De Cromagnon a Copiapó
Ricardo Esteves
Para LA NACION
Jueves 21 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
No debemos olvidarnos. Durante una de las peores tragedias -sino la peor de todas- que vivió nuestro país en democracia, la de Cromagnon, aquel fatídico 30 de diciembre, nuestras máximas autoridades nacionales, en lugar de estar donde debían estar, consolando a las familias de las víctimas, huían hacia el Sur, bien lejos, para despegarse de cualquier costo político que pudiera depararles la catástrofe.
Hemos visto en Chile, en la mina de Copiapó, que para el presidente de ese país no había nada más importante que la vida de los mineros atrapados. Estoico, acompañó todo el proceso, desde la incertidumbre inicial hasta el éxito final del rescate. Fue esa epopeya, además, una exaltación a la figura del líder, encarnada tanto en el capataz del grupo de mineros atrapados como en las autoridades nacionales de ese país.
En nuestro imaginario colectivo, en cambio, el "líder" es una figura devaluada, alguien cuestionado y objetado. Es como si se estimulara la insurrección hacia el líder en cualquier ámbito donde ejerza ese rol. Pero sin un líder que sea respetado y obedecido, ningún grupo humano puede avanzar. El gran dilema, sin embargo, se da cuando los grupos caen en manos de líderes mesiánicos, autoritarios e intolerantes.
La intolerancia parece una actitud arraigada en la sociedad argentina. Y si así fuera, ¿por qué nuestros "líderes" deberían carecer de esa cualidad?
El viernes 2 de julio, durante el Mundial de fútbol de Sudáfrica, se enfrentaron las selecciones de Brasil y Holanda. En Río de Janeiro, en la avenida Atlántica de Copacabana, un lugar tan emblemático de esa ciudad como el obelisco lo es para Buenos Aires, se instaló una pantalla gigante que transmitió el partido en vivo. Se reunieron allí cerca de 20.000 aficionados brasileños. En el medio de esa marea verdeamarela (los colores de Brasil) se congregó un grupo infinitamente más pequeño -unas 150 o 200 personas- de simpatizantes holandeses. Vestidos con sus camisetas color naranja y blandiendo sus banderas, llamaban la atención por el contraste con los locales. Ese contraste se extendió a los estados de ánimo: por un lado, la felicidad de los holandeses, que resultaron ganadores; por el otro, el desánimo y la bronca del público brasileño. Sin embargo, ganadores y perdedores compartieron el espacio sin agravios ni agresiones.
Al día siguiente, el sábado 3 de julio, se jugó el partido entre la Argentina y Alemania. A ningún miembro de la comunidad germana en nuestro país se le hubiera ocurrido ir en grupo a ver el encuentro a un lugar público donde la mayoría de los espectadores fueran simpatizantes de la Argentina, por el riesgo de exponerse a una paliza. Y es muy posible que si tal cosa hubiera sucedido, más de un comentarista televisivo habría justificado las agresiones: "Estaban provocando a los argentinos".
Este hipotético aunque probable ejemplo nos muestra que la intolerancia no es una conducta exclusiva de las dirigencias políticas, sino que es compartida por el común de la gente.
Otra referencia. El jueves 26 de agosto pasado se subastó, en la casa Naón de Buenos Aires, una litografía de Juan Manuel de Rosas (lote 29) de la primera mitad del siglo XIX que, en su parte superior, rezaba: "¡Vivan los federales! ¡Mueran los salvajes asquerosos inmundos unitarios". Los unitarios de entonces, seguramente, debían de expresarse en términos similares. ¡Han pasado 150 años y seguimos con el mismo tono! ¿Será posible que no seamos capaces de evolucionar hacia un plano de pacífica convivencia?
Debe destacarse que la referida litografía se publicó cuando Rosas ejercía el poder. No son la misma cosa los hechos que se gestan desde el poder -las más de las veces con recursos públicos- que los que se generan desde la oposición, es decir, desde el llano. Esto se hace patente en el caso de los asesinos de la guerrilla, que tomaron la justicia por cuenta propia e intentaron hacerse del poder por la fuerza, y los asesinos que desde el Estado les respondieron aún con mayor saña, con el propósito de "aniquilarlos", según la expresión del decreto presidencial del gobierno democrático de entonces, que desencadenó ese nefasto proceso, el más oscuro de nuestra historia. En este último caso se trató de crímenes de lesa humanidad; en el otro, de crímenes comunes.
Alguien podría aducir que las afrentas que se profieren desde el Estado son afrentas de lesa humanidad, mientras que las otras son comunes. Pero, ¿tiene sentido alarmarse por los agravios oficiales al tiempo que desde el propio Estado se ensalza públicamente a lavadores de dinero de la guerrilla asesina? ¿Qué margen le queda al Estado para combatir con autoridad moral ese ilícito?
Más allá de este gravísimo episodio, sí, tiene sentido alarmarse. Si las dirigencias políticas encaramadas en el Estado vomitan odio, ese estilo cala en la sociedad, que pasa a dirimir sus diferencias cotidianas imbuidas de ese espíritu.
¿Quién debe regresar primero hacia la cordura, la sociedad o las dirigencias políticas? Las dirigencias políticas son emergentes de la sociedad civil, y ésta, a su vez, se retroalimenta de los mensajes que recibe del poder político. ¿Cómo resolver este dilema, que es como el del huevo y la gallina? El autor de esta nota sospecha que el cambio debe producirse a partir del poder. El mensaje conciliador que se emita desde su seno -y que se sostenga con hechos- podría conducir a la sociedad a un clima de convivencia que redunde en una vida más armónica -aunque más no sea en el plano del trato recíproco- que beneficie a todos los argentinos. Esa, tal vez, sea una de las mayores urgencias de la sociedad.
