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INFORMACIÓN VS. EDUCACIÓN (EL AFFAIRE FERNÁNDEZ HUIDOBRO)
Uruguay o no
Amir Hamed
1. La información
Debemos a Eleuterio Fernández Huidobro una de las más claras revelaciones del presente, no solo del uruguayo. Por un lado, descorrió los límites de la ironía; por otro, nos dio una clave para leer las desventuras de esta edad, que llaman de la información. Cabe aclarar, de todos modos, que este avatar más bien matrero de Galileo, al enunciar lo suyo, entregó su cabeza porque Fernández Huidobro, más que ministro de Defensa del Uruguay es un campeón de la información, de aquella que se da y, sobre todo, de aquella que se oculta. Así, si el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), justo cuando está cerrando un período de gobierno y a punto de iniciar el nuevo, en que se supone seguirá siendo ministro, lo acusa de no transparentar información relativa a crímenes cometidos durante la dictadura, entonces sale Fernández Huidobro a decir que este Serpaj que lo acusa está financiado por imperialistas y “por nazis más viejos que Hitler”, y que para averiguarlo basta, nada más, rastrear la ruta del dinero. Esta afirmación, de por sí atendible, en la medida en que es preciso recordar que detrás de muchas ONG hay dineros de orígenes a menudo dudosos, es cháchara al lado de su verdadera, irrefrenable confesión, la que le puso todo junto, el corpacho y también el alma atormentada, en la picota: “Si el Serpaj me autoriza a torturar, yo capaz que le consigo información”.
De ese alegato en adelante, no hay quién se haya abstenido de criticarlo, de exigirle explicaciones y lavadas de boca, desde Amnistía Internacional, hasta grupos de Facebook exigiendo su dimisión, hasta la cúpula del Frente Amplio, que se reúne con él para hacerle ver la inconveniencia de lo que dice. Medio planeta, digámoslo así, salido a recriminarle que ande diciendo semejante cosa. ¿Y qué es esa cosa? Pues, sencillamente, eso tan evasivo y tan apreciado cuando comparece: la verdad. Una verdad tan íntima, añádase, que termina iluminando no solo el medio siglo de historia uruguaya que lo ha tenido como protagonista, ya sea clandestino, ya sea político, sino también la encrucijada actual, que habrá de decidir si haya de haber país o no.
Ciertamente, lo que Huidobro dijo intentó ser irónico, y es más, lo fue, precisamente porque se trata de una ironía inaceptable. Como se sabe, es la ironía figura dramática por la cual el público está al tanto de una verdad que el protagonista ignora. Esta es la ceguera de Edipo, el único inconsciente de que se acuesta con su madre, es hermano de sus hijos y ha sido el asesino de su padre. El edípico es un caso de ceguera (por eso, finalmente, el héroe se arranca los ojos), aunque Huidobro, es preciso aclarar, vive en la región inversa: él sabe algo que los demás no, y por eso dice todo lo que dice. Sabe más y por eso invita a rastrear el dinero; y sabe, o cree saber, otra cosa que los demás ignoran: que habría algo en cierto punto al cohete en eso de insistir con la búsqueda de desaparecidos, porque esto es política de gobierno, dice, y es por tanto más política del presidente José Mujica que suya. Pero esto último, algo que todos sabemos, no se debería hablar en público, y el ministro insiste en hacerlo.
Más: que proteger violadores de derechos humanos es política de gobierno, y particular de Mujica, ha salido a confirmarlo en estos días su ex camarada de armas, Jorge Zabalza, quien recuerda, de paso, cómo entre Huidobro y Mujica removieron a la juez Mariana Motta en febrero de 2013, cuando tenía “más de 50 casos listos para condena”. Sirva lo de Zabalza para advertir que el drama en el que se mueve el ministro, que es el de todos los uruguayos, debe ser buscado en otro teatro, el isabelino, y mejor que en ninguna otra parte, en Shakespeare. Se ha dicho que Fernández Huidobro es bufón, y hay que recordar que el bufón es aquel que se inviste de orate para decir la verdad. Más aún, es el bufón el único que puede decirle lo cierto al rey (entiéndase, al soberano), y para hacerlo debe hablar en calidad de loco. Así por ejemplo en King Lear, donde el duque de Kent es desterrado por decirle la verdad al monarca y encuentra refugio en otra corte, disfrazado de bufón. Claro está que el mayor bufón de la historia no es Kent, sino Hamlet, el príncipe estudiante, dueño de una información que solo él conoce, porque no se la pasó universidad ninguna sino su padre muerto, es decir, un fantasma, información que, porque proviene de lo espectral, Hamlet hijo no está en condiciones de transmitir y que termina, como todos sabemos, a ojos de todo el público, en meticuloso matadero. Al revés de la de Edipo, la ironía de Hamlet es contar con una información de la que su entorno carece (su tío, el nuevo rey y actual padrastro, le mató al padre, envenenándole el oído), una información que, por intransmisible lo ha vuelto, y a ojos del mundo, es decir del íntegro reino de Dinamarca, loco.
