Horror en Casa de Mamá Rosa
La policía mexicana acusa a una conocida educadora de tener en un internado a cientos de niños en condiciones de semiesclavitud y hacinamiento
JAN MARTÍNEZ AHRENS México DF 16 JUL 2014 - 22:47 CEST
El horror tenía parada en la mexicana ciudad de Zamora (Michoacán). Allí, en la llamada Casa de Mamá Rosa, vivían, según la Procuraduría General de México, 592 personas en condiciones de hacinamiento y semiesclavitud. Eran desde niños abandonados hasta delincuentes adolescentes, a los que la policía liberó ayer sacando a la luz un supuesto catálogo de abusos que harían palidecer a Charles Dickens. Los menores, muchos de ellos dejados al cuidado de la directora del internado, Rosa del Carmen Verduzco Verduzco, de 79 años, eran obligados a pedir limosna en casas y calles, se les alimentaba con comida en mal estado, carecían de camas para dormir e incluso eran sometidos a vejaciones sexuales. En la cúspide de los desmanes, siempre según el relato oficial, figura una práctica negra: los bebés que llegaban a nacer en el albergue, casi todos fruto de la miseria, eran registrados como hijos de la fundadora, impidiendo a los padres cualquier decisión sobre los pequeños. Este último hecho fue la clave que detonó la acción de la fiscalía. Al menos cinco progenitores presentaron denuncia por el secuestro de sus niños (años después de entregarlos) y lo que hasta entonces era un rumor desembocó en un operativo conjunto del Ejército mexicano y la Policía Federal en el que fue detenida Verduzco, junto con ocho empleados. La intervención sacó de los muros del centro a 452 menores (278 chicos y 174 chicas, incluidos seis bebés) así como a 138 mayores de edad (de 18 a 40 años). En el aire queda la pregunta de cómo una institución con tantos cientos de internos, con acuerdos con entidades públicas y muy conocida en el país pudo cometer tal cúmulo de tropelías sin que nadie interviniese antes.
El hogar, también conocido como La Gran Familia, llevaba abierto desde 1947 y funcionaba en régimen de internado. Su imagen pública era casi beatífica. En sus dependencias se impartían a los menores desamparados estudios que abarcaban desde infantil hasta secundaria y preparatoria. Todo ello mediante conciertos con la Secretaria de Educación Pública. También se ofrecían talleres de artes plásticas, música, costura y albañilería. Rosa del Carmen Verduzco, conocida como La Jefa, se presentaba en la página de Facebook como la “mamá” de todos los internos y decía que los había tomado en adopción en un gesto de amor. “Delincuentes, drogadictos o niños de la calle, todos llevan el apellido Verduzco”, se lee. “Mi vida está dedicada a educar a estos chicos”, ha dicho en repetidas ocasiones la directora, cuya cifra real de adopciones es un misterio.
El centro llegó a ser visitado por los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón. Incluso su gimnasio fue donado por la reina Isabel II de Inglaterra. Bien conocido, el albergue se había ganado el respeto entre muchos intelectuales por suplir las carencias del Estado en la asistencia de menores sin futuro. No en balde, al conocerse la intervención policial, pensadores de la talla de Enrique Krauze pidieron en las redes sociales respeto por la figura de Verduzco. Esta mujer, que ha pasado de la noche a la mañana de ser una venerada educadora a un ogro, llevaba 60 años dedicados al cuidado de los menores. "Por ahí han pasado miles de niños, puede que haya algún caso de exceso, pero no se puede tirar por la borda toda su tarea educativa”, señala un conocedor del internado. “Es un exageración, conozco la casa desde 1979 y es una institución extraordinaria, un milagro permanente”, indica el reputado historiador Jean Meyer.
