PATERNIDAD
Ser padre en país pobre
Un diario personal desde Ruanda sobre la odisea de los mil primeros días de vida y la experiencia de la paternidad
BONNEFETE PASCAL Kigali, Ruanda 15 ENE 2015 - 17:33 CET
1. Concepción
Yo tenía entonces 21 años (ahora tengo 27) cuando mi novia se quedó embarazada. Podríamos decir que era un chaval y ni siquiera había pensado en la posibilidad de ser padre. Mi novia aún estaba en el instituto y yo no contaba con un salario fijo. Ambos vivíamos en casa de nuestras familias. Cualquier intención de tener hijos en esta situación es un accidente lamentable. Creo que podemos decir que en general, en África, cuando una chica se queda embarazada antes del matrimonio, es considerada una lacra para la familia. Para el chico es más o menos lo mismo, aunque hay que reconocer que para las chicas la situación es mucho peor. Muchas veces las echan de casa porque una nueva criatura en la familia representa una carga económica, y si ella tiene hijos extra-matrimoniales, difícilmente encontrará un marido con el que casarse. Así que tener familia es algo que se debe pensar bien antes de tomar el paso.
2. El día en que te enteras
Cuando mi chica me llamó y me dijo “Pascal, voy a tener un hijo tuyo”, me quedé helado. Lo primero que me vino a la cabeza fue: “¡¿Cómo no has pensado que esto podía pasar, estúpido?!”. Pasó por mi cabeza la posibilidad de que el hijo no fuera mío, porque muchas chicas se relacionan con varios chicos a la vez. Pero después de hablar con ella tuve la certeza de que yo era el padre. Ella estaba muy asustada porque temía que yo rechazara a esa criatura. Pero como yo era mayor que ella me dije a mí mismo: “Tienes que ser responsable”. Por supuesto, hablamos de la posibilidad de abortar. Pero aquí el aborto puede ser muy peligroso, y después de hablarlo muy en serio, decidimos que íbamos a tirar adelante.
Mi familia se disgustó muchísimo. Yo era el único varón de la familia, entre cuatro chicas. Los chicos siempre son los que ayudan económicamente a sus padres en Ruanda, porque ellas normalmente, cuando se casan, se van con la familia del marido. Así que para la mía, que yo tuviera un descendiente era una amenaza para economía familiar. A pesar de todo, la situación de mi novia era tan dura que mi familia tuvo que aceptar. Ella se tuvo que marchar de casa de sus padres, en la aldea de Gitarama, en la zona rural, y trasladarse a la capital, Kigali, a casa de una tía suya.
3. Las primeras visitas al ginecólogo
Aunque yo la visitaba a menudo para ver como estaba, o ella venía a casa de mis padres, mi chica vivía con su tía, que es quien la cuidaba. Desde el principio, su tía era quien la acompañaba al ginecólogo. Yo solamente fui una vez antes de que el bebé naciera. Por supuesto, en el hospital hay aparatos con los que puedes ver el sexo del bebé y verlo en una pantalla, pero es tan caro que no nos lo podíamos permitir. Solo contábamos con mi ingreso, que por aquel entonces era pequeñísimo. Mi novia ni siquiera trabajaba, así que teníamos que ser muy austeros. No teníamos ningún tipo de seguro porque mi trabajo era parte de la “economía sumergida” o informal. Así que era muy caro ir al médico, y para el dinero que teníamos el servicio prestado no era muy bueno. Por eso no supimos el sexo del bebé hasta que nació. Solamente chequeaban la barriga y veían si el embarazo iba por buen camino o no. De todas formas, nunca sufrimos por si la cosa iba mal, al fin y al cabo, nuestras madres nos tuvieron con aún menos recursos.
