Empresas para salvar los mares
Las capturas ilegales, la contaminación, el uso de artes expoliadoras y la acidez del agua auguran el fin de un sector tal y como se la conoce desde el origen del hombre
Madrid
LUIS TINOCO
La pesca se ahoga. Le falta oxígeno. Las capturas ilegales, la sobrepesca, las corrientes marinas impregnadas de plásticos, el cambio climático, el empleo de artes pesqueras expoliadoras, la acidificación de las aguas, en definitiva; el hombre está esquilmando el azul al planeta. Dos terceras partes de la pesca mundial están sobreexplotadas y agotadas, entre el 20% y el 30% de las capturas son ilegales, no declaradas o no reglamentadas, y un 10% de lo atrapado en los océanos es devuelto al mar. Millones de animales son sacrificados en vano. Ni siquiera llegarán a las mesas de los hogares. En 2007 se capturaron en Estados Unidos 360 millones de kilos de vida marina, pero solo se utilizó el 10%. La revista Science advierte de que con estas artes la pesca podría desaparecer del planeta en 2048. Solo dos años más tarde, el mundo alcanzará el récord de 9.600 millones de habitantes. El desafío de alimentar a esta ingente población choca contra una industria vulnerable y cansada. “En las últimas dos décadas las capturas se han estabilizado en torno a los 90 millones de toneladas anuales. Es su límite natural”, reflexiona Gertjan van der Geer, gestor del fondo Pictet Nutrition. Los mares no dan más de sí. Por eso se buscan nuevos caladeros.
Desde hace 4.000 años hay uno que ha alimentado a la humanidad en silencio. La acuicultura (producción en cautividad) se mueve en la incierta línea que separa el fervor y el rechazo. Unos ven en ella un alivio para una naturaleza exhausta; otros, una vía para esquilmarla aún más. Lo innegable es que ha crecido de lo abisal al infinito. De producir 800.000 kilos en 1951 a 73,8 millones de toneladas durante 2014. De valer casi nada a manejar más de 160.000 millones de euros. Un viaje hacia el entusiasmo. “Las granjas de peces son más eficientes que cualquier otro tipo de explotación de animales. Tenemos la tecnología y el conocimiento para criar pescados en cautividad con una huella medioambiental muy baja, tratando bien a las especies y sin usar innecesariamente químicos o antibióticos”, sostiene Amy Novogratz, cofundadora del fondo de inversión holandés Aqua-Spark, que invierte en acuicultura sostenible.
Las granjas están tomando la industria pesquera al asalto y es tal su empuje que podría dejar varada y en tierra a la flota tradicional. Los números adelantan un sorpasso. Por primera vez en 2021 la producción en cautividad superará a las capturas de pescado salvaje. El mundo tiene hambre y quiere alimentarse. Unos 3.000 millones de personas obtienen el 20% de sus proteínas del pescado. La dinámica es clara. La demanda de los productos del mar crece a medida que aumenta la renta disponible y la preocupación por comer más sano. La alborada de un cambio. “Poco a poco el valor de producir comida irá incrementándose en España. Ahora somos una actividad que no tiene el glamour de otras. Pero el día que comprendamos que el aprovisionamiento de la comida no se puede dar por hecho, entonces se volverán las tornas”, advierte Javier Ojeda, gerente de la Asociación Empresarial de Productos de Cultivos Marinos (Apromar).
España manda en estas aguas prisioneras. Es el mayor productor de Europa. Sumó 289.821 toneladas en 2015. Unos 407 millones de euros. Pero ese ranking y esos números son un espejismo. “El sector se enfrenta a una parálisis del crecimiento”, revela Javier Ojeda. Le lastra la alimentación y la burocracia. Hacen falta varias toneladas de pescado de baja calidad del océano para producir una tonelada de alta calidad en piscifactoría. Por eso la industria busca alternativas y comienza a alimentar a los animales con algas (ya se cultivan 27,3 millones de toneladas) e insectos. Pero el cambio va tan lento como la concesión de licencias. La Administración española consume hasta ocho años en dar el plácet ante el riesgo de impacto medioambiental. Una preocupación que desborda fronteras.
