Los chinos plantan cara a la polución
Varios escándalos medioambientales propician manifestaciones violentas contra empresas 'sucias' en China. El Gobierno, por su parte, falsea las mediciones de la calidad del aire.
ZIGOR ALDAMA - Shangai - 23/09/2011
No hace falta ningún artilugio científico para certificar la severidad del problema de la polución en China, basta con ver, respirar y sentir. Porque, salvo en contadas ocasiones, el centro y este del país están permanentemente cubiertos por un pesado manto gris amarillento y al viajero ocasional no tardarán en escocerle los ojos y la garganta tras poner sus pies en ese territorio.
Las redes sociales, clave en las movilizaciones de protesta contra los abusos medioambientales
Pero la polución más grave es la que no se ve y quien sufre sus consecuencias son los 1.350 millones de habitantes del país más poblado del planeta. No en vano, hace cuatro años, el Banco Mundial alertó de que 16 de las 20 ciudades más contaminadas se encuentran en este gigante asiático y la entidad aseguró que hasta 750.000 personas pueden morir al año por esta razón. Los casos de cáncer se disparan y la misma trayectoria lleva el número de quienes nacen con minusvalías de todo tipo.
Hasta ahora los chinos habían aguantado con estoicismo y resignación una realidad que se consideraba intrínseca al desarrollo económico. No obstante, parece que la paciencia ha llegado a su fin y ha estallado la guerra: en los últimos meses las protestas más multitudinarias y violentas no han tenido cariz político o étnico, sino medioambiental. La última, que prendió la semana pasada, ha acabado con el cierre de una fábrica de paneles solares que realizaba vertidos tóxicos sin ningún tipo de tratamiento. Los habitantes de Haining, en la provincia oriental de Zhejiang, culpan a Jingko Solar de haber provocado al menos 40 casos de cáncer y leucemia, mientras las autoridades confirman que los niveles de flúor son diez veces superiores a lo permitido. La empresa ha sido multada con más de 50.000 euros.
El caso de Jingko Solar deja en evidencia dos importantes cambios sociales que van a marcar el rumbo de China: la creciente concienciación medioambiental, ligada más a la preocupación por la salud personal que a la conservación de la naturaleza, y el control que ejercen los ciudadanos al Gobierno a través de las redes sociales, con la bloguera Sina Weibo a la cabeza. Esto ha sido posible gracias a que el ciberespacio chino explota con cada una de estas protestas para presionar a los dirigentes a que tomen cartas en el asunto. Se demostró, con más fuerza todavía, el pasado mes de agosto en Dalian, cuando más de 12.000 personas tomaron las calles para exigir el traslado de una planta química, después de que una tormenta dañase los muros de contención. En un principio las autoridades optaron por la vía de la represión, pero la magnitud que estaba tomando el asunto en las redes sociales les hizo cambiar de idea y decidieron cerrar la planta.
Esta ciudad costera ya estaba sufriendo las consecuencias de un vertido de petróleo de una plataforma de extracción y el ánimo de la población amenazaba con incendiarse definitivamente.
No son los únicos casos. Desde julio de 2009, cuando unos campesinos de Hunan se enfrentaron al Gobierno por la polución de otra planta química, el número de protestas no ha dejado de crecer y la mayoría arremete tanto contra las autoridades como contra las empresas.
La connivencia entre ambos es más que evidente. De hecho los gobiernos locales han falsificado analíticas de niños contaminados por plomo y quienes residen cerca de industrias sucias, se muestran reticentes a pasar los controles sanitarios en hospitales de la zona, que pueden estar bajo la presión de las empresas o de las autoridades. Pero el escepticismo va mucho más allá. Los residentes de Pekín, por ejemplo, consideran una burla que el Gobierno asegure que la capital había disfrutado en 2009 de 285 días azules, una etiqueta que el Ministerio de Protección Medioambiental otorga a cada jornada en la que la calidad del aire es "buena o mejor".
Para demostrar que no es así, Lu Weiwei y Fan Tao produjeron Un diario visual de los días azules en Pekín, fotografiando el cielo cada día de 2009, donde en solo 180 de ellos se podía apreciar algo de azul en el plomizo cielo de la capital. La administración difiere, porque considera que la calidad del aire es aceptable descartando importantes variables que sí se tienen en cuenta en otros países, incluida España. Los niveles de ozono y las partículas de menos de 2,5 micras -especialmente dañinas para los pulmones- son las más importantes de las que se quedan en la cuneta. Y no porque el país carezca de la tecnología para medirlas, sino porque su inclusión haría que el número de días azules se desplomase hasta un 40%. Además, muchas veces las estaciones de medición se encuentran en las zonas menos contaminadas de las ciudades, razón por la que nadie presta atención a los datos que se hacen públicos a diario.