4. Síndrome del nido
No teníamos mucha intención de irnos a vivir juntos por el momento porque no podíamos afrontar los costes de un alquiler, y teníamos que priorizar ese dinero para que ella pudiera seguir estudiando cuando el pequeño o la pequeña hubiera cumplido el año. De hecho, yo ni siquiera podía alquilar una habitación compartida, así que decidimos que, por el momento, sería mejor que cada cual se quedara en casa de sus parientes, donde al menos teníamos un techo. Su tía era muy pobre y no nos podía ayudar, y mis padres me dejaron claro que tenía que espabilarme a tirar mi bebé adelante como pudiera, así que la prioridad era esa. Pero recuerdo que un buen día, cuando mi mujer estaba sobre el octavo mes de embarazo, su tía me llamó gritándome por el teléfono y me dijo: “Tenemos que comprar cosas para el bebé, un bebé necesita ropa, una camita, una manta...”. Me acuerdo que me quedé perplejo porque no sabía que un bebé necesitara tantas cosas al nacer, pero me tuve que apresurar a conseguir el dinero. La tía me hizo una lista y me pidió 25.000 francos ruandeses (unos 30 euros), aunque para ese momento solo pude conseguir 20.000 (unos 24 euros). Imagínate lo que significaba ese dinero para mí, cuando cobraba 30.000 francos (unos 35 euros) mensuales, y cuando tenía que aportar dinero para la casa de mis padres, pagar la comida, etc.
5. Cursos de preparación
No sé como funciona fuera de Ruanda, pero en mi país no hay preparación para el parto. Supongo que la tía de mi novia le daría algún consejo, o quizás el ginecólogo, pero por lo que concierne a mí, no había que prepararme para nada. Los chicos no podemos entrar a la sala de partos en el momento de dar a luz. En los hospitales públicos, las mujeres paren juntas, lo mismo en un pasillo que en una habitación conjunta, no necesariamente en el quirófano. Sé que en los hospitales privados es muy distinto, pero en mi caso, no podía permitirme eso. Los padres pobres no pueden asistir al parto, porque hay muchas mujeres dando a luz en el mismo espacio, y no está permitido ver a las demás mujeres. El parto es un trabajo de las mujeres, yo ni siquiera pensé en la posibilidad de poder ayudarla a dar a luz.
6. Parto público
Cuando mi novia se puso de parto me llamó. Estaba muy asustada, me dijo “tienes que venir inmediatamente, me tienes que llevar al hospital”. Me fui para su casa y cuando vi que estaba tumbada en el suelo, retorciéndose de dolor, me lancé a la calle para buscar un taxi o alguien que nos trasladara. La cosa es que yo tenía muy poco dinero, y como mi chica estaba de parto, los taxistas no se atrevían a llevarnos al hospital por si daba a luz en el taxi y les dejábamos todo manchado. Cuando por fin conseguí un taxista dispuesto a trasladarnos, mi mujer estaba literalmente dando a luz. Al llegar al hospital el doctor puso cara de pánico y nos dijo: “¿Cómo habéis tardado tanto? Vuestro bebé podría haber nacido en medio de la calle”. En ese momento me entró el pánico y empecé a sufrir por la vida del bebé. Pero en menos de diez minutos mi hija ya había nacido.
Mis padres vinieron en seguida al hospital. Mi padre quería asegurarse de que esa criatura era mía y de que no estaba tirando el dinero para la hija de otro. Yo sostenía al bebé en brazo y la miraba fijamente. Por mi cabeza me repetía: “¿Quién es esta criatura? Soy padre”. Al ver a mi hija, mi padre me miró y me dijo: “Está claro que ésta es tu hija. Tenemos a una niña preciosa”. Estábamos todos muy contentos. A las dos horas de haber parido, mi mujer se fue con la bebé a casa de su tía y yo volví a casa de mis padres.
No fue hasta el cabo de siete días que decidimos como íbamos a llamarla, y entonces convenimos, entre los dos, que se iba a llamar Jheza Delice.
7. Lactancia
Mi chica, que por entonces había tenido que dejar la secundaria para poder tener a la cría, fue una madre a tiempo completo durante toda la lactancia. Aquí no les damos el biberón a los niños, solamente se alimentan de leche materna. Al fin y al cabo es lo más adecuado y lo más económico. Así que durante el primer año de vida, la niña estuvo tomando leche materna la mayor parte del tiempo. Seguíamos viviendo separados y yo iba a visitarlas a menudo, o ella se trasladaba a casa de mis padres para que mi familia también pudiera disfrutar de la niña.