La transmisibilidad es, como se sabe, lo que hace, de la información, comunicación. Fernández Huidobro, adamantino, entiende que no se trata de comunicar nada sino de “sacar” una información de por sí incomunicable, inservible y, por sobre todo, penosa. Es claro que, en tanto defensa de la soberanía, un ministerio de Defensa uruguayo es irrisorio ya que, por dimensiones y población, el país no está en condiciones de resistir ningún ataque bélico de sus vecinos. Más cuando, como señalaba Michel Foucault, en la Moderidad la soberanía del Estado pasó a residir mucho menos en la delimitación de fronteras que en la asunción de los derechos reproductivos, en la biopolítica, en los criterios demográficos de control y “policía” de la población (de los ciudadanos, cuando se trata de un Estado democrático).
De ahí que un ministerio de Defensa, como lo entiende Fernández Huidobro, venga a ser, antes que nada, un ministerio de Información, algo así como aquel de Brazil, la ochentera distopía de Terry Gilliam, en tanto la extracción de información no puede ser sino un procedimiento tormentoso. Como se sabe, mientras Zabalza acusa a Fernández Huidobro de traidor contumaz (de aliarse inveteradamente con cualquier enemigo superior en fuerzas), otro ex camarada de armas, el defenestrado Amodio Pérez, lo ha acusado, también, de haber cantado argentinísimo, en los tempranos 1970, y a los militares que terminarían dando un golpe de Estado, los secretos organizativos de los tupamaros en días de represión predictatorial en Uruguay. Es decir que es por todos bien sabido que Fernández Huidobro conoce al dedillo las penurias de la extracción de información, esos mismos procedimientos que derivaron en la desaparición de decenas de personas cuyos cuerpos buscan, todavía infructuosos, en luto perpetuo, sus parientes.
La información, para decirlo de otro modo, es no solo torturante; además es fantasmagórica, y con esa fantasmagoría es que lidian hoy los deudos de desaparecidos, las autoridades del país, empezando por este ministro, las ONG, la opinión pública, y el resto del planeta. A fin de cuentas, ¿hay azar en que hayan llegado a Uruguay, apenas un par de semanas antes de las declaraciones del ministro, provenientes de Guantánamo, presos musulmanes torturados con tanta fruición como nulo provecho, y durante años, por la “inteligencia” estadounidense? Escasa casualidad, por no decir ninguna. Estos presos llegan a Uruguay porque, en rigor, nunca contuvieron información ninguna, jamás tuvieron nada para cantar, estuvieron detenidos más de una década sin juicio, y son ahora (parte del servicio planetario de higiene de la cárcel de Guantánamo) recibidos obsequiosamente por Uruguay. ¿Hay casualidad de que esta verdad surja de boca del ministro? Tampoco ninguna: la información, que nada tiene que ver con la ilustración, como ha venido señalando interruptor desde su primera columna de 2012, se ha hecho sin embargo con el país, y esto es en buena medida abolir la política. Los tupamaros, como Fernández Huidobro, porque fueron alguna vez torturados, convirtieron la arena pública, como ha comentado otro columnista deinterruptor, Gustavo Espinosa, en un sistema de interjecciones (no mucho más que eso, en definitiva, se puede conseguir bajo tortura), interjecciones validadas porque quienes salían de ahí eran, precisamente, individuos cuyos derechos humanos habían sido meticulosamente violados, ya que fueron confinados, torturados y retenidos en lamentables condiciones sin siquiera haber sido sometidos a juicio.
Como los tupamaros, los detenidos de Guantánamo, torturados por Estados Unidos, son la insignia de la sorna de Huidobro, viviente reliquia del sistema de la información, y también de la abolición de lo político y la ilustración, ya que, como establecía Kant, la ilustración es la posibilidad de establecer juicio, eso que se niega hoy por todos los medios.
