Jack el Destripador se queda desfasado en la era de Facebook
El crimen perfecto era el que quedaba impune, pero ahora parece ser el que se retransmite en directo. ¿Acaso la fama desencadena más violencia?
Jiranuch Trirat, de 22 años, consolada por sus amigos frente al retrato de su bebé, asesinada por su padre. GETTY
El crimen perfecto siempre fue aquel que quedaba impune, en el que ni los mejores sabuesos lograban cazar a un culpable que se escurría para siempre. Jack el Destripador bordó la perfección criminal por antonomasia al permanecer anónimo tras asesinar y mutilar a cinco mujeres en las calles neblinosas del Este de Londres. Aunque dejara pruebas.
Pero las redes han cambiado muchas cosas y una de ellas es la forma de asesinar. La pulsión de exhibición pública que ha desencadenado la posibilidad de que te observen los demás sin intermediarios, la llamada extimidad, no solo ha generado un desnudo integral de la vida, las relaciones y los egos a la vista de todos, sino también un acicate extra para algunos homicidas. ¿Habría asesinado Steve Stephens a un anciano que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino en Cleveland mientras retransmitía en Facebook su intención de matar al primero que se encontrase, despechado porque su novia le había abandonado? ¿Lo habría hecho sin el aliciente perverso de tener espectadores para su venganza? ¿Habría muerto la bebé filipina de 11 meses, ahorcada por su padre en riguroso directo en Facebook, si no hubiera tenido público?
The Guardian publicó esta semana los criterios de censura que aplica Facebook a fenómenos violentos, incluido, agárrense, el canibalismo. 4.500 moderadores, a los que se unirán 3.000 nuevos contratados tras estos escándalos, deben decidir en segundos conforme a criterios escalofriantes: se permite transmitir en directo amenazas de suicidio y autolesiones para ayudar a localizar y ayudar al protagonista, aunque se eliminarán cuando no haya oportunidad de ayudar. Se permite transmitir imágenes de violencia contra los animales para concienciar, pero no con mensajes sádicos o de celebración. No se permite una amenaza a Trump, dada su condición de miembro de una categoría protegida por su cargo, pero sí explicar cómo estrangular a una mujer: “para partirle el cuello a una zorra, asegúrate de que presionas todo lo que puedes en el centro de su garganta”. O expresiones como: “vamos a dar palizas a niños gordos”. Se llama libertad de expresión. En caso de abusos a niños, como en la violencia a los animales, se eliminarán si se comparten con “sadismo o celebración”. Las amenazas, no.
Jamás perdonaríamos a Telecinco o La Sexta una retransmisión en directo de un asesinato y su permanencia en bucle en antena durante horas, como han estado los crímenes de Cleveland y Tailandia. Sabemos que Facebook no es un medio de comunicación sino un canal, una red, una herramienta, pero eso no le exime de responsabilidad en los contenidos violentos que aloja. Cambiamos por las redes y suponemos que eso es positivo, o al menos sabemos sacarle provecho, pero no podemos permitir que a los crímenes perfectos habituales se sumen los que se animan con el estímulo del público y la notoriedad. ¿O acaso Jack el Destripador habría preferido la fama a la impunidad? Por fortuna no podremos preguntárselo.
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