Biodigestores que dan luz y calor
Un sistema natural para transformar desechos animales en fertilizante y energía mejora la vida de los campesinos en Camboya a la vez que se combate la deforestación
PABLO L. OROSA Toek L´ak village (Camboya) 26 DIC 2014 - 18:46 CET
El sol está a punto de ponerse sobre la aldea de Toek L´ak, en la llanura camboyana de Kampong Channg, y Vong Sokhoemn aprovecha el aire fresco que deja tras de sí la última tormenta del monzón para preparar la masa de residuos orgánicos que alimenta el biodigestor situado a unos metros de su vivienda. Con un bastón de bambú revuelve los desechos procedentes de las siete vacas y 10 cerdos de su pequeña granja: heces, orina, tejidos, grasa y otros contenidos digestivos son el combustible que hoy convertirá en gas para su cocina y luz para su casa. Un día más, no necesitará quemar madera. “Este sistema es muy útil. Ahora podemos cocinar cuando queramos. Además, ayuda a frenar la deforestación”, explica Lach Sophy, la matriarca de esta familia de campesinos.
Hasta la instalación de los biodigestores, las familias de esta pequeña aldea —a casi 30 minutos de la capital provincial— utilizaban cada mes 195 kilos de madera para cocinar. Hoy está cantidad no alcanza en el peor de los casos los 6 kilogramos. Una reducción que supone un ahorro de 7,5 euros mensuales a unas familias que en muchos casos viven con menos de 1,6 euros por persona al día. “Es de gran ayuda”, subraya Sophy. Además del beneficio económico —el kilogramo de madera en el mercado local alcanza los 0,04 euros o "500 rieles el tractor"—, los biodigestores permiten reducir las penosas expediciones para aprovisionarse de leña. “Son viajes muy duros. El bosque está muy lejos de aquí y en cada trayecto empleamos entre dos y tres días”, explica Sophy, ya casi anciana, a la que el tiempo ha borrado las fuerzas pero no la sonrisa.
Camboya tiene uno de los ratios de deforestación más elevados del mundo. Entre 2002 y 2012, perdió más del 7% de su cubierta forestal
Camboya tiene uno de los ratios de deforestación más elevados del mundo. Entre 2000 y 2012, según un estudio de la Universidad de Maryland, el país perdió más del 7% de su cubierta forestal, la quinta tasa de deforestación más alta del planeta sólo por detrás de Malasia, Paraguay, Indonesia y Guatemala. En este periodo casi 12.600 kilómetros cuadrados de bosque fueron destruidos, mientras sólo se generaron 1.100 kilómetros cuadrados de nuevos montes. Desde 1973, la superficie arbórea del país ha caído del 72% al 46%. La expansión industrial y la tala ilegal están detrás de estas cifras. La lucha contra este fenómeno ha sido uno de los motivos que ha llevado al Gobierno de Camboya a impulsar desde 2004 el Programa Nacional de Biogeneradores (NBP, por sus siglas en inglés). En la actualidad, más de 21.000 como el de la familia Sokhoemn están repartidos por 13 provincias del país. El objetivo es llegar a los 500.000 a medio plazo. De esta manera, Camboya pretende al tiempo ayudar a sus campesinos y disminuir los efectos de la pérdida de bosque.
Un freno al efecto invernadero
Los biodigestores, una pequeña construcción subterránea de 4,8 metros cúbicos, utilizan un sencillo sistema que descompone la materia orgánica —residuos animales, vegetales y humanos— en agua, dando lugar a una combinación de metano y dióxido de carbono que es convertido en biogás con el que proporcionan energía a la cocina y a las lámparas. El sistema capta y almacena metano y óxido nitroso, gases que provocan respectivamente 20 y 300 veces mayor efecto invernadero que el CO₂, así como sulfuro de hidrógeno y amoníaco, responsables de la lluvia ácida. Al consumir el biogás, lo único que se libera a la atmósfera es CO₂, en la misma cantidad que fue utilizado por los vegetales para producir la biomasa vegetal, reciclada o consumida por animales y humanos, mediante la fotosíntesis. Así, cada uno de estos biodigestores reduce en cuatro toneladas las emisiones de gases de efecto invernadero.