El relato ofrecido por la policía y la fiscalía no deja, sin embargo, resquicio, para estos cuestionamientos. En la investigación, iniciada tras recibir las denuncias de los progenitores, los agentes fueron recabando testimonios que detallan abusos de toda índole. El procurador general de México, Jesús Murillo Karam, recordó que una de las víctimas, por ejemplo, contó cómo al cumplir los 18 años de edad, se le impidió recuperar la libertad, siendo obligada a trabajar sin remuneración para la institución otros 13 años. Esta mujer aseguró que, con posterioridad, sus dos hijas habían sido adoptadas por Mamá Rosa y que sólo las podía ver una vez cada dos meses durante tres horas. En su desesperación, esta madre ofreció a La Jefa 10.000 pesos por recuperar a las niñas. La respuesta de Verdusco, siempre según el procurador, fue: “Junta el dinero y me llamas”.
La principal imputada fue hospitalizada tras su detención. Dos de las cinco niñas supuestamente secuestradas han sido recuperadas. La policía busca a los otros tres, al tiempo que ha iniciado la tarea de identificar a los internos. Entretanto, como destacó el procurador general, se ha empezado a fumigar el centro para acabar con la infestación de ratas, chinches y pulgas.
“No quiero a esta niña, ¿la quiere usted?”
J.M.A.
“No quiero a esta niña, ¿la quiere usted?”. La mujer, una madre soltera aquejada de un fuerte trastorno mental, acababa de intentar quitar la vida a la criatura, un bebé prematuro. Enfrente tenía a Rosa del Carmen Verduzco, una maestra de primaria, de 22 años, que había acudido al hospital avisada por un amigo sacerdote. Corría 1957 y fue entonces cuando aquella joven voluntariosa, dedicada al cuidado de menores abandonados, se le ocurrió la idea. Tomó al bebé en brazos y se dirigió al Registro Civil a inscribirlo como hijo natural suyo. En la casilla de progenitor puso “padre desconocido”. Acababa de nacer Mamá Rosita, un personaje caleidoscópico que igual levanta pasiones, que desata profundos rencores y sospechas.
A lo largo de los años, lo que empezó como un acto excepcional de caridad se ha convertido en una costumbre extendida. Verduzco ha adoptado a la luz pública a bebés, gemelos, trillizos, mayores de edad creando a su alrededor La Gran Familia, un núcleo asistencial famoso en todo México y que nunca ha estado libre de polémica. En su propia página web, se reconoce que a los menores se les disciplinaba “a veces de forma dictatorial” y que desde sus albores se les obligaba a trabajar: “Los mayores recolectaban fresas y vendían periódicos para llevar a casa algún dinero. A veces no alcanzaba para la comida”.
Con estos cimientos, la entidad fue creciendo. A principios de los sesenta, Mamá Rosa ya tenía a su cargo a 40 adoptados. Fue entonces cuando compró el terreno de 8.000 metros que constituyó el núcleo de su primer hogar. Para levantar aquel centro, los pequeños trabajaron duro: “Los niños de nueve años fabricaban ladrillos y los de seis los acarreaban”. Aquel embrión comunal, que suplía las carencias del Estado, fue creciendo. En 1973 se constituyó en asociación civil. Su engarce con las redes asistenciales y educativas públicas de Michoacán era profundo. Presidentes, senadores, diputados e intelectuales, lo visitaron. Algunos, como el prestigioso historiador Enrique Krauze, escribieron sobre Verduzco, cuya tarea educativa era alabada por todos los agentes sociales.
“Es un caso de acoso del Gobierno a una vida dedicada a recoger huérfanos”, señala Krauze en Twitter. Para muchos personajes que han conocido el hogar, el Gobierno ha actuado con desmesura. “¿Para qué se necesitaba al Ejército, la han tratado como una narcotraficante?”, se pregunta un conocedor del centro.
Por La Gran Familia han pasado 4.000 personas, muchas décadas e infinitud de vivencias. Ahora pesa sobre esta atípica institución la sospecha y una durísima acusación de la procuraduría. Sea cual sea su resolución, el escándalo está servido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario