Mobutu y Zaire: megalomanía y desfalco
El mariscal gobernó el país (hoy Congo) con mano férrea durante más de tres décadas y lo depredó. Se cumplen 20 años de su muerte. Una semblanza de lo que fue y representó
El mariscal Mobutu Sese Seko, a su llegada al aeropuerto de Kolwezi, antiguo Zaire, en una imagen de 1997, con su avión personal al fondo. AP
Buenos Aires
La República Democrática del Congo goza de una posición estratégica en África y es riquísima en recursos naturales. Si bien la avidez de los intereses foráneos ha propiciado un saqueo mayúsculo de sus riquezas y ha generado inmensos males, como una gran guerra africana, con unos cinco millones de decesos, y la continuidad de un conflicto armado sin fin, también un grupo pequeño de congoleños en el poder aprovechó esos bienes. Joseph Désiré Mobutu gobernó el antiguo Zaire por poco más de tres décadas (1965-1997), confiriendo unidad al territorio y ofreciéndose como garante del orden, pero al costo de una rapiña voraz de las arcas estatales para su beneficio y el de sus colaboradores. El dictador zaireño controló en forma personal alrededor del 20% del patrimonio nacional y, en los años noventa, su riqueza personal representó la deuda externa nacional, unos 5.000 millones de dólares (4.200 millones de euros). Hoy se cumplen 20 años de su muerte.
Orden a toda costa
Mobutu fue visto por Occidente como un estabilizador, como la garantía del orden frente a la corrupción y el caos, este último simbolizado, a su entender, en las fuerzas nacionalistas y en el crimen de Patrice Lumumba, asesinado en enero de 1961 con el mariscal como uno de los responsables. El 30 de junio de 1960, el antiguo Congo Belga obtuvo la independencia de una forma precipitada, lo que generó problemas como la secesión de Katanga. Desde el primer momento, la débil Primera República comenzó el juego faccioso por detentar el poder entre dos grupos, los moderados y los radicales, rivalidad dada en el contexto de Guerra Fría.
Entre 1960 y 1965 la República vivió con sobresaltos y su fin llegó con el golpe dado por Mobutu, un militar bajo la era colonial belga y después periodista. Las potencias occidentales quedaron tranquilas, Mobutu se mostró como la mejor alternativa ante el caos y garantizaba impedir la presunta infiltración comunista. Él marginó y/o eliminó a todo posible rival en el poder, juzgó y ejecutó a cuatro antiguos dirigentes por cargos de traición (ante 50.000 espectadores) y asimismo torturó y eliminó al rebelde Pierre Mulele, líder de una rebelión lumumbista en Kivu, entre otras medidas que reflejaron el afán de orden que respiraba el nuevo gobernante. Tampoco prosperó la rebelión en Kivu y Katanga liderada por Laurent-Désiré Kabila y en la cual participó el médico argentino Ernesto Che Guevara con un contingente cubano.
Mobutu se presentó como restaurador del Bula Matari (devorador de rocas), una metáfora de la impronta estatal en época colonial y del dominio avasallante durante la época leopoldina (cuando las arduas exigencias del Estado Libre del Congo provocaron millones de muertos, entre 1885 y 1908). El mariscal Mobutu comenzó a desarrollar un culto de su personalidad bajo una altísima carga paternalista. Llegó a decir: “Soy el padre de la nación, pienso en todo el mundo, en todos mis hijos”. Lo primero que hizo fue eliminar la Constitución y desmantelar la maquinaria republicana preexistente. Para fines de 1966 gobernó casi solo. En 1967, abolió el Parlamento e impuso una nueva Constitución. Este año marcó la llegada del régimen a un punto de equilibrio que, dentro de todo, se mantuvo hasta 1990. Mobutu creó el Movimiento Popular de la Revolución (MPR), la filosofía de su poder, el mobutismo, una abstracción del personalismo del régimen al punto que, con una censura muy fuerte, los medios oficiales no podían llamar por su nombre a nadie más que al mandatario. En la práctica se construyó un régimen de partido único.
