Muchas uvas, poco sueldo
En Sudáfrica, la industria vinícola factura al año 5.700 millones de euros, mientras que los trabajadores cobran sueldos irrisorios
CYNTHIA BOLL Sudáfrica 4 JUL 2014 - 19:42 CEST
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Son las siete de la mañana de un viernes de enero. Estoy sentada en el bordillo de una acera de una pequeña plaza de Lanquedoc, un pueblecito situado entre Stellenbosch y Franschoek, en medio de la región vinícola de Sudáfrica. Me han dicho que este es el mejor lugar para observar de cerca cómo viven los trabajadores temporales en Sudáfrica.
A mi alrededor hay diferentes grupos de personas sentadas o de pie. Están esperando a que les recojan para llevarles a su lugar de trabajo en uno de los viñedos de los alrededores, donde la cosecha de uva está en su pleno apogeo. La mayoría de los hombres viste un mono azul, en tanto que las mujeres llevan una bata. Cuando la camioneta blanca estaciona en la plaza, se levantan aproximadamente 15 hombres y se dirigen hacia la carretera. Se abre la puerta lateral del vehículo y en su interior puedo ver por lo menos a 20 personas ya sentadas en el suelo de la zona de carga. Los hombres suben a la camioneta y la puerta se cierra. La camioneta está ahora completamente cerrada. No hay ventanas abiertas ni tampoco rejillas de ventilación. Y entonces, cuando el vehículo se aleja, me pongo a pensar en las 35 personas que van dentro y en lo que deben sentir ahí, en ese espacio oscuro como boca de lobo.
Sudáfrica es uno de los mayores productores de vino del mundo. En los últimos 10 años las exportaciones se han disparado, aumentando desde 174 millones de litros en 2001 a 350 millones en 2011. Cape Winelands —distrito municipal y vinícola en la provincia occidental del Cabo— es una de las zonas más ricas de Sudáfrica. Resulta bastante obvio comprobarlo: sus colinas están cubiertas de zarcillos de la vid y hay largas avenidas que conducen hasta señoriales mansiones de color blanco de estilo Cape Dutch. Todo ello forma un paisaje idílico.
La facturación anual de la industria vinícola sudafricana alcanza un total de 5.700 millones de euros. Sin embargo, veo poca de esa riqueza aquí, en esta pequeña plaza de Lanquedoc. Porque, a pesar de los enormes beneficios, los salarios de los 40.000 trabajadores agrícolas se encuentran entre los más bajos del país. “Aunque las empresas han conseguido grandes ganancias en los últimos años, los trabajadores no se han visto beneficiados”, me confirma Anthony Dietrich de SAWIT, una organización que se encarga de acometer reformas en este sector.
El vino sudafricano es famoso. Según los últimos datos disponibles (2011), el país es el octavo mayor productor de vino del mundo. Sus exportaciones anuales superan los 357 millones de litros. Por orden decreciente, sus cinco principales mercados de vino envasado son: Reino Unido, Alemania, Suecia, Holanda y Estados Unidos.
Vinos de buena calidad a precio razonable. ¿Cómo no le va a gustar eso al consumidor? Pero, ¿qué es un precio razonable? y, ¿para quién? Con todo, esta industria sudafricana se está viendo ahora amenazada. En 2011, un informe de Human Rights Watch denunciaba las pésimas condiciones de trabajo de los trabajadores temporales que dio como resultado una serie de protestas que finalmente acabaron en huelgas salvajes a finales de 2012. Los huelguistas pedían que el salario mínimo diario permitido por ley de 69 rands sudafricanos debiera incrementarse en más del doble, es decir a 150 rands al día (11,50 euros). A modo de comparación, en Francia se pagan 50 euros al día por el mismo trabajo.
“Lo fácil es maldecir a los viticultores”, dice Pieter, que no quiere dar su apellido. Tiene un pequeño viñedo y da empleo a un número determinado de trabajadores fijos y temporales. “Me gustaría pagarles sueldos más altos, pero no sé cómo. Solo soy un pequeño agricultor. No tengo nada que decir sobre este asunto. Mis clientes me ofrecen un precio por mis uvas. Lo único que puedo hacer es aceptarlo o decir que no”.
