Los 500 kilómetros de frontera que se han convertido en la pesadilla del Brexit
Los habitantes del Ulster temen las consecuencias políticas y económicas de una separación radical con Irlanda tras la salida de Reino Unido de la UE
Belfast
amonn Conway, en su taller de neumáticos a las afueras de Jonesborough, en la frontera sureste. En vídeo, el periodista de EL PAÍS Rafa de Miguel explica cómo se vive el Brexit en Irlanda del Norte R. DE MIGUEL | EPV
De todos los monstruos que el Brexit despertó, hay uno con forma de serpiente, que se estira hasta 500 kilómetros y se ha convertido en la pesadilla del Gobierno británico. Hace ya casi 20 años que la frontera física que separaba Irlanda del Norte de la República de Irlanda se volvió invisible. Fue fruto del histórico Acuerdo de Viernes Santo, en 1998, que trajo la paz a una región atormentada que encadenaba tres décadas de violencia terrorista.
“Están metiendo el palo en el avispero y son incapaces de entenderlo. Si vuelven a imponer una frontera dura en esta región, le vaticino que en menos de cinco años acabaremos viviendo un referéndum para unificar las dos Irlandas. Ya no habrá ganas de seguir conviviendo”, se lamenta Eamonn Conway. Tiene 57 años, y un taller de reparación de neumáticos a las afueras de Jonesborough, en el extremo más oriental de la línea imaginaria que separa Reino Unido de la República irlandesa. Sus padres le trajeron siendo niño a las zonas rurales de la frontera. Querían huir de Belfast, y de los Troubles (los problemas). Era el eufemismo con que se definieron tres décadas de violencia sectaria que provocaron 3.500 muertes. “Llegué aquí, y me encontré con las mismas bombas, con barracones militares vigilándonos desde la colina, con helicópteros que sobrevolaban constantemente. Con la sensación de ser tratados como ciudadanos de segunda”. Pero Eamonn no quiere saber nada de la violencia. La detesta, dice. Y por eso le aterra que el Brexit agite los resentimientos.
La voluntad de Reino Unido de salir de la Unión Europea, expresada en el referéndum de 2016, resucitó un problema que comenzaba a solucionarse. La República de Irlanda es socio de la UE. Territorio comunitario. Si Londres seguía adelante con su voluntad de irse, se hacía necesario volver a establecer controles aduaneros y de frontera, para evitar el contrabando o las desventajas comerciales. Pero Bruselas era muy consciente de lo delicado del asunto. Y se comprometió desde un principio a evitar que volviera a levantarse. La solución, simple e imaginativa, y que contó en un principio con el visto bueno del Gobierno británico, es el llamado backstop, o salvaguarda irlandesa. Consistía en mantener a Irlanda del Norte dentro del mercado interior y de la unión aduanera de la UE. Desplazar hacia el este la frontera. Hacia el Mar de Irlanda.
“Lo primero que hay que recordar es que Irlanda del Norte votó mayoritariamente por la permanencia en la Unión Europea. Hay una sensación muy extendida de que nos están sacando de la UE en contra de nuestra voluntad. El protocolo delbackstop es un intento de evitar que exista de nuevo una frontera dura en la isla de Irlanda, una vez que Reino Unido abandone la UE, para asegurar que se mantenga la cooperación entre el norte y el sur que se está dando ahora”, explica Colin Harvey. Es profesor de Derecho Humanitario Internacional en la Queen’s University, en Belfast. “Si se vuelve a construir una infraestructura física a lo largo de la frontera, alguien intentará echarla abajo. Y comenzará a producirse una escalada de acontecimientos a partir de esa acción. Hay un riesgo real. Esta sociedad ha sufrido un conflicto verdaderamente violento. Está saliendo de ese conflicto, y de algún modo, el Brexit está volviendo a traumatizar a la gente”, dice Harvey.
Hay una tragedia humana. Y una gran tragedia económica. Paul Vallely, de 35 años, es el dueño de Kukoon Rugs. Importa alfombras de Turquía, India o China, y las vende a Estados Unidos y a muchos países de la UE. Y a Reino Unido, por supuesto. Tiene su almacén en Newry, cerca de la frontera. Calcula que el Brexit puede acabar con un 40% de sus ganancias. Es una de las voces en contra más firmes de la comunidad fronteriza. “Desde el punto más remoto del oeste europeo hemos logrado ser un competidor central en ese continente, gracias al libre mercado. Si no podemos quedarnos en Europa, al menos el backstop sería una buena solución. Y, además, seríamos el único lugar en Europa que podría comerciar libremente con la UE y con Reino Unido. Nos colocaría en una situación de ventaja. Pero todo lo que suponga menos que eso, será un desastre tremendo”, advierte.
La primera ministra, Theresa May, intentó diseñar una solución a este enredo.Durante al menos dos años, desde el próximo 29 de marzo, Reino Unido permanecería dentro de la unión aduanera, hasta encontrar una solución futura que resolviera el problema de Irlanda del Norte. Pero el ala dura de su partido no se fía de esa supuesta temporalidad y ha rechazado la idea. Del mismo modo que sus socios parlamentarios, los unionistas norirlandeses del DUP -que representan un 30% del electorado aproximadamente de Irlanda del Norte, pero son la única voz que se oye en Westminster- han puesto el grito en el cielo si se quiebra de algún modo la integridad territorial de Reino Unido.
Hay un pueblo remoto llamado Jonesborough. Su pequeña iglesia protestante, perteneciente a la iglesia anglicana y hoy inactiva, linda con un cementerio católico que tiene entre sus muertos a varios miembros relevantes del IRA, la organización terrorista que perseguía la reunificación de Irlanda y cometió estragos durante décadas. El pequeño muro de piedra que separa las dos construcciones era parte de la frontera. Puentes, ríos, caminos. Todo se llenó de policías y de militares, de controles y de recelos durante la época de los Troubles. Una frontera sinuosa y retorcida, con más de 200 puntos de paso, la mayoría inutilizados. Una frontera hoy invisible, que solo se deja ver en los carteles que de vez en cuando aparecen en las carreteras anunciando cambio de moneda de libras a euros. O en las señales de tráfico que pasan, en cuestión de minutos, de millas a kilómetros.
Hugh McEvoy, de 56 años, trabaja en una gasolinera. Hace 20 años decidió comprar, con su propio dinero, la iglesia de Jonesborough. “Quería construir un Centro para la Memoria, para que nadie se olvide de lo que fueron todos esos años”, explica. Aún no se ha decidido a hacerlo. Quizá ya sea tarde. O quizá el Brexit haya vuelto a avivar todos esos recuerdos y ya no sea necesario llevarlos a un museo.
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