'PESCADOS DE SANGRE'
El mar arrastra una riada de sangre. Entre 970.000 y 2,7 billones de peces son capturados en el mundo todos los años. Estas cifras no incluyen ni la pesca deportiva ni los millones de animales sacrificados en granjas marinas o de río. Sobre esta corriente tan delicada, el Stockholm Resilience Center de la Universidad de Estocolmo ha imaginado una iniciativa que trae ilusión. Por primera vez nueve de las mayores empresas pesqueras de Asia, EEUU y Europa suman empeños para combatir las prácticas insostenibles. Al proyecto le han dado el nombre de SeaBOS (Administración Oceánica de la Industria Marina).
Pero el viaje no resultará fácil. El sector pesquero está fragmentado en millones de embarcaciones que respaldan la subsistencia de miles de pescadores. Sin embargo, las 13 mayores compañías del planeta controlan el 40% de las especies más valiosas. Por eso es una buena noticia que nueve (Nippon Suisan Kaisha, Maruha Nichiro, Dongwon Industries, Thai Union Group, Nutreco, Cargill Aqua Nutrition, Kyokuyo, Marine Harvest y Cermaq) de esos gigantes se hayan comprometido, a través del SeaBOS, a eliminar de sus cadenas de suministro el pescado que proceda de la piratería o la pesca ilegal. Pues las artimañas son muchas. Barcos que faenan sin tener cuota, embarcaciones que utilizan artes y aparejos prohibidos o que pescan en aguas y caladeros que no les corresponden. Una vez expoliado los animales “lavan” este pescado “negro” a través de las pesquerías.
SeaBOS quiere combatir también este ‘pescado de sangre’. ¿Lo logrará? “Es saludable ser un poco escépticos hasta que este grupo sea capaz de demostrar algún resultado tangible”, propone Henrik Österblom, subdirector de Ciencia del Stockholm Resilience Center y uno de los padres del proyecto. “La idea es buena. Aunque hay que ser precavidos y supervisar los resultados”, valora Rusty Brainard, experto de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de EE UU.
Efecto en aguas abiertas
Una cuarta parte del salmón “salvaje” de Noruega capturado en Escocia ha escapado de granjas del país nórdico. Un invitado sorpresa en la cadena alimentaria. “Estamos muy preocupados por el efecto de la acuicultura a gran escala en aguas abiertas”, admite Patty Lovera, subdirectora del grupo ambientalista Food & Water Watch. Es la realidad de una industria a la que le cuesta encontrar el equilibrio entre sostenibilidad y negocio. “La acuicultura de calidad puede ser una solución para la reconversión pesquera. Sin embargo, hay que hacer peces muy bien hechos y eso es tecnología”, observa Antonio Saiz, vicepresidente de la explotación Sonrionansa, en el estuario del río Nansa (Cantabria). Pero ¿querrá la gente comer animales crecidos en aguas tecnológicas?
Quizá la naturaleza responda a esa pregunta cuando se lancen las redes y regresen vacías. Cerca del 32% de los recursos pesqueros están sobreexplotados, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Hace no tanto, en los setenta, ese porcentaje era del 10%. Y la FAO avisa. El paisaje es “alarmante” en el Mediterráneo y el mar Negro. Las capturas en esas aguas han caído un tercio desde 2007. Muchas cosas están cambiando. El mar lo sabe, los pescadores lo intuyen. “Vivimos un momento extraño”, reflexiona Basilio Otero, presidente de la Federación Nacional de Cofradías. “El atún se está viendo en latitudes que nunca se habían visto. Antes, como muy cerca, nadaba a 25 millas, ahora los vemos saltar a 2”. ¿Por qué? “Eso me gustaría a mí saber, tal vez sea el cambio climático; el caso es que el pescado anda muy estresado”.
Los animales tienen infinitas razones para sentirse agitados. Solo un tercio de los barcos pesqueros están faenando en niveles que permiten la repoblación. Un perjuicio que se multiplica. En el mundo se extraen al año ilegalmente entre 11 y 26 millones de toneladas de pescado. A nadie le sorprende que las capturas hayan alcanzado su límite biológico. En 2014 (datos más actualizados) el mar dio 93,4 millones de toneladas. Poco más puede hacer. Solo aguardar algo de cordura. Sale a cuenta. La industria ganaría 26.800 millones de euros adicionales al año si las empresas aplicaran técnicas sostenibles. Un camino para dar alivio a las poblaciones. Pero comer, sobre todo en los territorios más deprimidos, es una necesidad que nadie puede dejar para mañana. Manda el presente y la urgencia de vivir. Aunque esa vida cada vez nade mucho más lejos y entre gigantes.