8. Baja de maternidad/paternidad
Cuando tienes un trabajo fijo, con un buen contrato, se suelen tener diez días de permiso del trabajo cuando eres el chico, o un mes si eres la chica. Sin embargo yo no tuve baja por paternidad, y como la madre de mi hija no trabajaba, tampoco. El gobierno no te da ninguna ayuda para madres solteras, así que continuábamos viviendo de lo que yo ingresaba. En esas circunstancias tampoco quieres tomarte vacaciones para disfrutar de tu paternidad, porque si no trabajas, no ingresas. Así que básicamente, mi vida siguió siendo la misma. Mis visitas a mi chica y mi hija eran en mis días libres, o si terminaba pronto el trabajo, iba a pasar las tardes en casa de su tía. Si no, los domingos siempre estábamos juntos. Si ahora tuviéramos otro bebé, probablemente tendríamos bajas maternas o paternas, porque ahora tenemos trabajo fijo los dos.
9. Terror del principiante
Las primeras semanas, cuando estaba con el bebé, no me gustaba mucho sostenerla en brazos. Siempre tenía miedo de no cogerla apropiadamente o de hacerle daño. La veía tan vulnerable, tan pequeña. Así que prefería que estuviera en brazos de su madre, de su tía o de mi madre. Recuerdo que los primeros meses la niña cogía resfriados muy a menudo, pero nos parecía algo normal. Todos los niños cogen resfriados y también es bueno para ellos, porque el sistema inmunitario trabaja y así se hacen más fuertes. Pero a parte de eso, nunca se ha puesto enferma de nada. Los resfriados son comunes en un país como Ruanda, porque suele hacer frío y tenemos un clima más bien húmedo. Pero no hay que preocuparse por muchas enfermedades aquí.
10. Conciliación, empieza a caminar
La niña empezó a gatear muy temprano. Era una niña fuerte y muy espabilada. La dejábamos que se moviera a su antojo por el suelo. Los niños africanos tienen bastante libertad y se espabilan solos. Así que un buen día, cuando ya estaba de visita en casa de la tía, le dije en kinyaruanda: “tráeme la taza de leche”. La niña me miró, se fue hacia la taza de leche y me la señaló. Me quedé pasmado y me dije: “Entiende todo lo que le dijo”. Creo que la niña tenía a penas diez meses. Se levantó sujetándose a una mesa, cogió la taza de encima de la mesita y, gateando, me la acercó. Al cabo de dos días empezó a andar. Aunque yo no estaba ahí para sus primeros pasos.
11. Hitos, de los dientes a las palabras
Le salieron los dos primeros dientes al mismo tiempo. No me acuerdo si fueron arriba o abajo, pero me acuerdo que mi abuela me dijo: “Si le salen los primeros dientes abajo significa que tendrás dinero en un futuro, si le salen primero los dientes de arriba, significa que serás pobre”. Ese dicho me hizo mucha gracia, aunque no creo que eso determine si eres rico o pobre, creo que debió ser que le salieron arriba porque nos va mucho mejor ahora que cuando la cría nació. Ahora tenemos trabajo tanto mi mujer como yo, nos casamos, vivimos juntos en una casa que pudimos comprar... Así que si ese dicho es cierto, hay que estar atento para cuando nazca el segundo bebé.
Otro hito de mi hija fue cuando empezó a hablar. Como no me veía a diario, cuando yo estaba delante tenía mucha vergüenza y no se atrevía a hacer gran cosa. Pero recuerdo un día que íbamos andando mi chica y yo, y la niña estaba detrás, en la espalda de su madre. Estaba sonando una canción que decía “ntago noli ndyandya”, que en kinyaruanda significa algo como “no soy un mentiroso” o “no soy malvado”. Y de repente, la niña repitió el estribillo de forma muy espontánea. Así que lo primero que le escuché no fue una palabra sino una frase, muy compleja para un bebé, que además cantó. Su madre y yo nos empezamos a reír, y después ella se unió a carcajadas. Muy, muy divertido.