En 1968, no hubo más rebeliones ni revoluciones aunque el régimen siempre fue resistido, pese a la imagen proyectada de su líder como un hombre fuerte. De todos modos, muchos de sus apoyos pensaron que Mobutu no era sólido pero sí la mejor opción disponible. “Mobutu o caos”, resumió un lema. De modo que, al principio, se habló en el mundo de un “milagro”, y el mariscal recibió el beneplácito de De Gaulle, Nixon y del rey belga Balduino. Así se infló su megalomanía, a la que dio el nombre de "autenticidad", junto a su velado afán depredador.
En los años noventa, su riqueza personal representaba la deuda externa nacional
Autenticidad
Tal política de autenticidad fue presentada oficialmente al mundo en 1974, ante Naciones Unidas, emulando el modelo chino mediante un Libro Verde (como el Rojo de Mao), con citas de Mobutu, y rescatando el emblema del leopardo. Se difundió la leyenda que Joseph Désiré había abatido a uno de estos felinos a la edad de 10 años. Esta pauta de africanización se centró en el cambio de nombres, a partir de 1971, y afectó a la Administración pública. Lo hizo el país, el río y algunas regiones, todas portando el nombre Zaire, así como ciudades y la modificación en calles y plazas públicas, junto a la remoción de determinados monumentos.
La autenticidad implicó el cambio de nombres propios mestizos por otros africanos, lo que se ordenó por ley y se penalizó a sacerdotes que bautizaran con nombres católicos. Mobutu modificó su nombre de pila por el de Mobutu Sese Seko Kuku Ngendu Wa Za Banga (literalmente “el guerrero todopoderoso que va de conquista en conquista y deja fuego a su paso”), a lo que agregó varios títulos como “Padre de la Nación”, “Salvador del Pueblo”, “Gran Estratega” y otros. Se estableció un nuevo calendario oficial, que celebró el día del cambio de nombre del país. La adoración por el régimen y su líder adquirió un tono religioso. Los lugares donde Mobutu vivió fueron centros de peregrinaje.
Mobutu modificó su nombre de pila por el de Mobutu Sese Seko Kuku Ngendu Wa Za Banga (literalmente “el guerrero todopoderoso que va de conquista en conquista y deja fuego a su paso”)
También esta política obligó a modificar vestimentas, Mobutu prohibió los atuendos europeos y comenzó a vestirse con una túnica al estilo Mao, conocida como abacost (de “abajo la vestimenta”, en francés), y su tan característico gorro de leopardo. En el plano económico, la autenticidad implicó un ambicioso proyecto de nacionalización encubierta de firmas extranjeras que implicó el pase a allegados de Mobutu. Por ende, una administración truculenta quebró la mayor parte de empresas confiscadas, sin compensación a sus propietarios, y descarriló la economía nacional. Mobutu lo presentó como “radicalización de la revolución”. En síntesis, gran parte de lo expropiado quedó en los altos mandos del régimen, una fortuna de 1.000 millones de dólares (840 millones de euros).
Complicaciones y caída
El Gobierno de Mobutu se convirtió en paradigma de depredación estatal. Pero, mientras el mandatario se concentró en acumular riquezas, el régimen se fue sumiendo paulatinamente en el caos. En forma irónica Mobutu echó la culpa a sus oficiales por su ambición desmedida. En los 70 se estima que el mariscal controló cerca de un tercio de los ingresos nacionales y utilizó el Banco Central para su beneficio. Después de 1975, la complicación económica comenzó a hacerse muy visible y colocó palos en la rueda al régimen, el cual debió volver a buscar financiación externa, en un contexto de crisis económica mundial.