2. Eso podrido
Una tragedia, desde sus orígenes atenienses, es siempre un juicio, el pasaje del exceso o hubris a la justicia, odiké. El loco, el bufón, es aquel que suele decirle al rey que yerra, que se ha excedido, y en el caso de Fernández Huidobro, que yerra precisamente porque, en un mundo de víctimas (no de ciudadanos), nadie es nadie para venirle a hablar a él de abusos y torturas.
Por supuesto, el problema no es la falsedad de lo que haya dicho el ministro. Todo lo contrario, el problema es los niveles casi astrales de verdad que desató al dejar que el abyecto término “tortura” traspasara el cerco de sus dientes (o si se quiere, menos homéricamente, simplemente lo “cantara”). Se trata de un término tan impronunciable para un gobierno que nunca llegó a ser manejado, de manera oficial, por los dictadores uruguayos de los 1970 y 1980 (ni siquiera bajo eufemismos, ni siquiera en el comunicado que nos servía la ración cotidiana de “sediciosos” capturados por el régimen). Y el problema tampoco hay que encontrarlo en la oportunidad. Cierto, no es lo más diplomático que un ministro de Defensa deje salir el término abyecto en la transición entre un gobierno que se retira habiendo cumplido a cabalidad lo que prometiera (que iba a cuidar de los “viejitos” que alguna vez cometieron delitos de lesa humanidad, y habiendo frenado cualquier tipo de investigación que esclareciera delitos del pasado ya algo lejano pero no por eso olvidable), y un nuevo gobierno, el tercero consecutivo del Frente Amplio, que le había anunciado a Fernández Huidobro continuidad en la cartera. Pero, cierto también, el ministro dice lo que dice en el momento exacto, justo cuando debe decirlo, cuando se esperan de él otros cinco años de ejercicio, justo ahora, cuando es preciso no solo juzgar la política de derechos humanos del Frente Amplio sino, además, dirimir el futuro del país, que a su turno consiste en dirimir dónde reside su soberanía, si en la imposible defensa de fronteras, en la recolección neurótica de informaciones, o en el cuidado de la población, o sea, en la atención de supaideia, de la formación de ciudadanía.
Y es que un ministerio que entiende la “defensa” como información, como máquina de torturas, es absurdo si no tortura, si no “extrae”, como si fueran dientes podridos, información. Fernández Huidobro lo dijo con nitidez inmejorable: qué quieren que haga si no puedo torturar. O, si se prefiere, según se desprende de sus palabras: toda vez que me vengan a hablar de información deberíamos estar hablando de (alguna forma de) tortura. Porque a fin de cuentas lo que sabe el ministro es que estamos hablando menos de cosas que de fantasmas y entonces, ¿en serio vamos a hablar de eso?, parecería estar agregando. Y para no perder la costumbre, nos invita a regresar a su sistema de interjecciones y exabruptos cuando trata de explicar que lo que dijo fue una “alegoría” (para decir que no fue literal, evitando decir que fue una ironía imprudente) y que una alegoría, como la del caballo del monumento a Artigas en la Plaza Independencia, “no caga ni mea”.
Eso podrido es el mundo del fantasma, del que fue muerto, como el Rey Hamlet, y porque no tuvo juicio, es decir, instancia pública que dirima su caso, exige a su hijo venganza. Se trata de un juicio que Uruguay, es decir, sus actores políticos, decidió tempranamente no abrir, primero cuando el Pacto del Club Naval de 1984, pacto de impunidad que abrió el camino a la reinstitución del sufragio y el ejercicio de la democracia representativa, y luego cuando en 1986, ya los civiles en el gobierno, cuando aprobó la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Esa temprana decisión, ratificada hace no demasiado cuando, unánimes, los políticos uruguayos de centro, derecha e izquierda le dieran la espalda a la sociedad civil que impulsaba el plebiscito para revocar la Ley de Caducidad en 2009, sigue condenándonos a vivir en la dimensión del fantasma y las decisiones estrábicas, como la intervención en el poder judicial trasladando a la juezaMotta, que investigaba causas de Terrorismo de Estado, y, sobre todo, en el abismo de un Estado que se ha suicidado, porque se ha desentendido de la educación, es decir, de atender su soberanía.
3. Educación y soberanía
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