12. Abuelos
Los abuelos maternos rechazaron a su propia hija cuando se quedó embarazada, así que nunca vieron al bebé. Mis padres fueron los únicos en apoyarnos. Cuando mi novia, que pasó a ser mi mujer cuando nuestra hija había cumplido el primer año, tenía que salir a comprar o arreglar cualquier cosa, y yo trabajaba, nuestra hija se quedaba siempre con mis padres o con mis hermanas pequeñas, que al no estar casadas aún, vivían en casa de mis padres. De hecho, mis padres tenían hijos no muy mayores que mi hija, así que la niña estaba en casa de sus abuelos como en su propia casa. En mi cultura, las abuelas son cruciales en la educación de los niños. Como los padres normalmente trabajan, las abuelas se hacen cargo de los críos como si fueran sus propios hijos.
13. La guardería
No sé cómo será para los ruandeses que tienen más dinero, pero la mayoría de niños, en Ruanda, no van a la guardería. Mi hija ha estado con su madre y con mi madre desde que nació. Primero con mi esposa, pero cuando ganó una beca del estado para ir a la universidad, la niña se quedó con la abuela. Ahora tiene tres años y medio y hasta que no tenga los cuatro años no podrá ir a primaria. De momento aún es demasiado pequeña. Creo que lo que los niños ricos hacen en la guardería es básicamente lo que los niños pobres hacen en la calle con los niños de los vecinos: jugar. No creo que los niños de la guardería aprendan más que mi hija jugando con sus tías más jóvenes o con sus vecinos de la misma edad. Nuestra guardería está en casa, nuestra profesora es la abuela y nuestro profesor es el abuelo.
14. Segregación infantil
En Ruanda, y en otros países que conozco como Uganda o Tanzania, las niñas tienen unos roles diferentes de los de los niños desde pequeños. Las niñas siempre ayudan en casa. Ayudan a las madres a preparar la comida o a limpiar la casa. Los niños pueden ayudar a cargar leña o ir a buscar agua si viven en el campo, pero normalmente tienen más libertad que las niñas. Quieren jugar más y están más tiempo a la calle jugando al fútbol. Mi hija desde pequeña imitaba a mi esposa. Tiene una muñeca pequeña hecha de trapo y siempre se la pone en la espalda y se la ata con una tela, justo como su madre hacía con ella cuando era un bebé. A veces dice, “papá, ya le he dado de comer a mi muñeca y ahora está durmiendo”. Juega a ser una madre. De hecho, no quiere jugar con los niños y le dan miedo las pelotas de fútbol. No es que la obliguemos a jugar con muñecas, pero aquí a las niñas, de normal, les gusta jugar con aquello con lo que trabajan sus madres. Siempre están pidiendo a las madres si pueden ayudar a lavar los platos, etc. Por eso, siempre se dice que es bueno que el primer hijo sea una niña, porque va a ayudar a la madre a cuidar a sus hermanos pequeños y a mantener la casa.
15. Mira lo que hago
Cuando mi mujer y yo nos fuimos a vivir juntos, cuando la niña tenía un poco más de dos años, la niña empezó a coger confianza conmigo. Hasta el momento era prácticamente un extraño para ella, porque me veía poco. Estaba acostumbrada a estar con otros niños o con mujeres, pero no sé si mi voz grave la asustaba. Cuando ya llevaba unas semanas bajo el mismo techo un día nos llamó a su madre y a mí. Apenas hablaba claramente pero era una niña muy activa. Nos cogió de la mano y nos puso delante del televisor. Era una cadena de música en la que ponen videoclips locales casi todo el día. En casa casi siempre tenemos ese canal puesto. La niña empezó a bailar para nosotros, imitando las coreografías de la tele. Fue algo muy gracioso porque era aún muy pequeña pero veías que se lo estaba pasando tan bien bailando que su madre y yo nos pusimos también a bailar con ella. Lo que quería era eso, bailar con nosotros.
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