La gran flota
La flota de pesca de altura china cuenta con 2.600 buques. Es la mayor del mundo. Solo entre 2014 y 2016 entraron en servicio unas 400 naves. La principal potencia pesquera del planeta (produce 14,8 millones de toneladas al año) tiene hambre. Pero también es más rica y quiere comer mejor. Por eso se ha embarcado en busca de más capturas y lejanas. Malas noticias para el océano. “La incapacidad de China para reducir de forma considerable su sobrecapacidad y su sobrepesca supone un gran retroceso en el esfuerzo por asegurar una pesca sostenible en el mundo”, se queja Rashid Sumaila, director del centro canadiense Fisheries Economics Research Unit, perteneciente a la Universidad de British Columbia. En este atropellado paisaje solo aparecen pequeñas esperanzas. El gigante asiático ha firmado una moratoria en sus aguas costeras. “Lo que habrá que vigilar es hasta qué punto se cumple”, apostilla el docente. Porque la mala reputación de China cruza océanos y mares. Su flota roba —según The New York Times— 40.000 toneladas de pescado al año en Senegal. Sin embargo, el país africano mira hacia otro lado. “Es difícil decir no a China cuando ellos construyen tus carreteras”, admite el doctor Samba, vicepresidente del instituto de investigación oceanográfica del país. Pero el intercambio de alimentos por infraestructuras es una grieta en la conciencia.
El mar necesita nasas; no de pesca, sino legales. Espacios que protejan a la fauna marina del expolio consentido y del fraude. El sistema de cuotas ha mostrado su utilidad durante años. En aguas estadounidenses, por ejemplo, la sobreexplotación ha pasado del 25% en 2000 al 15% durante 2015. “Es un mecanismo que ha funcionado bien”, comenta Rainer Froese, doctor del Centro Helmholtz de Investigación Oceánica Geomar en Kiel (Alemania). “El problema fue que se establecieron cuotas demasiado altas, las cuales, a menudo, permitían la sobrepesca. Otras, en cambio, eran tan elevadas que los pescadores no podían cumplirlas porque no había suficiente pescado en el agua”. La nueva política pesquera comunitaria (entró en vigor durante 2014) redujo esa paradoja. “Pero por desgracia en el Mediterráneo no existen cuotas excepto para el pez espada y el atún rojo, y la mayoría de las poblaciones están próximas al colapso”, matiza el investigador.
Pocas especies representan tan bien esa existencia al límite como el atún. Un pez tan valioso que nada solo para las élites. Sus siete variedades más explotadas comercialmente generan 35.000 millones de euros al año. “Es un gran negocio”, lamenta Amanda Nickson, directora de conservación mundial del atún de la fundación The Pew Charitable Trusts. Y lo es en la almadraba de Cádiz y en la lonja de Tokio. Sobre todo cuando algunos ejemplares se han pagado a 500.000 euros. Frente a esta presión, el planeta busca respuestas.
Creación de santuarios
Desde hace dos años las Naciones Unidas tratan de lanzar una ambiciosa negociación para crear santuarios marinos que protejan especies como el atún. El objetivo es establecer un sistema de normas destinadas a preservar la biodiversidad más allá de la jurisdicción de las aguas territoriales de cada país. Quiere regular la altamar. Algo trascendente. El 67% de la superficie marina está fuera del alcance nacional. Una tierra de todos y de nadie. El empeño es establecer espacios donde quedaría prohibido extraer cualquier recurso marino. “No-take areas”, dicen los ingleses. Zonas intocables. “Estos lugares podrían ayudar incluso a recuperar las poblaciones de algunos peces dentro de las áreas económicas exclusivas [200 millas marinas desde la línea de costa] de cada país. Y también de ciertos animales que cruzan las aguas de altamar y las nacionales”, valora Liz Karan, directora del programa de The Pew Charitable Trusts para la protección de la vida oceánica. Pero las corrientes en contra son poderosas. La flota noruega y rusa pesca kril en altamar y China y Japón capturan allí atún rojo. Las conversaciones, inciertas, comienzan el año próximo. “No será fácil, pero el Acuerdo de París demuestra que tampoco resulta imposible que 193 países caminen juntos”, aventura Kristina M. Gjerde, asesora de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en ingles).