En 1976, Mobutu decidió retroceder en su “revolución”. Además, la bonanza del cobre llegó a su fin y el precio de las exportaciones decayó. La corrupción hizo estallar la situación, aunque en el mundo el alto nivel de corruptela del régimen de Kinsasha se mantuvo oculto. Recién en 1992 hubo un intento de investigar las propiedades del dictador en Estados Unidos, Francia y Bélgica. El país se empobreció y debió recurrir a la ayuda externa. Los proyectos quedaron truncos y la Administración colapsó. Personal hospitalario y de la educación no cobró sus sueldos por meses, entre otros múltiples problemas. En consecuencia, la corrupción causó, según agencias humanitarias, que el 40% de la población de Kinsasha estuviera malnutrida. Por todo ello, Mobutu debió aceptar, a finales de los setenta, medidas correctivas aconsejadas por organismos internacionales de crédito.
En África, se habla de los años ochenta como la década perdida, y Zaire no fue la excepción. El país debió someterse al Fondo Monetario Internacional, hasta que en 1988 Mobutu decidió romper con el mismo y buscar fuentes alternativas de financiación, lo que causó una crisis económica sin precedentes que estalló, sobre todo, a comienzos de los años noventa con una inflación de tres dígitos. Además, durante la década los ochenta, emergió un fuerte movimiento de resistencia.
En 1977 se celebraron elecciones en un clima de entusiasmo y, como resultado, fue constituido un Parlamento “rebelde” a cuyos miembros Mobutu no pudo disciplinar, lo que derivó en la formación del Grupo de los 13, que complicó al régimen. Pero el gran cambio sobrevino en el año 1990, cuando, presionado el mariscal frente al contexto de reapertura democrática en África, debió convocar a una Conferencia Nacional Soberana que funcionó durante 1992. Fue parte de una transición democrática resistida por el oficialismo pero que propició, en 1994, la proliferación de muchos partidos políticos. De todos modos, la idea de Mobutu era no retirarse del poder, por lo que siempre entorpeció el funcionamiento de la conferencia. A todo ello se sumaron las alteraciones producto del desastre en la región que generó el genocidio en Ruanda.
Es muy importante considerar que una decisiva causa de la caída del régimen fue haber dejado de ser funcional a los intereses occidentales, que respondían a que Mobutu se situaba como garante de la estabilidad regional en África central. Finalizada la Guerra Fría, el peso estratégico de Mobutu como baluarte del anticomunismo desapareció. La alianza que se volvió en su contra en la segunda mitad de 1996 lo mostró resistiendo solo, sin el apoyo de sus otrora aliados occidentales. La irrupción de la violencia armada y la guerra de liberación resultante, comandada por Laurent-Désiré Kabila, interrumpió el proceso de transición democrática iniciado en 1990. Rápidamente las fuerzas rebeldes avanzaron y tomaron Kinsasha, sin gran resistencia en la marcha. El régimen de algún modo estaba colapsado. El 17 de mayo fue su final. El mariscal encontró asilo en Marruecos, donde falleció el 7 de septiembre de 1997, enfermo de cáncer.
Legado
El Banco Central estimó que, en 1977, medio centenar de empresas zaireñas controladas por Mobutu generaban unos 252 millones de euros en ganancias exportadoras. A finales de los setenta el líder congoleño era uno de los hombres más ricos del mundo. Con semejante riqueza, coleccionó propiedades de lujo en Europa, Costa de Marfil, Senegal, Marruecos y Brasil. Su residencia preferida estaba en Gbadolite (RDC), en la región que reclamaba ancestral, un complejo valuado en 84 millones de euros con, entre otros lujos, discoteca, piscina olímpica y un espacioso aeropuerto. En 2004, Transparencia Internacional situó a Mobutu en el tercer lugar de entre los 10 líderes más corruptos.
El mariscal desapareció de la escena pero las prácticas depredadoras en el poder distan de hacerlo. El Congo compone un “escándalo geológico” en donde una miríada de intereses confluye para esquilmar la riquísima tierra de sus recursos y, por ende, la población civil es la víctima principal. En efecto, en esta “capital mundial de la violación” 46 mujeres son violadas por hora.
Omer Freixa es historiador africanista argentino. Docente e investigador de las Universidades de Buenos Aires y Nacional de Tres de Febrero.
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