Cuando todavía están calientes los teletipos que la semana pasada anunciaban el fin de la crisis más aguda en el Cuerno de África, otra región del mismo continente se asoma a un infierno de proporciones similares. La franja que agrupa a los países del Sahel (Níger, Malí, Mauritania, Chad y Burkina Faso) se enfrenta a una tormenta perfecta en la que la acción combinada del clima, el comercio y los conflictos podría acabar con la muerte de un millón de niños a lo largo de los próximos meses.
Algunas ONG como Acción Contra el Hambre están dando la voz de alarma sobre esta crisis anunciada. Sus orígenes son casi un calco de lo que el mundo acaba de presenciar en la otra punta del mismo continente: la producción local, fuertemente castigada por la falta de lluvia, es incapaz de abastecer a una población que ve cómo se disparan los precios de los alimentos que consumen (hasta un 85% más caros que la media del último lustro). El retorno de quienes habían emigrado a Libia ha dejado a la región sin una importante fuente de remesas y los gobiernos locales son incapaces de hacer frente al coste que supone la infraestructura de almacenamiento o los mecanismos más básicos de protección social. Las comunidades pastoralistas escapan a donde pueden dejando detrás o malvendiendo los restos del ganado que constituía su único sustento.
Algunas ONG como Acción Contra el Hambre están dando la voz de alarma sobre esta crisis anunciada. Sus orígenes son casi un calco de lo que el mundo acaba de presenciar en la otra punta del mismo continente: la producción local, fuertemente castigada por la falta de lluvia, es incapaz de abastecer a una población que ve cómo se disparan los precios de los alimentos que consumen (hasta un 85% más caros que la media del último lustro). El retorno de quienes habían emigrado a Libia ha dejado a la región sin una importante fuente de remesas y los gobiernos locales son incapaces de hacer frente al coste que supone la infraestructura de almacenamiento o los mecanismos más básicos de protección social. Las comunidades pastoralistas escapan a donde pueden dejando detrás o malvendiendo los restos del ganado que constituía su único sustento.
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