Violencia
La globalización es una máquina de normalizar el yo y el resto de los pronombres personales, de normalizar el malestar, el acoso, la violación, el crimen, la mentira
Una mujer sale con sus hijos de Baghouz, último reducto del ISIS en Siria, el pasado 6 de marzo. DELIL SOULEIMAN/AFP/GETTY IMAGES
Convirtamos la cojera en una forma de disidencia, la oligofrenia en una forma de disidencia, el tartamudeo en una forma de disidencia, la timidez en una forma de disidencia, la locura en una forma de disidencia, la lástima en una forma de disidencia, la muerte en una forma de disidencia, la enfermedad crónica en una forma de disidencia, la escritura en una forma de disidencia… No hay suficientes formas de disidencia, hay pocas o hay ninguna. Se extingue el disidente a la velocidad a la que desaparecen las abejas. El mundo es ya una pelota de carne picada con restos fecales de los capitalistas que le dan forma y que no se lavan las manos tras limpiarse en culo. Las cifras que proporcionan los organismos nacionales e internacionales sobre la exclusión y la pobreza resbalan de las páginas de los periódicos sin que nadie se agache a recogerlas. No se sabe de ningún político que se haya cortado las venas ante la situación desesperada de los sin vivienda, los sin calefacción, los sin luz, sin agua, sin estudios.
La norma pretende que seamos cojos normales, oligofrénicos normales, tartamudos normales, tímidos normales, locos normales, almas en pena normales, muertos normales, enfermos crónicos normales, escritores normales. La globalización es una máquina de normalizar el yo y el resto de los pronombres personales, de normalizar el malestar, el acoso, la violación, el crimen, la mentira. Hay que resucitar las viejas formas de disidencia o encontrar otras nuevas allá donde aparezca un germen de conflicto. Hasta el dolor de muelas debería ser ya una forma de disidencia. Y quien dice el dolor de muelas dice la sequedad ocular, el insomnio, la migraña. No deberíamos permanecer callados ante tanta violencia organizada.
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