Si se cumplieran las demandas de los huelguistas, los salarios subirían a 150 rands al día pero los gastos del sector se incrementarían por encima del 53%. Un reciente informe del Bureau for Food and Agricultural Policy de Sudáfrica (BFAP) constata —desde el punto de vista empresarial— que los viñedos de mano de obra intensiva serían sencillamente incapaces de sufragar estos gastos. Sin embargo, esta premisa no es aplicable a todos los viñedos. Merece la pena señalar que los más destacados pagan con frecuencia a sus empleados no mucho más del salario mínimo permitido por ley. De acuerdo con las informaciones que publican los periódicos, incluso los multimillonarios sudafricanos, como la familia Rupert, están pagando a sus trabajadores 69 rands al día solamente, y eso a pesar de que el páter familias Anton Rupert no solo era empresario sino además filántropo y conservacionista de WWF.
“No tengo ni idea de cuánto pagamos a nuestros trabajadores temporales”, me contesta el gerente de un lujoso restaurante ubicado en una de las bodegas más prósperas de Sudáfrica cuando le pregunto acerca de los salarios de los recolectores de uvas. “Pero nosotros nos preocupamos mucho por nuestros empleados”, añade mientras rellena mi copa de vino. Un poco después, cuando una camarera negra trae la cuenta, lo intento de nuevo: ¿Sabe cuánto gana aquí un recolector de uvas? Me mira dubitativa un instante. “Siiiii, señora”, afirma tímidamente. “69 rands al día”. Miro la factura y me doy cuenta de que la copa de vino que he pedido cuesta más que la mitad de un día de duro trabajo.
A varias manzanas de la plaza, en Vuurpylstraat, vive Johanna Williams, una trabajadora temporal de la industria del vino. Esta señora de 53 años es el único sostén de una familia formada por 13 miembros. Ella es la única que tiene trabajo. Johanna gana 80 rands al día (6 euros) recogiendo uvas. Un día después de cobrar su salario quincenal, Johanna acude a hacer la compra a Paarl, una ciudad de tamaño medio emplazada en el corazón de esta región vinícola, a 20 kilómetros de Lanquedoc aproximadamente.
Desde la distancia puedo ver a Johanna esperándome en la puerta de su casa. Se ha puesto la mejor ropa que tiene especialmente para esta ocasión: pantalones supuestamente blancos (considerando que no tiene lavadora), y una camisa estampada roja y blanca de estilo hawaiano de tres tallas más grande que lo que necesita, por lo menos. Salimos en un “taxi”, un pequeño autobús que se utiliza como transporte público.
Después de un angustioso viaje de treinta minutos, llegamos al supermercado Shoprite en Paarl, un lugar sumamente popular entre los negros más pobres por los buenos precios que ofrece. “Hoy hay muchísima gente. Los trabajadores cobraron ayer”, dice Ibrahim, director del autoservicio, antes de añadir en tono triunfal: “¡Y en Shoprite tenemos las mejores ofertas!”.
Mientras deambulo por los pasillos observando los productos en los estantes, descubro en seguida que los mencionados buenos precios no lo son tanto. Un paquete de arroz le cuesta a Johanna el equivalente a una hora y media de trabajo. Una lechuga supone tres horas de trabajo y lo mismo ocurre con un trozo de queso. Y si quiere comprar una botella de vino blanco, tendría que dejarse la piel en el trabajo durante un día entero. Por eso, no es de extrañar que los huelguistas estén pidiendo jornales más altos. Sin embargo, el estudio del BFAP muestra que para el 51% de los trabajadores un sueldo de 150 rands diarios (lo que reclaman) aun no sería suficiente para cubrir sus necesidades nutricionales cotidianas.
Cuando salimos del supermercado, me doy cuenta de que las bolsas de Johanna contienen principalmente productos básicos: cinco kilos de harina, dos kilos y medio de azúcar, cinco kilos de arroz, un litro de aceite, levadura, café instantáneo y un rollo de papel higiénico. Observo además que en sus manos agarra con fuerza un trozo de papel de color brillante: un billete de lotería. Desde luego, cuando no se dispone de un trabajo estable o ingresos fijos, ganar la lotería es la única esperanza que tiene Johanna para tener un futuro mejor.
Pocos días después de mi visita, el gobierno anunció que el salario mínimo permitido por ley subiría hasta los 105 rands diarios (8 euros).
Traducción de Virginia Solans.
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