Editorial I
Chile y su digno baño de orgullo
El histórico y conmovedor rescate de los mineros resultó ser un tributo a la mejor acepción de la palabra "unidad"
Jueves 14 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
Es cierto que las desgracias unen, pero también es cierto que algunas desgracias unen más que otras. La desgracia de los 33 mineros chilenos atrapados en un precario refugio sin luz natural ni aire fresco, a 700 metros de profundidad, sin duda ha unido más que cualquier otra a todas las personas de cualquier nacionalidad que, al menos por un momento, repararon en la angustia que puede significar estar en esa dramática situación e incluso en la de sus familiares y amigos, pendientes del desenlace en el puesto de avanzada que, durante 69 días de zozobra, desde anteanoche hizo honor a su nombre: campamento Esperanza.
El histórico y conmovedor rescate de los mineros, uno a uno en el tiempo necesario para llevarlos a la superficie, resultó ser un tributo a la mejor acepción de la palabra "unidad".
Tanto ellos, organizados durante los 17 días en los cuales tuvieron que racionar los víveres disponibles para sólo tres jornadas y alimentarse con apenas dos cucharadas de atún, como el presidente de Chile, Sebastián Piñera, y toda la sociedad, sin distinción de banderías políticas o clases sociales, demostraron ser tan sólidos como la roca al hablar con una sola voz y, sin fisuras, lograr que los mineros retornaran sanos y salvos a la superficie.
Era una empresa mayor, colosal, imposible de medir en mezquinos términos políticos. En Chile, el orgullo nacional quedó inscripto en su mero nombre, grabado en la cápsula Fénix 2, y en su bandera, desplegada en el refugio y en la superficie como la salvaguarda común de esos hombres bravos que, puro coraje, supieron organizarse para no desesperarse y contenerse para no dispersarse.
Primó entre ellos la confianza, más allá de los lógicos y comprensibles arranques de furia y desesperación que pudieron haber sufrido. Ese papelito que sacudió al mundo con la primera señal de vida de los 33 dejó en evidencia hasta qué punto el ser humano es capaz de soportar condiciones adversas en su afán de sobrevivir.
Ningún país necesita una prueba de fuego semejante para que un presidente nuevo como Piñera, desentendido de la seguidilla de gobiernos socialistas y democristianos de la Concertación que dominaron La Moneda desde el final de la dictadura militar y de otros que se precian de ser "progresistas", se calzara el casco y, firme al lado del hoyo del cual iban a volver a la vida los mineros, confiara en fundirse en abrazos con ellos hasta que se selle en forma definitiva esa trampa mortal que dejó al desnudo la precariedad laboral que muchas veces es pública y notoria en América latina.
Los 33 y otros 300 que trabajaban en la mina San José llevaban dos meses sin cobrar; sus salarios no alcanzaban los mil dólares mensuales.
Desde hace más de una semana ondean banderas de Chile en Copiapó. El país presentía que el desenlace iba a ser feliz y que los rescatistas, así como quienes condujeron el complejo operativo, iban a convertirse en algo así como héroes nacionales. No da envidia. Despierta admiración y, en el fondo, nostalgia: ¿cuánto hace que los argentinos no nos enorgullecemos de nosotros mismos como sociedad en lugar de vanagloriarnos por el crédito de un polo o un sector en particular?
Esa es la diferencia con Chile, acaso más monumental que la cordillera de los Andes. Y es, también, la consecuencia de vivir en una guerra permanente contra nosotros mismos en la cual es imposible que haya ganadores.
En el desierto de Atacama, los familiares de los mineros levantaron el campamento con tiendas de campaña y una estatua de San Lorenzo, el santo patrono de los mineros, el 5 de agosto mismo. Se resistieron desde el comienzo a creer que los suyos habían quedado sepultados. Se valieron de una sola arma: rezar pidiendo una señal. Esa señal llegó en el papelito enrollado que vino a ser la confirmación de los recursos desplegados para dar con ellos. Había un boliviano y, por eso, el presidente de ese país, Evo Morales, acompañó a Piñera.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner habló por teléfono con su par chileno. "Esto es una caricia de Dios después de la tragedia de febrero", le comunicó, antes de, Twitter mediante, importar el escenario como si la "tragedia milagrosa" hubiese ocurrido en la Argentina y, con tono burlón que roza la falta de respeto hacia la desgracia en sí, hacer especulaciones sobre el papel de algunos de sus obsecuentes ministros y, desde luego, los medios de comunicación.
En realidad, tanta bandera de Chile y tanto grito a coro de su nombre cada vez que asomaba la cabeza un minero rescatado resultaron ser el mejor premio que ese país hermano y querido pudo darse a sí mismo. Un digno baño de orgullo nacional.
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1314574
el dispreciau dice: Chile le ha dado una lección al mundo entero, no sólo por el rescate de los 33 mineros, hecho que ya forma parte de la historia grande de la humanidad, además porque ha puesto en evidencia que las capacidades aunadas habilitan a alcanzar objetivos que parecen imposibles, de los cuales renace la propia vida. Ha sido una lección de humanidad, otra de políticas públicas, una más de ingeniería, y podemos agregar a la lista el hecho de educar a las generaciones futuras a no verse amedrentadas por la adversidad... y esta lección ya corre en todas las direcciones, hacia otras naciones que decidieron por distintos motivos, abandonar a su suerte a su propia gente, a sus propios mineros, a sus conciudadanos, a su propio personal técnico sumergido en un submarino o destinado a una planta nuclear, avocado a la tarea de extraer petróleo en el océano, y más, esto es cualquier tarea que implique riesgo de vida para un conjunto de personas, las que ante una situación de crisis son "obviadas" por las incapacidades y las negligencias de los mismos que las contratan. Chile ha dado un ejemplo de humanidad, otro de comunidad y uno más de cultura de conjunto, omitiendo las estúpidas ideologías y sus consecuentes actitudes defensivas que sólo aportan división y dolor, tanto a las víctimas directas como a sus familias. Este hecho establece un antes y un después de los estados de catástrofe y más vale que los políticos y sus respectivos gobiernos aprendan de esta acción mancomunada. No importa cuanto costó ni tampoco quién lo va a pagar, sí importa el resultado final, esto es que no se perdió una sola vida. Octubre 14, 2010.-
Cancer Nanotechnology
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