El precio de estos equipos, suministrados en su mayoría por empresas locales, oscila entre los 80 y los 800 euros, aunque las familias suelen optar por un modelo intermedio de 440 euros, de los que el Gobierno sufraga 120 a través de un programa de ayudas. En dos años, la inversión en el biodigestor está ya amortizada. “Al principio resultó difícil poner en marcha el programa, los vecinos eran reacios. Sin embargo, al ver que funcionaba, unos a otros se fueron convenciendo”, explica Chourn Bunnara, uno de los responsables de la ONG checa People in Need que asesora al Gobierno camboyano en este proyecto. “Al principio nosotros también dudamos. Hasta que vimos cómo le funcionaba a unos vecinos, no nos convencimos”, reconoce Vong. Cinco años después, los Sokhoemn son abanderados del uso de estos contenedores.
Para hacer funcionar el sistema basta con depositar algo más de 30 kilogramos de materia orgánica al día. Vong es quien se encarga de hacerlo en casa de los Sokhoemn. Lo hace dos veces al día, habitualmente tras alimentar al ganado. Todos en la casa colaboran. Mao, su esposa, y Sophy, su madre, se encargan de recoger los desperdicios de la comida que apilan en un cubo azul. “Todo está mucho más limpio. La granja, la casa, la cocina… todo está siempre limpio”, repite orgullosa Sophy.
La generación de electricidad a partir de materia orgánica animal y basura, evita a los campesinos camboyanos viajes de hasta dos y tres días al bosque para recoger leña
La utilización de los biodigestores para cocinar e iluminar las viviendas permite a los campesinos dedicar más tiempo a los cultivos y la granja. Unas siete horas a la semana. Esto ayuda a que los niños puedan dedicar más tiempo a los estudios, subrayan los técnicos de People in Need. Los adultos, mientras, aprovechan para mejorar sus cosechas. “Al no tener que ir al monte, ahorramos tiempo que podemos dedicar a otras labores”, afirma Vong, mientras sostiene en brazos al pequeño Khon Chanthorn, de apenas unos meses.
Fertilizante orgánico de alta calidad
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El efluente obtenido del biodigestor es además un abono orgánico de alta calidad. “Es un fertilizante natural muy bueno y es más barato”, explica Vong. “Con este ahorramos dinero”, recalca su madre. Cada año, la familia Sokhoemn obtiene entre 10 y 15 toneladas de fertilizante natural del biodigestor, lo que les permite reducir enormemente la compra de productos químicos para su huerto. “Del otro [el comprado], necesitaríamos tres cajas que nos costarían más de 150 euros”. Un estudio llevado a cabo por el Ejecutivo camboyano asegura que la utilización de este abono natural supone un ahorro medio para los ganaderos de casi 30 euros anuales y una mejora en las cosechas de un 31% —lo que para un productor medio de arroz con 2,3 hectáreas de tierra supondría un ingreso extra de 145 euros al año-. En total, el uso de este fertilizante natural puede llegar a suponer un rendimiento anual de 175 euros por familia. El mayor inconveniente es que debe ser almacenado adecuadamente, en silos protegidos del sol y la lluvia para evitar su deterioro. Menos de una cuarta parte de las granjas cuentan con un depósito adecuado.
El uso de los biodigestores también repercute positivamente en la salud de las familias. Los humos de la madera en combustión solían provocar problemas oculares y pulmonares, con un considerable coste económico para unas familias sin apenas recursos. También los animales, al estar más limpios los establos, sufren menos enfermedades y su mortalidad es menor. El ahorro en fertilizante y en madera, unido a la reducción de costes sanitarios supone a cada familia un beneficio de 131 euros —a lo que habría que añadir los 145 euros de ingresos extras—. “El biodigestor es una gran ayuda”, repite la matriarca de la familia Sokhoemn, convencida de que este pequeño invento puede ofrecer un futuro mejor a sus nietos, Chanthorn y Mimes, a quienes no pierde de vista mientras juegan en la escalera que protege la vivienda familiar de las lluvias que a punto están de volver.
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