ANÁLISIS
28 Gobiernos egoístas e ignorantes
La cumbre de esta semana ha sido la más ignominiosa de la historia europea
Ha sido la cumbre más ignominiosa de la historia europea. Hubo alguna inútil, incapaz siquiera de redactar conclusiones: la de Atenas, en diciembre de 1983. Otras, confusas y paralizantes: la de Niza, que alumbró la reforma más tonta del Tratado, en 2000. Pero ninguna como ésta, pletórica de retrocesos.
Casi cada gobernante estuvo peor que su vecino. David Cameron tuvo el rostro de proclamar que la cosa iba de vivir y que le dejasen vivir, como si la Unión fuese un egoísta apañete de pago y week-end, y no un proyecto de vida en común. Y fue el campeón del cinismo al asegurar que nada de lo que proponía perjudicaba a la libre circulación. Olvidaba, claro, que ese tráfico, húerfano de la prohibición de discriminar a los socios, será circulación: pero no libre.
Aunque justificados, fueron penosos —pero atención, seguirán amenazando el pírrico logro británico— los quejidos del Este: el checo, que no se discriminase a sus obreros por más de cinco años; el rumano, que nunca; el polaco, que solo a los ya emigrados; el búlgaro, que qué pena tanta mala noticia. Mucha jeremiada para acabar cediendo indignamente, sin obtener a cambio siquiera un plato de lentejas.
La misma humillante distancia entre deseo y voto caracterizó a las mejores soflamas, a cargo del francés François Hollande y del italiano Matteo Renzi. Abogó el francés por una fórmula que permita a la Unión avanzar y no romperse, bravo, pero se plegó al acoso británico al inmigrante; quizá se miraba en su espejo. Y el efervescente italiano, que se proclamó federalista y diametralmente opuesto a la felonía en cocción, pero la votó.
El egoísmo y el cinismo se turnaron con la ignorancia, sabiendo que lo era. Sostuvo la canciller Merkel que como hay mercado único pero no unión social, pues vale discriminar a los hijos de los inmigrantes.
Menuda falacia. El esbozo de la unión social es tan antiguo como el del mercado común: data de 1957. El principio de no discriminación laboral por razón de nacionalidad figuraba desde esa fecha en el Tratado de Roma (arts. 7 y 48)... mucho antes de que el Informe Werner imaginase por vez primera, en 1970, la unión monetaria. ¿Cómo ignora la unión social ya lograda —aunque aún sea muy incompleta— labrada en decenios de reglamentos y sentencias, la presunta adalid de una completa unión política federal?
¿Y Mariano? Bueno, él solo balbuceó cuatro frases, que estaba en funciones, que ojalá la limitación a la libre circulación de los trabajadores fuese solo temporal, que prefería no cambiar los Tratados. La nada.
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