Quien gane las elecciones del año próximo, entre muchas cosas por arreglar - por cierto, nada fáciles- tendrá dos tareas fundamentales por delante.
Primero, apaciguar la crispación de la sociedad, reconciliarla y encaminarla en la senda de la educación, los buenos modales, la cultura del trabajo y la concordia.
Luego, deberá convencer a los inversores y a los empresarios de que éste es un lugar seguro donde se respetan las reglas de juego y el Estado vela por ello, para que masivamente inviertan -ante las extraordinarias oportunidades que claman por inversión- y generen así empleos que saquen a la juventud de la indiferencia, la desesperanza y la violencia. Al decir del tono campechano del presidente uruguayo José Mujica: "Jugátela acá [a la plata] que no te la vamos a quitar". © LA NACION
De Cromagnon a Copiapó - lanacion.com
el dispreciau dice: ARGENTINA viene acumulando tragedias, mayormente inducidas por negligencias funcionales y operativas, apañadas por el poder político de turno. La mayor tragedia de la historia argentina se concentra en la década de los años 70, donde un grupo de militares con rango de mesianismo intrínseco se dedicaron a negociar las vidas de las ideas, acordando con lo ideólogos, sacrificando a miles de ciudadanos por el sólo hecho de pensar distinto. Los ideólogos viven, mientras las ideas fueron torturadas, vejadas y sacrificadas a favor del régimen imperante por entonces. Nadie reconoce las culpas y el problema social de fondo no se ha resuelto... A dicha calamidad, fabricante de zozobras familiares sin fin, le siguió otra impericia demencial, por caso el conflicto de Malvinas. Un conflicto estúpido si los hay, que sacrificó un número incierto de jóvenes mientras sus jefes se embriagaban en el desprecio... Argentina pagó un alto precio por dicha tragedia, un precio que nadie en el país se ha animado a reconocer, los ideólogos sobrevivieron, una vez más las ideas se consumieron entre el frío y las balas de un enemigo al que se lo va a buscar en secreto cada vez que a alguien del concierto político le hace falta o le conviene. El problema social fabricado por el desatino, aún permanece sin resolver. Penoso. Detrás de ellos, vinieron otras tragedias:
► Embajada de Israel
► AMIA
► Río Tercero
por sólo mencionar algunos actos de barbarie inducida por abuso, por omisión, por burla, por desprecio, por lo que Usted quiera... Nada de eso ni de los otros incidentes se ha resuelto. Antes bien, todo queda flotando en el espacio de las burlas desde el poder político hacia la sociedad... y los ciudadanos, aún enterrando a sus muertos, quedan latiendo en el abandono.
Junto con otras calamidades negadas hasta el hartazgo (Austral en el Río, Austral en Entre Ríos, LAPA, y cientos de otras tragedias, jamás resueltas), llegó Cromagnón (Cromañón?) y con ello se consumieron numerosas vidas, dando lugar a nuevas explicaciones falaces, argumentos vacíos, discursos temerarios, pero de fondo ninguna solución... y todo sigue igual, Argentina no aprende de las temibles lecciones de la historia.
Es de prever nuevas tragedias ya que las rutas dan vergüenza, igual que cualquier ámbito de los mantenimientos de los cuasi extinguidos ferrocarriles... Es evidente que la justicia no alcanza porque no es capaz de proveer "justicia" por las víctimas, dando siempre la derecha al victimario responsable directo, o a los victimarios responsables indirectos. Nuestro país fabrica anticuerpos para el lado equivocado, favoreciendo lo malo por el recurso del legítimo derecho humano que debe salvar el atropello y lapidar al pobre ciudadano que fue víctima de algo. Lo mismo hacen los medios y así permanecen miles de casos sin resolver. El estado induce permanentemente acciones punitivas sobre la sociedad, lastimando a las personas, pero los primeros en violar las luces rojas de los semáforos es la propia policía, la de tránsito, la federal, o cualquier otra, porque la impunidad es absoluta tanto como la corrupción. Alcanza con tratar de pasar por las rutas nacionales en la Provincia de Tucumán para reconocer cuán grande es la corrupción... la caja es "oficial" y se paga o nadie pasa... al mismo tiempo que nadie considera a las cientos de víctimas que son violadas en sus derechos día tras día. Es igual en la provincia de Santa Fe, y nada distinto en Córdoba... Estas también son tragedias que fabrica el poder político ya que este accionar ahorra sueldos (salarios) promoviendo aportes paralelos.
En este concierto, ARGENTINA, no la de los políticos y sus obsecuentes, la suya y la mía que no tenemos nada más que lo puesto, se ve vejada las 24 horas del día por todos los atropellos que fabrica un estado ausente, siempre ausente, un estado acostumbrado a omitir y a no resolver ya que las causas finalmente prescriben, y las vergüenzas de estas personas sin escrúpulos, también. La clase política argentina es un ejemplo de cinismo... y las tragedias se suman, al tiempo que las víctimas son despreciadas por el mismo modelo de un país en serio, ese que se miente hora tras hora. Octubre 21, 2010.-
Cancer Nanotechnology
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