domingo, 2 de septiembre de 2018

¿Lo endémico se cura? | El Mundo

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Columnistas

¿Lo endémico se cura?

Autor: Sergio de la Torre Gómez


2 septiembre de 2018 - 12:01 AM


El clientelismo, importado de Sicilia y Palermo, inficionó al sector público, y la lenidad al sector privado.El clientelismo, importado de Sicilia y Palermo, inficionó al sector público, y la lenidad al sector privado.





Medellín




Nadie se esperaba el voluminoso pronunciamiento emitido contra la corrupción que hoy más que nunca campea en Colombia, según lo indican las apariencias, aunque éstas podrían engañarnos, pues no es tan seguro que en épocas pasadas esta plaga no hubiera sido más grande que la actual. Es probable que sí y que lo hubiéramos olvidado. La corrupción entre nosotros siempre estuvo ligada a las hegemonías políticas. A lo largo de la historia republicana ella nos carcomió por ciclos. Se acaparaba la administración pública, en turnos espaciados de liberales y conservadores que se prolongaban por décadas. Los regímenes de ahí surgidos se alargaban tanto como el inaugurado por Núñez y Caro, que solo vino a extinguirse medio siglo después, en 1930. O en su lugar, cuando se necesitaba una pausa para restañar heridas acumuladas, se armaban cómodas coaliciones de azules y cachiporros, como el tristemente célebre Frente Nacional, en que las canonjías se repartían por mitades sin pelearlas en las urnas. El clientelismo, importado de Sicilia y Palermo, inficionó al sector público, y la lenidad al sector privado.

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El mando se cedía a intervalos, cada cierto tiempo, a consecuencia del desgaste que ocasiona el abuso prolongado y sin límites de sus ventajas y prerrogativas, abuso que, cuando alcanza su clímax, genera un vuelco en la opinión pública y el viraje consiguiente, o transición, siempre pactada, que la institucionalidad agotada y maltrecha reclama para refrescarse y revivir. Las hegemonías que monopolizan indefinidamente las palancas del mando se prestan para el compadrazgo y la complicidad que alimentan la venalidad ambiente y la alegre corruptela entre propios y extraños a unos niveles que la sociedad ya no soporta. Se consolidan el delfinazgo y los clanes en que las curules y demás posiciones claves se transmiten por herencia, deviniendo el régimen político en una aristocracia bastarda pero efectiva.
Llega un momento en que el poder hace crisis en medio del escándalo y la nausea, y es entonces cuando hay que ceder. Todo nace del abuso continuado que se ejerce sobre la inversión de los recursos oficiales, la destinación del presupuesto y la contratación, con la cual los adjudicatarios y proveedores hacen su agosto, y siempre son los mismos, que oportunamente cambian de filiación cuando le llega su oportunidad a la oposición de gobernar.
La experiencia resumida arriba también la vivieron nuestros abuelos y no es entonces la primera vez que los colombianos se ven sumergidos en un lodazal. Enumeremos algunos hitos de nuestra historia, y dejemos otros para luego. Así nos cercioraremos de que la corrupción es un mal endémico, herencia del pasado. No olvidemos que en su momento Gaitán también clamaba por la “restauración moral de la república”.
La pérdida de Panamá, con todos sus enigmas y entretelones (como el embolate y manejo turbio del pago que a modo de indemnización nos hicieran los gringos) no fue obra exclusiva de Teodoro Roosevelt. Allí se lucraron los traidores nativos del itsmo, y la élite santafereña por supuesto, con el ministro Holguín a la cabeza (siempre el mismo apellido detrás de cada amputación), élite que consintió la desmembración sin reaccionar con la energía y fuerza que el deber, pero sobre todo el honor, demandaban.

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Rojas Pinilla y su camarilla, tolerada por ambos partidos, se vino abajo a consecuencia del paro nacional del 10 de mayo, que fue la reacción espontánea de todo un país espantado por su malsano contubernio con ciertos círculos superiores. Y hubo también otros episodios emblemáticos de la repulsa de una nación hastiada de la podredumbre ambiente en la cima de la sociedad y el Estado, y en los niveles intermedios e inferiores también. Como el muy reciente de la Bogotá del señor Moreno Díaz, por el cual nunca se le pidieron cuentas a ciertos acuciosos catones, algunos de los cuales hoy figuran entre los promotores y “reguetoneros” de la consulta anticorrupción. Pero bastémonos hoy con lo planteado, que resume un mal endémico, arraigado en nuestras raíces y por tanto “cultural”, como dicen ahora los entendidos. ¿Seremos pesimistas acaso? Quizá sí, pero no olvidemos que a veces el pesimista no es más que un optimista sosegado, vale decir algo incrédulo.

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