El tratado parisiense sobre el calentamiento global sería una buena referencia de cómo socorrer el mar. Porque la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera ha elevado 0,7 ºC la temperatura en la superficie. Los océanos son esponjas, filtran ese gas. Pero el volumen de CO2 que pueden absorber y almacenar depende de su temperatura. A mayor frío, más absorción. Y viceversa. El calor extremo daña las aguas. También a su industria. “El cambio climático es probable que tenga un fuerte impacto en las empresas pesqueras de todo el mundo”, reconoce Maria Damanaki, directora de los Océanos de la organización ecologista The Nature Conservancy. “Algunas regiones verán cómo ciertas especies se reducen mientras que otras pueden aumentar”.
Porque en los mares todo está conectado. Huyendo del calentamiento de las aguas ecuatoriales, muchas variedades de plancton usan las corrientes para dirigirse a los polos. Detrás va el pescado y, tras él, los barcos faeneros. Esta hégira tiene un precio. La Universidad de British Columbia calcula que en pocas décadas el cambio en el clima costará a la industria pesquera 10.000 millones de dólares anuales. Lo grave es que el pago al barquero no es solo en monedas sino en vidas. El aumento de CO2 disuelto en las aguas provoca una reacción química denominada acidificación. Este proceso reduce el carbonato que moluscos, crustáceos y corales necesitan para desarrollar, por ejemplo, sus esqueletos.
Esa misma fragilidad se filtra hasta los arrecifes de coral. Aunque solo representan una mínima proporción de los fondos marinos, dan cobijo a una cuarta parte de las especies conocidas. Son arcadias de la biodiversidad de las que se benefician millones de pescadores. Hoy estos santuarios corren peligro. El cambio climático, la sobreexplotación y métodos de pesca destructivos ahogan este tesoro. “Prácticas como la pesca con dinamita, el uso de cianuro y el arrastre de fondo pueden degradar severamente los hábitats (incluido los arrecifes de coral) que sostienen la biodiversidad y las pesquerías”, afirma Rusty Brainard, director del programa de corales de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos.
Un mar de plásticos
Todo esto es la consecuencia de la irresponsabilidad de la era del hombre. El atropoceno acude cargado de sinsentido y contaminación. Diríase que los océanos brillan más por el plástico que acumulan que por la luz que reflejan. “Nuestras investigaciones sugieren que en 2050 podría haber más plástico que peces en el océano. Al menos en términos de peso”, vaticina Rob Opsomer, responsable de la iniciativa Nueva Economía del Plástico de la fundación Ellen MacArthur. Incluso la sal de mesa ya contiene esa sustancia.
Plástico, calentamiento, sobrepesca. La vida está amenazada. Dentro del mar y en sus orillas. Porque hay que tener la piel tan dura como la madera de boj para salir a faenar. “Las capturas se han mantenido estables en la pasada década, pero esto oculta un aumento de los días en el mar, jornadas más largas y un mayor esfuerzo para encontrar los bancos de peces”, desgrana Jim Masters, director general de Fishing in to The Future, una organización que promueve la pesca sostenible en Reino Unido. Y remata: “Pescar se ha vuelto más difícil”. Por culpa, claro, del ser humano.
Esa resaca llega también a las costas del principal productor de la Unión Europea. El año pasado España capturó 898.333 toneladas de pescados y mariscos. Suyo es el liderazgo tanto en volumen como en valor (2.043 millones de euros). Pero cuando otea el mundo ve que solo representa el 1,10% de las capturas globales y que su flota supone un 0,39% de toda la que navega en la mar. Se siente más cabeza de ratón que cola de león. Sin embargo, ha dejado atrás a sus fantasmas. “España es un país líder en la lucha contra la pesca ilegal. Hace una década nos acusaban de hacer pescas pirata. Hoy somos un ejemplo”, se defiende Javier Garat, secretario general de la patronal de armadores Cepesca. La industria, como los personajes de Godot, aguarda su destino. Espera que el Brexit no les expulse de las aguas de Reino Unido, que se aclaren los efectos del cambio climático y que los 10.000 barcos que salen todos los días a la mar encuentren, siempre, abrigo.
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