Las autoridades no miden sustancias contaminantes que se tienen en cuenta en otros países
Las redes sociales, clave en las movilizaciones de protesta contra los abusos medioambientales
Pero la polución más grave es la que no se ve y quien sufre sus consecuencias son los 1.350 millones de habitantes del país más poblado del planeta. No en vano, hace cuatro años, el Banco Mundial alertó de que 16 de las 20 ciudades más contaminadas se encuentran en este gigante asiático y la entidad aseguró que hasta 750.000 personas pueden morir al año por esta razón. Los casos de cáncer se disparan y la misma trayectoria lleva el número de quienes nacen con minusvalías de todo tipo.
Hasta ahora los chinos habían aguantado con estoicismo y resignación una realidad que se consideraba intrínseca al desarrollo económico. No obstante, parece que la paciencia ha llegado a su fin y ha estallado la guerra: en los últimos meses las protestas más multitudinarias y violentas no han tenido cariz político o étnico, sino medioambiental. La última, que prendió la semana pasada, ha acabado con el cierre de una fábrica de paneles solares que realizaba vertidos tóxicos sin ningún tipo de tratamiento. Los habitantes de Haining, en la provincia oriental de Zhejiang, culpan a Jingko Solar de haber provocado al menos 40 casos de cáncer y leucemia, mientras las autoridades confirman que los niveles de flúor son diez veces superiores a lo permitido. La empresa ha sido multada con más de 50.000 euros.
El caso de Jingko Solar deja en evidencia dos importantes cambios sociales que van a marcar el rumbo de China: la creciente concienciación medioambiental, ligada más a la preocupación por la salud personal que a la conservación de la naturaleza, y el control que ejercen los ciudadanos al Gobierno a través de las redes sociales, con la bloguera Sina Weibo a la cabeza. Esto ha sido posible gracias a que el ciberespacio chino explota con cada una de estas protestas para presionar a los dirigentes a que tomen cartas en el asunto. Se demostró, con más fuerza todavía, el pasado mes de agosto en Dalian, cuando más de 12.000 personas tomaron las calles para exigir el traslado de una planta química, después de que una tormenta dañase los muros de contención. En un principio las autoridades optaron por la vía de la represión, pero la magnitud que estaba tomando el asunto en las redes sociales les hizo cambiar de idea y decidieron cerrar la planta.
Esta ciudad costera ya estaba sufriendo las consecuencias de un vertido de petróleo de una plataforma de extracción y el ánimo de la población amenazaba con incendiarse definitivamente.
No son los únicos casos. Desde julio de 2009, cuando unos campesinos de Hunan se enfrentaron al Gobierno por la polución de otra planta química, el número de protestas no ha dejado de crecer y la mayoría arremete tanto contra las autoridades como contra las empresas.
La connivencia entre ambos es más que evidente. De hecho los gobiernos locales han falsificado analíticas de niños contaminados por plomo y quienes residen cerca de industrias sucias, se muestran reticentes a pasar los controles sanitarios en hospitales de la zona, que pueden estar bajo la presión de las empresas o de las autoridades. Pero el escepticismo va mucho más allá. Los residentes de Pekín, por ejemplo, consideran una burla que el Gobierno asegure que la capital había disfrutado en 2009 de 285 días azules, una etiqueta que el Ministerio de Protección Medioambiental otorga a cada jornada en la que la calidad del aire es "buena o mejor".
Para demostrar que no es así, Lu Weiwei y Fan Tao produjeron Un diario visual de los días azules en Pekín, fotografiando el cielo cada día de 2009, donde en solo 180 de ellos se podía apreciar algo de azul en el plomizo cielo de la capital. La administración difiere, porque considera que la calidad del aire es aceptable descartando importantes variables que sí se tienen en cuenta en otros países, incluida España. Los niveles de ozono y las partículas de menos de 2,5 micras -especialmente dañinas para los pulmones- son las más importantes de las que se quedan en la cuneta. Y no porque el país carezca de la tecnología para medirlas, sino porque su inclusión haría que el número de días azules se desplomase hasta un 40%. Además, muchas veces las estaciones de medición se encuentran en las zonas menos contaminadas de las ciudades, razón por la que nadie presta atención a los datos que se hacen públicos a diario.
el dispreciau dice: las gentes sólo quieren vivir dignamente, en su propio terruño, sin verse sometidos a las basuras que les imponen los otros, sean estos corporaciones o el propio sistema que arrasa con lo toca. Septiembre 25, 2011.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario