yachting tiene asistencia perfecta en podios. Serena Amato, Santiago Lange y, sobre todo, Carlos Mauricio Espínola lo han logrado. Al igual que Lucha, Camau también tiene cuatro medallas consecutivas. Hoy es el intendente de Corrientes, capital de la provincia "olímpica". El 30 de octubre de 1986 nació allí un futbolero, hincha de Boca, que eligió el taekwondo para seguir a su hermano Mauro, primer medallista argentino en un Mundial. Soñó muchas noches con un día como el de ayer.
Campeón panamericano y del Preolímpico, se rompió el alma para llegar a Londres en el pico de rendimiento. Sabía que en un solo día se jugaría el trabajo de cuatro años. Limpió el camino hasta la final. Durísima, contra el español García. Faltando 20 segundos marcó la mínima diferencia.
El final tuvo drama, épica y hasta reminiscencias de la película Karate Kid. Tras 64 años, la Argentina encontró oro olímpico en una disciplina individual. Ahora está en el podio, escuchando el himno por primera vez en estos Juegos. Se ríe, mira a su gente, levanta el puño. Pero cuando empieza la última estrofa, se afloja. Y mientras canta "o juremos con gloria morir", Sebastián Crismanich también llora de feliz.
el dispreciau dice: los resultados no se fabrican, tampoco son actos virtuales de especialistas del marketing, antes bien se trabajan, se meditan, se sueñan, y luego, con tremendo esfuerzo se alcanzan... no importa si en forma de título, medalla de bronce, de plata o de oro... el premio es sólo una circunstancia que pasa rápido a la historia... estar allí tiene un alto precio, pero los sentimientos cultivados no sólo no lo tienen, sino que son para toda la vida de quien obtuvo el logro... y detrás, para la historia de un país y su cultura. Algunos dicen que son pocas medallas... en verdad, lo importante no es si son muchas o pocas, si son de esto o de lo otro, sí importa que son auténticamente merecidas... todas y cada una de ellas. Aún Londres no termina, sin embargo ya está en el corazón de los argentinos... sí se puede. Para ello hay que dejar de lado las soberbias, los empecinamientos, los ninguneos, las negligencias, y por sobre todo, el creérsela, o si se quiere, el creerse más que cualquier otro. Bien por los medallistas, pero en verdad, bien por todos los que han participado, sonriendo o llorando... ya que el triunfo es apenas una causalidad del destino de cada quién. AGOSTO 11, 2012.-
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